martes, 31 de agosto de 2021

Rabindranath Tagore: Si siembras...

 



Si siembras un grano de trigo, habrá más pan sobre la tierra.

Si cuidas una abeja, habrá más miel en el panal.

Si evitas una injusticia, habrá más justicia en el mundo.

Si cultivas un rosal, habrá más rosas en el jardín.

Si amas, habrá más amor en el mundo.

Si enciendes una vela, habrá más luz en la noche.

Si vives en la verdad, habrá menos mentira en el mundo.

Si cuidas un nido de golondrinas, habrá más golondrinas en primavera.

Si vives en libertad, habrá más libertad en el mundo.

Si irradias tu alegría, habrá menos tristezas en el mundo.

Si comienzas cambiando tú, ya estás cambiando el mundo.

Si creces tú como persona, habrá más humanidad en el mundo.


 

Rabindranath Tagore

 

domingo, 29 de agosto de 2021

Cristina Vázquez: Querido amigo

 


La luz mortecina obligaba a encender las lámparas desde por la mañana durante los meses de invierno. Con gesto desabrido, Eusebio se asomaba a mirar por la ventana el descuidado jardín al que daba su despacho. A ver si terminaban de una puñetera vez el nuevo edificio y ya podría instalarse en el lugar que le correspondía y no en este oscuro cuartucho.

La tímida llamada en la puerta de su secretaria, recién llegada, de buenas hechuras y dudosa eficacia, le sacó de sus pensamientos.

––Don Eusebio, el correo ––avanzó con docilidad hasta su mesa.

––Que no muerdo, gacelita, que no muerdo. Quita esa cara de susto ––le recriminó con sorna.

Torció el gesto al ver el sobre y lo abrió.

“Debo confesar que el otro día me costó reconocerte en la rueda de hombres que giraban, igual que un tiovivo desengrasado, en ese patio. Al pararte frente a mí, tras los cristales emplomados, pude reconocer en tu turbia mirada al hombre, al muchacho que fuiste. El resto: tu paso cansino, los hombros abatidos y la incipiente barriga, me alejaban del recuerdo que tenía de ti.

Quiero decirte que hago gestiones para que salgas. Ya falta menos, a lo mejor menos aún de lo que crees. Comprendo que hablarte de tiempos puede resultar cruel, pues supongo que la vivencia del mismo ha debido distorsionarse después de tantos años.

Si vuelves a la ciudad y no temes que la avalancha de recuerdos te sepulte, cuentas conmigo. No encontrarás nada igual a lo que recuerdas. Han quitado las barandillas del puente e impedido el paso. La maleza se apodera de todo y casi tapa los carteles de prohibido que se van despintando con las lluvias y el paso de los días.

Ya no es posible reconocer el sitio dónde vivimos los buenos momentos de la niñez y juventud. Hacíamos equilibrio sobre la barandilla, sudando de miedo animados por los otros. Allí fumamos los primeros pitillos y otras cosas, y llevábamos a las chicas con el intento de cumplir nuestros ardorosos deseos bajo la humilde arcada. ¿Te acuerdas? Nunca nos creímos que fuera un puente romano como afirmaba la abnegada doña Reme, que desperdició su conocimiento con nosotros.

Sé que en tu juicio no te ayudó mi declaración. Confundí algunos hechos y los horarios. Estábamos muy fumados y no pude justificar que estuvieras en mi casa a esa hora. Mi padre solo pudo jurarlo por mí. Ya sabes cómo era de autoritario, siempre pendiente del buen nombre y la reputación de la familia. Pero ahora desde mi puesto en la Consejería de Interior voy a remover tu caso. Han encontrado bajo el puente una chica desaparecida con las manos atadas sobre la cabeza y un zigzag de sangre en la frente. Yo impulsé la búsqueda dando orientaciones que los llevaran hasta ahí. Este nuevo crimen te exculpa.

Pudimos ser cualquiera de nosotros y todos a la vez. Éramos un solo elemento con diversas cabezas que se movía como una masa informe, llevada por impulsos y desafíos y a ti te tocó pagar por todos. Lo siento.

