sábado, 17 de octubre de 2020

Paula de Vera García: Amemos en libertad #2 – Sospechas, deseos y decisiones (Roy & Riza)




En el hotel del ejército de Central.






—¿Lo tienes todo, Havoc? —quiso saber Mustang.


El rubio teniente le guiñó un ojo a su camarada.


—Todo listo, general —sus labios mostraron media sonrisa socarrona a la espalda de Mustang mientras este terminaba de abrocharse la guerrera del uniforme—. Así que, ¿El mítico seductor Roy Mustang se ha decidido a sentar la cabeza?


El aludido soltó una risita gutural antes de girarse.


—Una oportunidad así no puede dejarse escapar. ¿No crees?


La sonrisa mordaz de Havoc se ensanchó.


—Apuesto a que Elizabeth cae rendida en tus brazos sin apenas esfuerzo…


Al escuchar el nombre de su amada, Roy camufló su nerviosismo tras una máscara de suficiencia.


—Créeme, Havoc. Sé que lo hará.


Sin embargo, mientras ambos salían del dormitorio del hotel y bajaban las escaleras, Mustang sentía las rodillas temblarle como pocas veces en su vida. Porque su última afirmación era una mentira tan grande como todo el Cuartel General de Central.


 —Bueno, tío. Te dejo. Hay cosas que organizar… —se despidió Havoc con un guiño en cuanto salieron a la calurosa acera—. ¿A las ocho?

Roy asintió.


—A las ocho. Y no olvides lo que hemos hablado.


Havoc sonrió, misterioso.


—No se me ocurriría. ¡Hasta luego!


Mustang observó alejarse a su todavía subordinado con una expresión casi rayana en la ternura. Cuando se había recuperado, Havoc había aceptado volver a la brigada de Roy y ayudar en Ishval. Pero ahora, dos años después, en tiempos de paz, el joven teniente empezaba a plantearse la vida civil como una posibilidad en firme.


Y sí: había una amiga de Riza que tenía cierta culpa al respecto. Pero, aunque quisiera, Roy no podía sentirse molesto. Él ni podía ni quería permitirse tomar esa decisión. Sin embargo, entendía que sus allegados lo hicieran si se daba la oportunidad. Porque había descubierto que amar sin miedo era una de las mejores experiencias de su vida.


Roy sonrió al evocar algunos de sus mejores recuerdos en pareja de aquellos dos años. Además, sin quererlo, su mente volvía cada poco a la pequeña cajita negra que Havoc se había guardado a buen recaudo. Por un instante, maldijo su posible precipitación. ¿Y si solo era un rumor? O lo que era peor… ¿Y si ella lo mandaba a paseo? Durante aquellos años habían asumido con tal naturalidad que ese momento nunca llegaría, al menos sin tener que abandonar su vocación, que...


—¡General!


Tan absorto iba ascendiendo las escaleras que Mustang casi no pudo frenar a tiempo y, sin pretenderlo, alzó la nariz a apenas cinco centímetros de la de la teniente-coronel Hawkeye, al tiempo que sus brazos cruzados chocaban con el pecho de él. Con una extraña torpeza, ambos trastabillaron y solo los rápidos reflejos de él consiguieron que los documentos que la joven llevaba abrazados no se deslizaran hasta el suelo.


—Teniente-coronel —se aturulló él, sin casi pretenderlo—. Disculpe mi torpeza…


—No, por favor, discúlpeme usted, general —replicó ella, apartando un mechón de su rebelde flequillo—. No iba mirando.


Como dos idiotas, se miraron y se sonrieron, dejando que un silencio cargado de intenciones reprimidas fluyera entre los dos. Roy sentía que le quemaban las yemas de los dedos; deseando rozar, aunque solo fuese un centímetro, de su piel. Riza, por su parte, añoraba su boca como una fruta prohibida. Entreabrió los labios, dejó que el magnetismo entre ellos empezase a obrar su magia, se aproximó…

Y enseguida tuvieron que separarse como si se dieran calambre, carraspeando de forma ostentosa y rompiendo bruscamente el contacto visual, cuando tres oficiales pasaron junto a ellos sin apenas dirigirles más que un saludo formal.


—¿Todo listo para la gran fiesta, entonces? —preguntó Hawkeye, como de pasada.


—Sí, todo está preparado. Apenas faltan unos retoques —replicó Mustang en tono casual, como si hablaran del tiempo que hacía—. He tenido que enviar a Havoc a hacer las últimas comprobaciones, pero creo que será un evento memorable.


Riza sonrió y desvió la mirada hacia la cristalera más cercana, fijando sus ojos castaños en algún punto del jardín.


—Es extraña la paz que se respira últimamente. No cree, ¿general?


Roy entrecerró los ojos, observando su perfil con detenimiento.


—En efecto —corroboró, camuflando la súbita alteración de su pulso situando las manos a su espalda, aferradas la una a la muñeca de la otra con cierta fuerza—. Grumman está haciendo un buen trabajo.

Riza giró apenas la barbilla para enfocarlo con interés.


—¿Cree que será su candidato, general?


Roy soltó un bufido cargado de ironía.


