lunes, 5 de noviembre de 2018

Blanca de la Torre Polo: Lujuria






La primera vez que probé sus labios, sentí deseo. La segunda, hambre. La tercera, gula. Y eso que no fue breve, ni dulce, ni tierno, ni siquiera lo que yo alguna vez había soñado. Nada de romanticismo alimentando las bocas, ni afecto enredando nuestras lenguas. Los dientes entrechocaron y me pareció oír el ruido seco de dos cornamentas enfrentándose, un rugir de leones pugnando por un trozo de carne, la risa de las hienas alejándose con un pedazo de mí colgando entre los dientes.

Nos negamos a sentir la piel del otro, solo retales de cuerpo para saciar el hambre. Con un mordisco carroñero en el hombro y las manos como garras apretando las nalgas, empezamos la danza con órdenes codiciosas, viciando el aire con palabras que la inocencia no debe oír y la virtud querría olvidar.

Entre aquel vaivén desalmado se nos escapó un abrazo, un roce de párpados, una caricia en el pelo y el corazón quiso amar, pero se lo prohibimos.

«¡Calla! Solo late». Y lo hizo; con auténtico frenesí, haciendo palpitar cada átomo de cuerpo, cada gota de nuestra sangre empapada de un placer oscuro, pero huérfano.

Exhaustos, robándonos el aire en cada aliento, nos medimos como dos depredadores, con la mente puesta en quién habría devorado más y quién había amado menos.

© Blanca de la Torre Polo

2 comentarios:

  1. Está muy bien detallado. Es muy sutil. Felicitaciones a la autora.

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  2. ¡Gracias Carolina por tus palabras! Me alegro que te haya gustado.

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