A los otros no los he vuelto a ver, José murió en un accidente, Perico y Jonás se largaron al extranjero y de los hermanos Ortúa no se sabe nada. Aunque te parezca horrible lo que te voy a decir, tú, al menos, tendrás la conciencia tranquila. Ya has purgado. Yo solo puedo dormir con somníferos, pues a medida que van pasando los años, se me aparece con más nitidez el momento. Los gritos de la chica, su pataleo, el ruido al caer desde la barandilla y cómo tuvimos la frialdad, pese a lo drogados que estábamos de atarla y hacerle el zigzag en la frente. Eso fue idea de Jonás.

Esta carta te llega sin censura, para eso estoy en este puesto, sino, no te podría contar todo esto y espero que entiendas el valor de la aparición de este nuevo crimen que te permitirá respirar libre otra vez.

Con afecto.

Eusebio.”

En el sobre sin abrir que le fue devuelto, escrito en tinta roja ponía:

Preso trasladado a psiquiátrico.

© Cristina Vázquez

viernes, 27 de agosto de 2021

MJ Pérez: La mentira (Parte II)

El padre Eustaquio no puso en duda ni por un segundo la historia de Juanita. Ana era culpable. La chiquilla sintió pánico. Por un lado, había metido a una chica a la que apenas conocía (y que suponía inocente) en un lío que podía costarle la vida. Por otro, si se retractaba quizás fuese ella la que sufriese las consecuencias de sus propias palabras.

 

Durante las semanas que duró la investigación se sintió enferma de remordimientos. Pero si alguien le preguntaba al respecto, mantenía la versión del extraño color del gato. En casa de la investigada, que había pasado a disposición de la Iglesia, solo vivía un animal gris que maullaba porque extrañaba a su compañera.

 

Las personas que antes le habían encargado que arreglase su ropa o les preparase alguna de sus deliciosas infusiones aseguraban que la tenían calada, que era una bruja de manual. Mientras, Ana se pudría en su prisión personal sin más compañía que sus propios pensamientos. Sin, embargo, y a pesar de no tener nada concluyente contra ella, la sentenciaron a morir en la hoguera.

 

Vestida como una hereje, la hicieron pasear por las calles del pueblo mientras le escupían y le lanzaba cualquier trozo de basura que tuvieran a mano. La costurera afrontaba los ataques con la cabeza en alto y la mirada orgullosa. Cuando llegó a la altura de Juana, que se aferraba desesperadamente a la madre de su madre, una sonrisa siniestra cubrió sus rasgos y la muchacha sintió más miedo que durante todo el proceso condenatorio.

 


 

Ana subió a la plataforma sin ayuda de nadie y dejó que la atasen al poste de madera mientras entrecerraba los ojos y seguía sonriendo, sin rastro de miedo en su semblante. Tras el acalorado discurso del padre Eustaquio encendieron la pira. Juana rezó para que durase poco, para que Ana acabase pronto de sufrir. Por dejar de sentir dolor ella misma.

 

Cuando la modista gritó y dejó caer la cabeza sobre el pecho, la chiquilla dejó escapar una lágrima silenciosa. Sin embargo, cuando todo pareció haber terminado, el fuego se avivó por sí solo y se volvió otro color. Del naranja encendido cambió a azul metálico para acabar disipándose por completo. Mudos de asombro, los habitantes del pueblo se quedaron perplejos al ver a Ana, completamente desnuda, elevarse sobre sus cabezas.

 

        —Y así, queridos vecinos, como muere un pueblo de ignorantes.

Flechas de hielo impactaron en las personas que abarrotaban la plaza del pueblo. Empezando por al padre Eustaquio y acabando por la propia Juana, que a pesar del sacrificio de su madre, había sido alcanzada en plena garganta se ahogaba en su propia sangre. Lo último que vio antes de morir fue al gato de Ana, un animal gris que le chupaba el rostro mientras su pelaje se volvía cada vez más púrpura.