—¿Quién sabe? —dejó caer—. Armstrong también es una estupenda candidata. Aunque —agregó, girándose para mirarla con una intensidad que hizo estremecer a la joven rubia—, si asciendo a Capitán General quiero hacerlo como es debido.


—¿Qué quiere decir, general?


Roy mostró media sonrisa salpicada de dulzura, solo visible para su amante.


—Ningún gran hombre llega lejos si no es con una gran mujer a su lado —afirmó en voz baja, haciendo que el ritmo cardiaco de Hawkeye alcanzara casi los doscientos latidos por minuto—. ¿Puedo pedirle salir esta noche, teniente-coronel? La ciudad está de fiesta y me siento animado… ¿Qué dice?


«Uf», se relajó Riza. Por un instante, aunque lo deseara, creía que se iba a declarar allí mismo. O quizá no se había enterado. No obstante, a pesar del mordisco de dulce ansiedad que sentía en las entrañas cada vez que recordaba la portada del periódico de Maria, la joven optó por mostrar su mejor pose de seducción, mirándolo de lado y haciendo aletear sus pestañas:


—¿Qué dirá Elizabeth? —inquirió con cautela.


Roy chasqueó la lengua con diversión.


—No se preocupe, teniente-coronel. No es una mujer celosa.


Riza camufló una sonrisa ante el cumplido.


—Es usted afortunado, general —le indicó con suavidad—. Aun así, tengo un compromiso que no puedo eludir… Lo siento.


Roy compuso un gesto de decepción, a todas luces falso.


—¡Oh, qué lástima! —pronunció con aparente aflicción—. Aunque también será afortunado aquel con quien se haya citado, sin duda.

Riza apenas fue capaz de camuflar su diversión mientras sacudía su flequillo y sorteaba al general por su derecha, sin perder el contacto visual del todo con sus ojos de color azabache.


—Eso espero, general Mustang —apuntó en voz muy baja, solo para él—. Y ahora, si me permite…


Roy tuvo que apretar los puños para evitar hacer una locura cuando el suave perfume de su amante ascendió a su alrededor, llegando a estremecer todos sus sentidos y a hacerlo temblar de expectación. 
Pero aún no era el momento.


Así pues, con educación, asintió, ambos se despidieron con el saludo militar y una emocionada Riza Hawkeye se deslizó de inmediato hacia las escaleras, conteniendo a duras penas el impulso de saltar los escalones de dos en dos mientras una sola idea machaba su enamorada mente:


«Por favor, que se haya enterado de la noticia».


Porque ni siquiera ella terminaba de creer que pudiese ser real.




Horas más tarde, a la caída del sol…



El callejón en el que se encontraba el punto de encuentro estaba ubicado en el sector cinco. Algo apartado del tránsito habitual, pero no lo suficientemente en penumbra como para que el cartel de la puerta no brillase bajo las farolas con un extraño esplendor. Riza suspiró y lo observó las letras negras sobre fondo dorado: el nombre del local... Y de su propietaria.


—Una señorita de bien no debería pasearse por estos barrios —oyó susurrar entonces a una voz que conocía de sobra, justo a sus espaldas—. Es peligroso.


—Tampoco debería hacerlo un hombre decente y aquí está usted, general —ronroneó ella mientras se volvía, ciñendo los brazos sobre el abrigo y observándolo desde debajo del ala de su pequeño sombrero—. ¿No le preocupa su reputación?


—Menos de lo que debería —admitió él, siguiendo la broma.


Por un instante, los dos se sostuvieron la mirada, sin decir nada más. Hasta que él arrancó a reír sin poder evitarlo y ella lo secundó. Después, Roy salvó de dos pasos la distancia que los separaba y la tomó por la cintura. Como si fuesen polos opuestos, sus labios se atrajeron con la intensidad que da liberarse por fin de la contención, tras todo un día separados. Riza hundió sin dudarlo los dedos en su cabello oscuro mientras su lengua recordaba sin descanso cada detalle de la de Roy. A aquella hora, ya les daba igual que estuvieran en la calle… Y más si la noticia del decreto de Grumman era cierta.


Acalorada, Riza se separó enseguida de Roy, buscando recuperar el aliento y la lucidez cuanto antes, pues todo le parecía un sueño. Por el contrario, su acompañante mostraba una actitud curiosamente serena que no cambió mientras sonreía, le tendía un brazo y ella se dejaba acompañar al interior del “Madam Christmas” con el corazón acelerado.


Tras la destrucción de su pequeño bar en la guerra contra los homúnculos y su ayuda al bando de su hijo adoptivo, Mustang había solicitado a Grumman una compensación por los daños sufridos. Y este, sin dudarlo, había entregado a la anciana un nuevo local el doble de grande, con dos pisos de dormitorios sobre el mismo para alojar a las chicas exiliadas durante el conflicto. De ahí que en cuanto una silueta menuda y chillona vestida de morado se lanzó en su dirección, Roy no se sorprendiera lo más mínimo.


—¡Roycín!


—Hola, Vanessa —la correspondió él con un cálido abrazo—. Cuánto tiempo.




© Paula de Vera García



(Historia en 3 capítulos inspirada en Roy Mustang y Riza Hawkeye, “Full Metal Alchemist: Brotherhood”. Imagen: Wallpaper Flare, fotograma del anime)



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