sábado, 1 de diciembre de 2018

Amantes de mis cuentos: ¡A trabajar!




Sentado en su sitio de pensar, a la orilla del río, aguardó a que salieran esas grandes ranas llamadas «rana-toro» y que esta mañana no se dejaban sentir. Sus ancas eran muy apreciadas en el restaurante de lujo que había a la salida del pueblo. A él también le gustaban, pero no las comía por placer sino por necesidad.


Levantó la vista y contempló algo insólito, una rama a punto de caer cargada de gotas de rocío. Parecían ser las lágrimas que nunca había derramado, y se estremeció al ver reflejadas tantas margaritas que desde la tierra coqueteaban con ese espejo que era el agua.


Una gota y otra gota, una fila de gotas que le miraban directamente a los ojos, le pedían que tomara una decisión, que así no podía continuar. Debía salir en busca de un porvenir antes de que en el pueblo comenzaran las murmuraciones. Los vecinos no se andaban con miramientos.


Como siga así voy a dar en loco, pensó. Y se entretuvo haciendo cabrillas, ese pasatiempo sobre el que hasta Homero escribió.


La cabeza le echaba humo de tanto pensar. ¡Qué hacer! Si no tenía oficio ni beneficio. Le gustaba escalar montañas, pescar, leer. Quizás podría pedir trabajo en el restaurante de lujo, era amigo del jefe de compras, pero ¿para qué? Para fregar. No. Era preferible seguir cazando patos, ranas, lagartos…


Al ser hijo de un matrimonio distante que no llegaron al divorcio por no tomarse la molestia de solicitarlo, y que se largaron a vivir su vida sin comentarlo con nadie, quedó solo en su cuna. Su llanto alertó a la vecina, una solterona de vientre retumbante y hermosos sentimientos que, echando peste de sus padres, se hizo cargo del crío.


Al cumplir dieciocho años, a punto de entrar en la Universidad, murió quién siempre le animaba a instruirse, a trabajar… y le aconsejaba que fuera un hombre de bien. Pero tras el entierro, dejó los estudios y se escondió en aquella choza que le había dejado en herencia. De eso pasaron cinco años.


Ayer escuchó a una moza del pueblo decirle a otra: Me gusta mucho. Es ancho de espaldas, resuelto, firme de andares, de buena talla y si se da la vuelta es guapo a rabiar, hasta sueño con él, pero dice mi madre que mucho se teme que sea un vago redomado.


Que pensara eso de él la chica más bonita de toda la comarca, le hizo vibrar, pero que la madre, con lo que influyen en las hijas dijera eso, no lo podía consentir. Tendría que ponerle remedio.




© Marieta Alonso Más

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