 

FIN

 

© M.J. Pérez 

jueves, 26 de agosto de 2021

Emelina López: Dame de tus rosas



Autor: Ernesto Lecuona

Soprano: Emelina López 


La música es el corazón de la vida. Por ella habla el amor; sin ella no hay bien posible y con ella todo es hermoso. Franz Liszt

miércoles, 25 de agosto de 2021

Lugares de peregrinación: Varanasi o Benarés (India)

 



Se trata de una de las siete ciudades sagradas del hinduismo, así como para el jainismo y el budismo.

Todo fiel debe visitarla al menos una vez en su vida. Los trabajos arqueológicos demuestran que en el siglo IX a.C. ya había un asentamiento humano en este lugar en la orilla oeste del río Ganges. Según el hinduismo todo aquel que muera en Benarés, queda liberado del ciclo de las reencarnaciones.

Los baños en el río Ganges se consideran purificadores de los pecados. Las escaleras de piedra que descienden hasta el Ganges se llaman ghats, la ciudad cuenta con más de cien y cada una tiene un nombre y una función especial.





Se dice que la ciudad fue fundada por el propio dios Shiva.

 

lunes, 23 de agosto de 2021

Brújulas y Espirales: Rosa Aneiro, Resistencia

 

Blog Literario de Francisco Martínez Bouzas


RESISTENCIA, DE ROSA ANEIROS, PARA RECONCILIARNOS CON LA LITERATURA

Resistencia
Rosa Aneiros
Kalandraka Editora, Pontevedra 2010, 300 páginas.


     Rosa Aneiros – lo afirmaba en el año 2003 – forma parte de un grupo de narradoras gallegas emergentes, que en aquel entonces estaban superando la invisibilidad. Hoy sólo me queda dar fe de que la escritora es una realidad consolidada. Su estreno en la literatura gallega ( 1999 ), con una novela de estudiantes, que rompía con los tópicos, era ya todo un presagio. Dos años más tarde, al leer los relatos de Corazón amolecidos en salitre, hallamos la confirmación de lo que presentíamos: los bríos de una gran capacidad fabuladora. Y en el mismo año llega Resistencia, su primera incursión en la narrativa de gran formato. En Galicia fue reconocida con premios, recibida con críticas muy favorables y con un gran éxito entre los lectores. El año 2009 será el de sus arcas llenas, ya que dos novelas suyas recibieron el misma día dos de los premios más importantes del sistema literario gallego. Resistencia  aparece ahora traducida al español, en una edición fresca y primorosa de Faktoria K, sello editorial de Kalandraka. Leo esta versión con la misma fruición  con que en su momento degusté el original, pues la traducción de Eva María Carrión es fiel y congruente con los dos idiomas y sabe captar la fuerza de la escritura que esta mujer parece haber heredado de su progenie “percebeira”. Similar será también mi valoración
   El lector advertirá ya en la dedicatoria que Rosa Aneiros fabula para todos aquellos, hombres y mujeres, que dieron y siguen dando la vida por la libertad. Y de una manera muy especial para los presos políticos encarcelados durante cuarenta años en la prisión militar de Peniche ( Portugal ) por el único delito de ser fieles a sus ideas. También para Álvaro Cunhal, símbolo de la resistencia en el país vecino durante las Dictaduras de Oliveira Salazar y Marcelo Caetano. La novela nos sumerge pues en la realidad y en la ficción del  país vecino. En la historia política, social e incluso sentimental del Portugal de la Dictadura y de la Revolución de los Claveles. Y lo hace la autora con una fabulación memorable, con una novela que es literatura con mayúscula y nos regala una historia que cumple con  aquel requisito que exigía Susan Sontang: el requisito de la necesidad, porque como dice uno de sus personajes, la memoria es nuestra resistencia contra las vejaciones que sufrimos.
Rosa Aneiros
   Resistencia, a través de una singular saga familiar, aunque focalizada  en la pareja formada por Dinis y Filipa, nos  hace recorrer prácticamente toda la historia social y política del Portugal de las Dictaduras Fascistas del Estado Novo. Una voz  narradora omnisciente, que relata en tercera persona, introduce poco a poco al lector en la esencia de una historia que acontece en el oeste oceánico portugués, en la Marinha Grande, tierra rebosante de los olores bravíos de un Atlántico voraz y sumergida así mismo  en la crueldad estremecedora de la cárcel de Peniche. En el primer escenario brota y florece la historia de amor entre Dinis, hijo de soltera y obrero en una fábrica de vidrio, y Filipa, una joven perteneciente a la pequeña burguesía. En el segundo, nos encontramos con el paradigma de toda la represión política ejercida por la Dictadura salazarista  sobre cuerpos y almas. Y también con la imagen, testimonios escritos en el museo de la fortaleza,  a partir de los cuales desenvuelve la autora la historia central de Resistencia. Una historia que pretende ser, no la negación de la realidad, sino su explicitación. Las páginas que nos regala Rosa Aneiros se hallan suturadas por una invisible cadena de terror y otra de épica. Transitan por los capítulos del relato inmensos lotes de dramatismo, de pasión, inquietud, pena en los corazones, de violencia, derrotas, crueldades sin límite. Y otros rebosantes de utopías, complicidad y luchas fervientes por la libertad. Y personajes inolvidables como los que forman la pareja de protagonistas principales, o doña Leonor y muchos otros, entre ellos la mujer que sola en el mundo, sometida y humilde, vive la epopeya de los revoltosos.
Y al final, resistencia. La resistencia de los vencedores que lo perdieron todo, menos su dignidad, en la defensa de sus ideales. Resistencia de los protagonistas, tanto política como ideológica. Resistencia en sus sentimientos en sus sueños, en sus promesas, en su futuro.
   Rosa Aneiros resuelve la trama con un final inesperado y escalofriante, en un  capítulo (“ De cuentas saldadas y otras mentiras”) realmente antológico que pone el punto final a una novela construida con una arquitectura lineal, que no le ofrece ningún obstáculo al lector; con una prosa a la vez natural y evocadora, llena de vigor, que obliga a vibrar a la lengua, reventando todos sus registros y sin desdeñar ciertos adornos líricos y artificios de carácter visual. Esto es Resistencia, una novela que nos reconcilia con la literatura en un momento menesteroso.

