En el hotel del ejército de Central.
—¿Lo
tienes todo, Havoc? —quiso saber Mustang.
El rubio teniente le
guiñó un ojo a su camarada.
—Todo listo, general —sus
labios mostraron media sonrisa socarrona a la espalda de Mustang mientras este
terminaba de abrocharse la guerrera del uniforme—. Así que, ¿El mítico seductor
Roy Mustang se ha decidido a sentar la cabeza?
El aludido soltó una
risita gutural antes de girarse.
—Una oportunidad así
no puede dejarse escapar. ¿No crees?
La sonrisa mordaz de
Havoc se ensanchó.
—Apuesto a que
Elizabeth cae rendida en tus brazos sin apenas esfuerzo…
Al escuchar el nombre
de su amada, Roy camufló su nerviosismo tras una máscara de suficiencia.
—Créeme, Havoc. Sé que
lo hará.
Sin embargo, mientras
ambos salían del dormitorio del hotel y bajaban las escaleras, Mustang sentía
las rodillas temblarle como pocas veces en su vida. Porque su última afirmación
era una mentira tan grande como todo el Cuartel General de Central.
—Bueno, tío. Te dejo. Hay cosas que organizar…
—se despidió Havoc con un guiño en cuanto salieron a la calurosa acera—. ¿A las
ocho?
Roy asintió.
—A las ocho. Y no
olvides lo que hemos hablado.
Havoc sonrió,
misterioso.
—No se me ocurriría.
¡Hasta luego!
Mustang observó
alejarse a su todavía subordinado con una expresión casi rayana en la ternura.
Cuando se había recuperado, Havoc había aceptado volver a la brigada de Roy y
ayudar en Ishval. Pero ahora, dos años después, en tiempos de paz, el joven
teniente empezaba a plantearse la vida civil como una posibilidad en firme.
Y sí: había una amiga
de Riza que tenía cierta culpa al respecto. Pero, aunque quisiera, Roy no podía
sentirse molesto. Él ni podía ni quería permitirse tomar esa decisión. Sin
embargo, entendía que sus allegados lo hicieran si se daba la oportunidad. Porque
había descubierto que amar sin miedo era una de las mejores experiencias de su
vida.
Roy sonrió al evocar
algunos de sus mejores recuerdos en pareja de aquellos dos años. Además, sin
quererlo, su mente volvía cada poco a la pequeña cajita negra que Havoc se
había guardado a buen recaudo. Por un instante, maldijo su posible
precipitación. ¿Y si solo era un rumor? O lo que era peor… ¿Y si ella lo mandaba
a paseo? Durante aquellos años habían asumido con tal naturalidad que ese
momento nunca llegaría, al menos sin tener que abandonar su vocación, que...
—¡General!
Tan absorto iba
ascendiendo las escaleras que Mustang casi no pudo frenar a tiempo y, sin pretenderlo,
alzó la nariz a apenas cinco centímetros de la de la teniente-coronel Hawkeye,
al tiempo que sus brazos cruzados chocaban con el pecho de él. Con una extraña
torpeza, ambos trastabillaron y solo los rápidos reflejos de él consiguieron
que los documentos que la joven llevaba abrazados no se deslizaran hasta el
suelo.
—Teniente-coronel —se
aturulló él, sin casi pretenderlo—. Disculpe mi torpeza…
—No, por favor,
discúlpeme usted, general —replicó ella, apartando un mechón de su rebelde
flequillo—. No iba mirando.
Como dos idiotas, se
miraron y se sonrieron, dejando que un silencio cargado de intenciones
reprimidas fluyera entre los dos. Roy sentía que le quemaban las yemas de los
dedos; deseando rozar, aunque solo fuese un centímetro, de su piel. Riza, por
su parte, añoraba su boca como una fruta prohibida. Entreabrió los labios, dejó
que el magnetismo entre ellos empezase a obrar su magia, se aproximó…
Y enseguida tuvieron
que separarse como si se dieran calambre, carraspeando de forma ostentosa y rompiendo
bruscamente el contacto visual, cuando tres oficiales pasaron junto a ellos sin
apenas dirigirles más que un saludo formal.
—¿Todo listo para la
gran fiesta, entonces? —preguntó Hawkeye, como de pasada.
—Sí, todo está
preparado. Apenas faltan unos retoques —replicó Mustang en tono casual, como si
hablaran del tiempo que hacía—. He tenido que enviar a Havoc a hacer las
últimas comprobaciones, pero creo que será un evento memorable.
Riza sonrió y desvió
la mirada hacia la cristalera más cercana, fijando sus ojos castaños en algún
punto del jardín.
—Es extraña la paz que
se respira últimamente. No cree, ¿general?
Roy entrecerró los
ojos, observando su perfil con detenimiento.
—En efecto —corroboró,
camuflando la súbita alteración de su pulso situando las manos a su espalda,
aferradas la una a la muñeca de la otra con cierta fuerza—. Grumman está
haciendo un buen trabajo.
Riza giró apenas la
barbilla para enfocarlo con interés.
—¿Cree que será su
candidato, general?
Roy soltó un bufido
cargado de ironía.
—¿Quién sabe? —dejó
caer—. Armstrong también es una estupenda candidata. Aunque —agregó, girándose
para mirarla con una intensidad que hizo estremecer a la joven rubia—, si
asciendo a Capitán General quiero hacerlo como es debido.
