De edad próxima a considerarse una
solterona, Marcia, piel aceitunada, delgada y no muy alta, regenta la
joyería heredada de sus padres. Cuando lo vio entrar dejó al cliente que
estaba atendiendo y se dirigió a él. Era alto, la edad parecida a la
suya y negros ojos, brillantes como espejos. Con una delicada sonrisa,
pidió que le mostrara el broche con el zafiro del escaparate, ése que
representaba el Joyero de la Cruz del Sur. El hombre, con la joya entre
los dedos, le daba vueltas sin decidirse. ¿Era joven o mayor la persona a
quién iba a regalárselo? Él, entrecerrando los párpados, le sonreía. Es
para mi madre. Coqueta, ladeó la cabeza. ¿De qué color son sus ojos?
Verdes. Entonces le mostraré otro con esmeraldas.
—Prefiero éste que es el color de su mirada.
—Perdón. Le entendí que era verde.
—La de ella sí, la suya no —le acercó la joya a la mejilla.
Aquella fue la primera mentira. Tiempo
después supo que su madre había fallecido al darle a luz, y que de la
mujer con la que andaba, ni siquiera conocía el color de sus pupilas.
Continuó envolviéndola con engaños, uno tras otro, hasta que conseguir
vivir con ella. Meses después, le dijo que se iba, que seguir juntos le
hastiaba. Que deseaba a otra. Metiéndose la mano en el bolsillo, sacó un
estuche. Era el broche. Ante su asombro, le contó que había acudido a
la joyería por una apuesta. ¿Una apuesta?
—Sí, conseguir vivir contigo durante seis meses. Y ya han pasado siete.
La miraba divertido. Sujetándole la
mano, le colocó el estuche en la palma. Toma, dijo, te lo has ganado.
Abrió la puerta y se fue.
Desde que la ha abandonado, y sin que él
se dé cuenta, lo vigila, lo sigue. Un anochecer lo ve entrar en el
jardín de otra mujer. Agazapada entre los arbustos, atraviesa con rabia
los cristales y contempla cómo se aman, hasta que, al amanecer, él se
marcha. Detrás de él regresa la noche siguiente y la otra. Aquella
madrugada escucha los llantos de la mujer. Al abrirse la puerta y lo ve
aparecer. Se gira y le grita que no quiere verla nunca más. ¡Otra vez lo
había hecho! Lo ve como, satisfecho, se sube el cuello del abrigo. La
luz de la Cruz del Sur lo tiñe de plata, iluminándolo como si fuera el
más potente de los faros. Mira al cielo mientras baja los escalones
silbando. Camina por el jardín. Se detiene delante de su escondite para
encender un cigarro sonriente. Ella, rabiosa se levanta y con una piedra
le golpea la cabeza.
Huyó.
Por la mañana, una dependienta de la
joyería le muestra una foto en el periódico. ¿No era el que había vivido
con ella?, dice. En voz alta lee la noticia.
Un conocido industrial de la zona,
sufrió anoche un trágico accidente. Los altos niveles de alcohol en
sangre hacen suponer que había tropezado con la piedra con la que al
caer se golpeó la cabeza.
Le estaba bien empleado por la forma en
que la trató. La joven le acaricia la mejilla. Ella, angustiada, llora.
¿Tanto te duele aún? Baja la cabeza y le ruega que la acompañe a
visitarlo. En el hospital les dijeron que el golpe le produjo un
traumatismo cráneo encefálico, del que no se recuperaría y que no le
permitía volver a hablar. Que tenía una lesión que le afectaba a la
médula espinal y a la retransmisión de las órdenes al cerebro que le
convertía en tetrapléjico. Ella les contó que se amaban, que pensaban
contraer matrimonio. Que no le importaba su estado y que le permitieran
cuidarlo. A partir de entonces, un atardecer tras otro lo visitaba, lo
acariciaba, le susurraba amorosas palabras. Hasta que consiguió que la
dejaran llevárselo a casa.
Una mañana la ambulancia atraviesa su
jardín. Los enfermeros lo instalan en la habitación que le había
preparado. Desde entonces, lo lava, le introduce la comida en la sonda,
lo saca de paseo. Todos en la pequeña ciudad alaban su amor por él. Era
feliz. Sin embargo, y no sabe por qué, cada vez que lo desnuda, cada vez
que sostiene entre sus manos lo que en sus momentos felices él,
lascivo, le mostraba susurrando que su joya estaba preparada para
penetrar en su joyero, le parece ver en el fondo de sus pupilas una
lucecita de odio. ¿La habrá visto golpearlo?
© Malena Teigeiro
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