Francisco Martínez Bouzas

sábado, 21 de agosto de 2021

Cirilo Villaverde




Hoy tomo la palabra porque escribir no puedo.




Permítanme  presentarme: Me llamo Cirilo Villaverde. Se dice que he sido el único gran mito de la literatura cubana. Me tachan de escritor romántico, costumbrista, antiesclavista. Todo ello porque capté y traspasé al papel los soplos y los trazos populares, los conflictos, las tensiones, su ritmo. Lo describía todo: el campo, el hombre, sus costumbres, sus problemas, la sociedad que vivía con gran boato y la que vivía en la miseria. No crean que solo escribía obra literaria también me adentré en el mundo científico. Usé mis ojos para ver. Alguien llamado Max Henríquez Ureña dijo que mi vida fue mi mejor novela. Y eso que no sabe nada de mi vida después de muerto.

Nací un veintiocho de octubre de mil ochocientos doce en el ingenio Santiago, jurisdicción de San Diego Núñez, en la provincia de Pinar del Río. El mismo año en que Simón Bolívar inicia la campaña liberadora de Venezuela, cuando Napoleón Bonaparte batalla en Rusia y España y cuando en Cádiz surge la primera constitución española. Soy el sexto de diez hermanos. Las primeras letras las aprendí en la parroquia del ingenio donde trabajaban más de trescientos esclavos. Cuando murió mi preceptor, que era el sacristán, mi padre me envió a La Habana con una hermana suya que vivía en una casa destartalada cerca de la esquina de la calle Campanario Viejo y la de Maloja. Entre la escuela, mi tía y mi abuelo se me azuzó la imaginación.

Cuando llegué a La Habana con mi aire de provinciano mi cabeza fue como una esponja. Absorbí todas las contradicciones de una sociedad esclavista. Las ideas de Varela, la poesía de Heredia. Todo influyó en mí. No podía ser de otro modo. Las murallas se abrieron y las zonas de extramuros crecieron en poderío, en las plazas, barrios y calles bullían las personas con esa animación contagiosa propia del pueblo cubano. Los nuevos ricos se alejaban del centro de la ciudad, llegaron nuevas costumbres de Europa. Los arcos de medio punto cedieron ante los dinteles rectos. Aparecieron los carruajes de lujo, el quitrín competía con las volantas. El hielo se puso de moda al igual que las heladerías en el Paseo del Prado y en el Paseo de Tacón. En 1828 subió el primer globo aerostático mientras en tierra seguían los pregones callejeros y los mendigos congestionaban los atrios de las Iglesias.

