Era un bebé precioso que
desde muy temprano comenzó a mirar fijamente todo lo que le rodeaba. Tenía
dificultades para mamar y su madre daba grititos que le hacían reír cada vez
que tiraba de ella, eso no fue nada comparado con lo que hacía cuando le
salieron los dientes.
Juguete que caía en sus manos
lo rompía para ver qué tenía dentro. Los berrinches duraban poco, sus padres
les complacían enseguida, porque, aunque las paredes estaban insonorizadas no
querían que los vecinos le oyesen llorar.
Cada vez que su padre le pedía
un beso, se acercaba humildemente y con la mejilla a mano le pegaba un
mordisco. Luego, con carita de ángel, sonreía. A su madre casi la ahorcó un día
que comenzó a tirarle de una cadena al cuello. Era imposible que tuviera tanta
fuerza.
Nunca le regañaban y mucho
menos le daban una nalgada, por supuesto.
Los padres esperaban con
ansia la entrada en la guardería, a ver si allí lograban que entrase en vereda.
No hubo necesidad. Era el niño más sociable, más risueño, más encantador, más
besucón de todos los que había pasado por allí.
A los cinco años prendió
fuego a la alfombra delante de la chimenea para ver los colores de la lumbre
esparcidos por el suelo. Cuando aprendió a montar en velocípedo no usaba los
frenos, para qué, si las paredes de su casa servían lo mismo. El jardín pasó a
mejor vida, cuando pisoteó todo lo que había a su paso.
No había semana que no lo
tuvieran que llevar al ambulatorio con brechas que necesitaban puntos. Hasta
que denunciaron a los padres por maltrato infantil.
El niño les defendió como
todo un abogado, ante el juez. Sus padres le adoraban, jamás le habían pegado,
ni siquiera regañado, en cambio, lo enfermeros sí le hacían daño cada vez que
le curaban. Ellos eran los maltratadores.
Nerviosos los padres ante tantos
descalabros pidieron ayuda a una psicóloga que se sentó con él a charlar.
‒¿Por qué eres tan travieso y
pícaro?
Sonrió y al poco rato se le
oyó decir:
‒Me gusta jugar y hacer
bromas.
‒¿A ver, cuéntame, por qué te
portas tan bien en la calle?
‒No pretenderá que me comporte
igual de mal en la calle a como lo hago en mi casa. Yo soy un niño feliz
haciendo trastadas donde me lo permiten.
© Marieta Alonso Más
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