—¿Qué quiere decir,
general?
Roy mostró media
sonrisa salpicada de dulzura, solo visible para su amante.
—Ningún gran hombre
llega lejos si no es con una gran mujer a su lado —afirmó en voz baja, haciendo
que el ritmo cardiaco de Hawkeye alcanzara casi los doscientos latidos por
minuto—. ¿Puedo pedirle salir esta noche, teniente-coronel? La ciudad está de
fiesta y me siento animado… ¿Qué dice?
«Uf», se relajó Riza.
Por un instante, aunque lo deseara, creía que se iba a declarar allí mismo. O
quizá no se había enterado. No obstante, a pesar del mordisco de dulce ansiedad
que sentía en las entrañas cada vez que recordaba la portada del periódico de
Maria, la joven optó por mostrar su mejor pose de seducción, mirándolo de lado
y haciendo aletear sus pestañas:
—¿Qué dirá Elizabeth? —inquirió
con cautela.
Roy chasqueó la lengua
con diversión.
—No se preocupe,
teniente-coronel. No es una mujer celosa.
Riza camufló una
sonrisa ante el cumplido.
—Es usted afortunado,
general —le indicó con suavidad—. Aun así, tengo un compromiso que no puedo
eludir… Lo siento.
Roy compuso un gesto
de decepción, a todas luces falso.
—¡Oh, qué lástima! —pronunció
con aparente aflicción—. Aunque también será afortunado aquel con quien se haya
citado, sin duda.
Riza apenas fue capaz
de camuflar su diversión mientras sacudía su flequillo y sorteaba al general
por su derecha, sin perder el contacto visual del todo con sus ojos de color
azabache.
—Eso espero, general
Mustang —apuntó en voz muy baja, solo para él—. Y ahora, si me permite…
Roy tuvo que apretar
los puños para evitar hacer una locura cuando el suave perfume de su amante
ascendió a su alrededor, llegando a estremecer todos sus sentidos y a hacerlo
temblar de expectación.
Pero aún no era el momento.
Así pues, con
educación, asintió, ambos se despidieron con el saludo militar y una emocionada
Riza Hawkeye se deslizó de inmediato hacia las escaleras, conteniendo a duras
penas el impulso de saltar los escalones de dos en dos mientras una sola idea
machaba su enamorada mente:
«Por favor, que se
haya enterado de la noticia».
Porque ni siquiera
ella terminaba de creer que pudiese ser real.
Horas más tarde, a la caída del sol…
El callejón en el que
se encontraba el punto de encuentro estaba ubicado en el sector cinco. Algo
apartado del tránsito habitual, pero no lo suficientemente en penumbra como
para que el cartel de la puerta no brillase bajo las farolas con un extraño
esplendor. Riza suspiró y lo observó las letras negras sobre fondo dorado: el
nombre del local... Y de su propietaria.
—Una señorita de bien
no debería pasearse por estos barrios —oyó susurrar entonces a una voz que
conocía de sobra, justo a sus espaldas—. Es peligroso.
—Tampoco debería
hacerlo un hombre decente y aquí está usted, general —ronroneó ella mientras se
volvía, ciñendo los brazos sobre el abrigo y observándolo desde debajo del ala
de su pequeño sombrero—. ¿No le preocupa su reputación?
—Menos de lo que
debería —admitió él, siguiendo la broma.
Por un instante, los
dos se sostuvieron la mirada, sin decir nada más. Hasta que él arrancó a reír
sin poder evitarlo y ella lo secundó. Después, Roy salvó de dos pasos la
distancia que los separaba y la tomó por la cintura. Como si fuesen polos
opuestos, sus labios se atrajeron con la intensidad que da liberarse por fin de
la contención, tras todo un día separados. Riza hundió sin dudarlo los dedos en
su cabello oscuro mientras su lengua recordaba sin descanso cada detalle de la
de Roy. A aquella hora, ya les daba igual que estuvieran en la calle… Y más si
la noticia del decreto de Grumman era cierta.
Acalorada, Riza se
separó enseguida de Roy, buscando recuperar el aliento y la lucidez cuanto
antes, pues todo le parecía un sueño. Por el contrario, su acompañante mostraba
una actitud curiosamente serena que no cambió mientras sonreía, le tendía un
brazo y ella se dejaba acompañar al interior del “Madam Christmas” con el
corazón acelerado.
Tras la destrucción de
su pequeño bar en la guerra contra los homúnculos y su ayuda al bando de su
hijo adoptivo, Mustang había solicitado a Grumman una compensación por los
daños sufridos. Y este, sin dudarlo, había entregado a la anciana un nuevo
local el doble de grande, con dos pisos de dormitorios sobre el mismo para
alojar a las chicas exiliadas durante el conflicto. De ahí que en cuanto una
silueta menuda y chillona vestida de morado se lanzó en su dirección, Roy no se
sorprendiera lo más mínimo.
—¡Roycín!
—Hola, Vanessa —la
correspondió él con un cálido abrazo—. Cuánto tiempo.
© Paula de Vera García
(Historia en 3 capítulos inspirada en Roy Mustang y Riza
Hawkeye, “Full Metal Alchemist: Brotherhood”. Imagen: Wallpaper Flare,
fotograma del anime)
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