martes, 13 de noviembre de 2018

Malena Teigeiro: El broche


De edad próxima a considerarse una solterona, Marcia, piel aceitunada, delgada y no muy alta, regenta la joyería heredada de sus padres. Cuando lo vio entrar dejó al cliente que estaba atendiendo y se dirigió a él. Era alto, la edad parecida a la suya y negros ojos, brillantes como espejos. Con una delicada sonrisa, pidió que le mostrara el broche con el zafiro del escaparate, ése que representaba el Joyero de la Cruz del Sur. El hombre, con la joya entre los dedos, le daba vueltas sin decidirse. ¿Era joven o mayor la persona a quién iba a regalárselo? Él, entrecerrando los párpados, le sonreía. Es para mi madre. Coqueta, ladeó la cabeza. ¿De qué color son sus ojos? Verdes. Entonces le mostraré otro con esmeraldas.

—Prefiero éste que es el color de su mirada.

—Perdón. Le entendí que era verde.

—La de ella sí, la suya no —le acercó la joya a la mejilla.

Aquella fue la primera mentira. Tiempo después supo que su madre había fallecido al darle a luz, y que de la mujer con la que andaba, ni siquiera conocía el color de sus pupilas. Continuó envolviéndola con engaños, uno tras otro, hasta que conseguir vivir con ella. Meses después, le dijo que se iba, que seguir juntos le hastiaba. Que deseaba a otra. Metiéndose la mano en el bolsillo, sacó un estuche. Era el broche. Ante su asombro, le contó que había acudido a la joyería por una apuesta. ¿Una apuesta?

—Sí, conseguir vivir contigo durante seis meses. Y ya han pasado siete.

La miraba divertido. Sujetándole la mano,  le colocó el estuche en la palma. Toma, dijo, te lo has ganado. Abrió la puerta y se fue.

Desde que la ha abandonado, y sin que él se dé cuenta, lo vigila, lo sigue. Un anochecer lo ve entrar en el jardín de otra mujer. Agazapada entre los arbustos, atraviesa con rabia los cristales y contempla cómo se aman, hasta que, al amanecer, él se marcha. Detrás de él regresa la noche siguiente y la otra. Aquella madrugada escucha los llantos de la mujer. Al abrirse la puerta y lo ve aparecer. Se gira y le grita que no quiere verla nunca más. ¡Otra vez lo había hecho! Lo ve como, satisfecho, se sube el cuello del abrigo. La luz de la Cruz del Sur lo tiñe de plata, iluminándolo como si fuera el más potente de los faros. Mira al cielo mientras baja los escalones silbando. Camina por el jardín. Se detiene delante de su escondite para encender un cigarro sonriente. Ella, rabiosa se levanta y con una piedra le golpea la cabeza.

Huyó.

Por la mañana, una dependienta de la joyería le muestra una foto en el periódico. ¿No era el que había vivido con ella?, dice. En voz alta lee la noticia.

Un conocido industrial de la zona, sufrió anoche un trágico accidente. Los altos niveles de alcohol en sangre hacen suponer que había tropezado con la piedra con la que al caer se golpeó la cabeza.

Le estaba bien empleado por la forma en que la trató. La joven le acaricia la mejilla. Ella, angustiada, llora. ¿Tanto te duele aún? Baja la cabeza y le ruega que la acompañe a visitarlo. En el hospital les dijeron que el golpe le produjo un traumatismo cráneo encefálico, del que no se recuperaría y que no le permitía volver a hablar. Que tenía una lesión que le afectaba a la médula espinal y a la retransmisión de las órdenes al cerebro que le convertía en tetrapléjico. Ella les contó que se amaban, que pensaban contraer matrimonio. Que no le importaba su estado y que le permitieran cuidarlo. A partir de entonces, un atardecer tras otro lo visitaba, lo acariciaba, le susurraba amorosas palabras. Hasta que consiguió que la dejaran llevárselo a casa.

Una mañana la ambulancia atraviesa su jardín. Los enfermeros lo instalan en la habitación que le había preparado. Desde entonces, lo lava, le introduce la comida en la sonda, lo saca de paseo. Todos en la pequeña ciudad alaban su amor por él. Era feliz. Sin embargo, y no sabe por qué, cada vez que lo desnuda, cada vez que sostiene entre sus manos lo que en sus momentos felices él, lascivo, le mostraba susurrando que su joya estaba preparada para penetrar en su joyero, le parece ver en el fondo de sus pupilas una lucecita de odio. ¿La habrá visto golpearlo?


© Malena Teigeiro

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