Me gradué de Bachiller en Leyes. Trabajé como abogado y en la enseñanza. Escribí en varios periódicos y revistas. Dos mundos en una misma ciudad, el barrio pobre en que vivía con mi tía y el otro donde me llevaba mi vida profesional. No me quedó más remedio que convertirme en un rebelde intelectual.

Fue en Cuba donde escribí «Cecilia Valdés» o «La Loma del Ángel» que es la novela que me hizo más famoso. Se la dediqué a todas las cubanas. Solo habla de amor… aparentemente. ¡Ya me dirán! Pasó por las manos del censor regio, después por el sotacensor, especie de visir revisor y por último por el Capitán General. Fue casi imposible que por ese tamiz sobrevivieran otras ideas, pero los buenos lectores acostumbran a leer entre líneas. Pinté al negro y al blanco como hombres, al mundo de esos dos colores como fuente de ebullición e intenté no perder el sentido humano, el histórico y surgió esa novela que me ha dado tantas alegrías.

  Otras obras mías son: «La Peña Blanca», «Dos amores», «El Guajiro», «La joven de la flecha de oro», «Excursión a Vuelta Abajo».

Mi amistad con Narciso López y las ideas independentistas cubanas me llevaron a la cárcel, pude escapar y crucé el charco. Al llegar a los Estados Unidos de América seguí escribiendo y fomentando dichos aires.

Me convertí en secretario de Narciso y me organicé en el exilio. Ayudé a confeccionar la bandera de Cuba que fue creada en 1849 por Narciso López en Nueva York, y adoptada oficialmente en 1902 como bandera de la Cuba independiente: dos franjas blancas, tres azules, un triángulo rojo y una estrella solitaria.

Nunca fui rico, talvez llegué a ser un pequeño burgués. Me llegó la muerte en Nueva York, el veinticuatro de octubre de mil ochocientos noventa y cuatro, cuatro días antes de cumplir ochenta y dos años y cuatro años antes de que España perdiese sus últimas provincias de ultramar, pero soy un hombre afortunado porque me llevaron a enterrar al cementerio de Colón en La Habana.

 


viernes, 20 de agosto de 2021

Chaflán de letras: Del cielo a Madrid



Una antología de relatos creada por Esstudio Ediciones

Un libro que os invitamos a leer

Un video que os invitamos a ver y oír, aunque en mi caso la voz haya salido entrecortada. Lo siento. Causas ajenas a mi voluntad.


Pincha en el link

 https://youtu.be/tqqDO2VC3Kw

Y disfruta de lo dicho

Un abrazo

jueves, 19 de agosto de 2021

Liliana Delucchi: Cuenta saldada

 


Lo mira de lejos mientras avanza entre la maleza. «Cuánto ha crecido, es normal, hemos tenido una primavera muy lluviosa». Con el bastón va abriéndose camino pero no se atreve a bajar. «Mis piernas no son las de entonces.»

Recuerda cuando se escapaba para refugiarse debajo del puente, con un libro o solo sus fantasías que la llevaban a mundos que estaban más allá de aquellos parajes.

Tendría seis años, no más, y se sentaba debajo de las arcadas, a salvo de todos.

––Quédate del lado derecho, en el izquierdo hay monstruos ––le decía su abuela.

Pero ella sabía que no eran monstruos. Eran los García. Como Montescos y Capuletos, su familia y las del otro lado llevaban años enemistados. Habían olvidado el origen de la disputa, pero la mantenían, como los escupitajos al suelo que echaban unos a otros cuando se encontraban en el pueblo.

Fue un día de verano cuando lo vio. Escondida entre las flores, casi se le cayó el libro cuando la figura de un niño, que apenas tendría unos años más que ella, estaba en medio del río, pescando. Genoveva se mantenía dentro de los límites de su propiedad, sin embargo él había traspasado el suyo. Distraído con sus peces no la vio acercarse y cuando lo hizo le espetó «no puedes estar aquí.» Ella dijo que sí, que estaba dentro de sus lindes y que quien había sobrepasado los suyos era él. Sin embargo, el chico no se fue. Y la niña se acercó.

