Aquella noche, el ambiente
estaba muy tranquilo en la ladera de la montaña que albergaba la Escuela de
Metal Control. Suki apoyó los codos desnudos en el alféizar de la ventana e
inspiró con los ojos cerrados, para después clavar la vista en el horizonte. La
guerra había terminado hacía tiempo. Zuko era el nuevo señor del Fuego y los
Cuatro Reinos afrontaban una nueva era de paz y prosperidad. Pero eso no
calmaba el corazón de la
joven.
Suki frunció los labios
mientras se volvía hacia la cama, pensativa. Sin embargo, le sorprendió ver que
el hueco de Sokka estaba vacío, como el suyo. Alerta, la muchacha se irguió y
avanzó un par de pasos hacia el interior de la habitación.
–¿So… Sokka? –llamó,
insegura, mientras sus ojos castaños se desplazaban rápidamente de una esquina
a otra del silencioso dormitorio. Solo se escuchaba el suave rumor de la brisa
agitando las cortinas de seda tras su espalda. Suki adelantó otro paso y adoptó
una postura defensiva. El corazón le bombeaba cada vez más rápido a causa del
pánico. La puerta estaba cerrada y ella estaba sola en la oscuridad… ¿O no?
Fue apenas un murmullo sordo.
Un roce de algo contra la tarima de madera tras ella, entre el marco de la
ventana y su posición. Suki inspiró hondo y ladeó apenas la cabeza para
escuchar con más atención, pero el sonido no se repitió. En cambio, la joven
creyó ver una sombra mínima proyectada por la luz de la luna justo unos metros
más allá, junto a la pared de madera. El rostro de Suki se torció en una mueca
socarrona. Así que creía que podría pillarla desprevenida…
Aparentando bajar la guardia,
la muchacha guerrera alzó la cabeza del todo, se echó el pelo hacia atrás con
una mano y avanzó despacio hacia el otro extremo de la habitación. Supo que la
otra persona mordía el cebo en cuanto escuchó el suelo crujir tras ella. Sin
embargo, mantuvo el rumbo hasta que percibió vibrar el aire a apenas unos
milímetros de su hombro izquierdo. Entonces, agachó el torso con rapidez, tomó
a su acosador por la muñeca derecha y se la retorció por la espalda antes de
empujarlo contra la pared.
–¡Ay! ¡Suki! ¡Vale! ¡Me
rindo!
La joven sacudió la cabeza
con una risita antes de forzar a Sokka a darse la vuelta y cambiar la posición
de sus brazos: situó un codo contra su pecho mientras la mano opuesta se
situaba en las lamas de madera, sirviendo de punto de apoyo. El resto de su
cuerpo contribuía a mantenerlo inmovilizado sin esfuerzo.
–Sigo sin adivinar qué te
proponías, Sokka. Pero está claro que no estás a mi nivel aún –ironizó la
guerrera Kyoshi.
Sokka rio por lo bajo antes
de ceñir un brazo alrededor de la cintura de su amante.
–Tenía que intentarlo… –se
excusó a medias–. Aunque debí suponer que serías una rival dura de roer.
Ella mostró media sonrisa de
aceptación del cumplido antes de besarlo sin prisa. Sus manos la acariciaban,
ella quiso que aquel momento fuese eterno cuando volvieron a estar entre las
sábanas. Pero, cuando terminaron, la muchacha se quedó observando la luna con
aire distante.
–Suki –la llamó Sokka,
mientras acariciaba su corto cabello caoba con los dedos–. ¿Va todo bien?
Ella tardó en responder.
Cuando lo hizo, sus labios mostraban una tensa sonrisa que no alcanzó a sus
ojos.
–No me gusta pensar que
tendré que separarme de ti mañana… Hasta quién sabe cuándo –admitió, pesarosa.
Sokka le acarició la mejilla y ella enlazó sus dedos con los de él, tiernamente–.
¿Hasta cuándo tendremos que vivir separados, Sokka?
Él tragó saliva y apartó la
mirada. Tampoco quería pensar en ello. Por todos los… ¡acababan de hacer el
amor! ¿tenían que hablar de ello en aquel instante? El joven guerrero solo
contaba los minutos y segundos hasta que Suki volvía a sus brazos, una vez cada
varias semanas o meses, pero seguía manteniendo la fe en lo que ambos sentían.
La miró de nuevo. ¿Y ella?
–Suki –preguntó, bajando la
mano desde su mejilla hasta su cuello con aire distraído–. ¿Tú…? –se
interrumpió, algo cohibido–. Bueno, ya sabes…
El semblante de la joven, al
oír aquello, se suavizó como por ensalmo. No habían hablado apenas de… eso…
pero, si algo tenía claro, era que durante el tiempo que sus obligaciones
respectivas los mantenían separados, ella no pensaba en nadie más.
–Creo que sí… –confesó ella,
antes de corregirse con rapidez–. Sí, claro que sí, qué tontería. Tú has sido
el único del que me he enamorado, Sokka. Y da igual lo lejos que estemos. Sé
que eso no cambiará.
Él pareció aliviado ante su
respuesta, aunque comenzase siendo un poco insegura. Con dulzura, besó la
frente de la muchacha y la abrazó.
–Yo también te quiero, Suki
–confesó con emoción contenida–. Y quiero que estemos juntos. Aunque… Ahora
todo sea confuso y nos obliguen a estar lejos… Sé –en el fondo de su corazón lo
creía, aunque pareciese un disparate– que cuando todo se calme lo lograremos.
Suki sonrió.
–Mientras tanto, vendré a
arrancarte de los brazos de Toph todo lo que pueda –bromeó, ante la mirada
escandalizada de él.
–¿¿Toph?? –boqueó,
incrédulo–. Pero, ¿es que te has vuelto loca? Yo nunca… O sea…
Su amante se rio y lo besó
para que dejase de tartamudear. Permanecieron así largo rato, deseando que cada
segundo fuese eterno, hasta que Suki volvió a acurrucarse contra el pecho de
Sokka y volvió a clavar la vista en el exterior de la ventana, ahora con una
sonrisa. Poco después, ambos se durmieron plácidamente en los brazos del otro.
Si el día siguiente tenía que traer una nueva separación, que así fuera. Porque
eso significaba que otro reencuentro estaría por llegar a partir de ahí…
¿verdad?
© Paula de Vera García
(Imagen:
sqbr, DeviantArt, «Sokka and Suki»; inspiración: Sokka y Suki, «Avatar: la
leyenda de Aang»)
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