Siempre
he soñado con emular a Josephine Baker tanto en el baile como en la
filantropía. Me hubiese gustado alcanzar la fama como cantante, actriz,
bailarina y que el gran público cayera rendido a mis pies.
Al
no tener el cuerpo escultural necesario para ser contratada en el mejor cabaret
de París, ni la garganta adecuada, ni el don indispensable para ejercitar las
bellas artes, no me quedó más remedio que adoptar como ella a una docena de
niños, cuando tenía treinta años y sin visos de casarme.
Los
quiero muchísimo, pero en honor a la verdad, en aquella época prefería a los
mayores de cuarenta años, pero nunca tuve el coraje de convertir mi hogar en
una mancebía.
Tampoco
tuve la oportunidad de trocarme en un gran héroe al salvar a los pasajeros de
un avión en llamas. Ni de activar una bomba y ser la única responsable de una
gran masacre. Ni de salir en televisión contando la historia de mi vida.
Lo
más que he conseguido es envejecer con gracia, que los hijos me llevaran a una
Residencia y oír a quienes cuidan de mí:
‒Es
muy callada, muy buena.
©
Marieta Alonso Más
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