miércoles, 7 de noviembre de 2018

Mª Isabel Martínez Cemillán: La Constitución de 1812: La Pepa

Portada de la edición original de la Constitución






Raro es el día que Gobierno, Partidos políticos, medios de comunicación, y un largo etcétera, no hablan de la Constitución, tanto que parece oportuno recordar la más famosa, la de 1812, el primer Código español que declaró la Soberanía Nacional y reconoció las libertades individuales, junto a la preciosa ciudad donde se redactó y promulgó: Cádiz, la ciudad más antigua de Occidente, fundada en 1004 a.C. «Tacita de Plata», «Salada claridad».

El proceso fue largo, tras el bochornoso engaño de Bayona, con los Reyes Carlos IV y María Luisa de Parma obligados a permanecer en Francia. Fernando, príncipe de Asturias, internado en Valençay, nombrado por el astuto Napoleón rey de España a José Bonaparte, después, ya sabemos, disolución de Las Cortes por Jovellanos, cruenta Guerra de la Independencia, y Cádiz, «la única ciudad no hollada por la bota francesa» intensamente bombardeada por los navíos de Soult, superpoblada de refugiados, azotada por epidemia, que aún tenía el humor, «la guasa gaditana» de burlarse del enemigo cantando tanguillos:

De las veinte granadas que Soult envía
se quedan diecinueve en la Bahía
y con las bombas que tiran los fanfarrones,
se hacen las gaditanas tirabuzones.

Los defensores de los derechos constitucionales prestan apoyo a los muchos diputados que habían llegado a la ciudad, y éstos, el 24 de septiembre de 1810 se reúnen en la Isla de León, primero, y en el Oratorio de San Felipe Neri, después, para redactar la nueva Constitución, un total de 304 electos, al frente Muñoz Torrero, rector de Salamanca, Argüelles, Istúriz, Capmany, Mejía Lequerica y alguno más, los llamados «diputados doceañistas».

El 18 de agosto de 1811 se presenta un proyecto básicamente liberal y Muñoz Torrero lanza una dura advertencia: «Quiero que nos acordemos que formamos una sola Nación no un agregado de varias naciones».

Los debates entre liberales, absolutistas y americanos en rebeldía, fueron largos, duros y encendidos hasta llegar a una resolución definitiva, que se promulga el 19 de marzo de 1812.

¡Por fin ha nacido la Constitución!, gritaban jubilosos y de nuevo surge el ingenio español. Alguien dijo: ¿No ha nacido el día de San José? Pues llamémosla Pepa. Y como LA PEPA, quedó para siempre.

La Constitución de 1812 fue una de las más adelantadas de Europa, abolió privilegios económicos, políticos, pero no la esclavitud y no mencionó a las mujeres, proclamó la soberanía nacional y el sufragio masculino, la separación de poderes y la libertad de imprenta, suprimió la Inquisición, reconoció la religión católica como oficial y definió los deberes del patriota: Amor a la Patria, defenderla con las armas, ser justos y benéficos y contribuir a los gastos del Estado. Un cambio radical que se puede catalogar como el primer Estado de Derecho de España.

Aunque el mentiroso y nefasto Fernando VII, la derogara en 1814, y durante unos años resurgiera un anacrónico absolutismo, a su muerte, por fortuna, vuelve la Constitución, y se promulgan otras, pero siempre basadas en La Pepa, reforzándola.

¿Y ahora estamos otra vez dándole vueltas?

Facsímil conservado en el Senado de España

© Isabel Martínez.

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