miércoles, 11 de diciembre de 2019

Socorro González-Sepúlveda Romeral: Transición




Tenía trece años cuando ocurrió, su madre había muerto un año antes, pero aquello nada tuvo que ver. Fue la naturaleza la que provocó la transición. A la niña, que entonces era, todos aquellos cambios la cogieron desprevenida.

Los primeros indicios fueron las miradas de admiración dirigidas a su pelo abundante y dorado, que, hasta entonces, había llevado peinado con trenzas y lazos. Recuerda el sobresalto que le produjo la insinuación de sus pequeños pechos en los vestidos de niña que, de un día para otro, se quedaban cortos y estrechos. A pesar de que la habían advertido, ella se asustó con la primera regla al ver manchadas de rojo sus braguitas de algodón. Ante de mirarse en el espejo, sabía que tenía un rostro hermoso, pero aquel rostro era para ella el de una desconocida al que tuvo que acostumbrarse.

Aunque, partir de entonces, empezó a usar medias, zapatos de tacón, pintalabios y sujetador, signos externos que la hacían parecer mayor, no obstante, no controlaba sus sentimientos. Se ruborizaba por cualquier cosa y lloraba por menos. La entristecían los atardeceres, el frío y la pobreza. Se ensimismaba con frecuencia y le gustaba soñar.

Creyó estar enamorada unas cuantas veces. Primero de su primo, bastante mayor que ella, que la trataba como a una niña y la tiraba de las trenzas. Luego, de su profesor, no obstante, también creyó tener vocación de monja y se veía a sí misma cuidando enfermos o enseñando a leer a los niños en tierras de misiones.

Poco a poco, dejó de soñar y la realidad se impuso. Fueron las dificultades, que tuvo que superar lo que la convirtieron en una mujer adulta: las responsabilidades que asumió al vivir con su padre y sus hermanos, todos varones, sin referencias femeninas a su alrededor, tenía amigas y una tía soltera y muy beata, pero eso no contaba. Sentía el peso de tomar decisiones, que no correspondían a su edad.

Un día se levantó con la determinación de tomar las riendas de su vida. No podía dejar que las circunstancias decidiesen por ella. Dejó la casa, dejó la familia y dejó el pueblo, con dolor, nostalgia y hasta remordimientos. Quería trabajar y formarse, vivir de su trabajo, ser libre. Lejos de todos los que habían formado parte de su vida, sintió la soledad y el desaliento, pero no se arredró, sabía que solo podía contar con ella misma. Ya era toda una mujer.


© Socorro González- Sepúlveda


No hay comentarios:

Publicar un comentario