––No te tengo miedo ––le gritó desde su orilla, dejando el libro al resguardo de unas piedras. ––Sé que no vas a hacerme daño.

––No lo haré si te largas ––contestó él recogiendo el cordel de su caña.

––No sabes pescar, no es así como se hace. Si quieres te enseño ––y quitándose los zapatos, Genoveva se internó en el agua.

La anciana sonríe al recordar esa escena. Todas nuestras frases empezaban con un «no». Era lo que nos habían enseñado.

Daniel insistió en que se mojaría el vestido pero a la niña le daba igual, además, necesitaba un compañero o quizás solo romper las reglas.

Y…, se hicieron amigos. Unas tardes ella le contaba historias, otras se internaban en los bosques vedados para cualquiera de ellos, saboreando el entusiasmo de lo prohibido. Hasta que un día llegaron a una antigua construcción de piedra. Compuesta por un muro en el que el tiempo había hecho estragos, encontraron la entrada a una cueva húmeda, oscura, con una grieta al final por donde se colaba algo de luz. Pegados a la pared y casi tiritando, llegaron hasta el final. Tuvieron que apartar cascotes y arañar la tierra para, finalmente, salir a una pradera.

Del otro lado encontraron unas construcciones como las de los libros antiguos: Cabras sueltas, mujeres vestidas con túnicas y hombres con calzones de cuero. Un fuego central del que pendía una gran olla ennegrecida lanzaba humo en todas las direcciones. La gente hablaba en voz alta en una lengua que si bien entendían, era diferente al de sus palabras actuales.

Las chozas se alineaban en dos filas y niños flacuchos correteaban por doquier. De pronto escucharon un gran escándalo. Un grupo de mujeres arrastraba a otra. La llevaban maniatada y, entre golpes, la depositaron junto a un poste. Allí la ataron y empezaban a encender fuego a sus pies.

––¡Quemad a la bruja!

––La que van a quemar es idéntica a mi abuela ––musitó Genoveva.

––Y la que la empuja se parece a la mía ––se sorprendió Daniel.

Los niños salieron de su escondite en dirección al martirio. Los habitantes del poblado creyeron ver trasgos y caminaron hacia atrás, asustados y haciendo reverencias.

––Creen que somos espíritus ––susurró Daniel mientras desataba a la temida bruja.

Con una arenga de las que había aprendido en los libros, Genoveva convenció a los allí reunidos que no había encantamiento y que debían liberar a esa señora. La condenada besó los pies de la niña y en la frente le hizo la señal de la cruz.

Terciaba la tarde cuando los niños llegaron a la pradera que está junto al puente. Allí, reunidos en una fiesta de campo estaban las dos familias, compartiendo comida y vino.

© Liliana Delucchi

martes, 17 de agosto de 2021

Paula de Vera García: Te lo dije (Amor Eterno 3.5)

 



Ha llegado el momento. No puedo creerlo, pero aquí está: mi prueba de fuego.

Sin embargo, no estoy asustado… ¿Acaso debería? Sé que esto va a funcionar, no tengo ninguna duda. Igual que no dudé de ti cuando resucitase gracias a esa maldita bruja, igual que no perdí la fe en ningún momento de estos veinte años… Te sacaré del limbo, te devolveré a la vida. Sea como sea, lo haré. ¿No te lo he jurado tantísimas veces?

Cuando tu mano cae desde mi mentón, sin vida, sé que no puedo demorarlo más. Llegó la hora. Y, como un reflejo, mi mano se alza y hago que ese poder que descubrí en el Purgatorio entre en ti. Despacio, gentil… No me perdonaría hacerte daño y menos todavía en un instante como este. Cuando me pides que deje de hacerlo, que no quieres que yo pierda la Fuente, casi me cuesta mantener la concentración y terminar el proceso. Pero… ¿Cómo podría quedarme con algo así, sabiendo que puedo usarlo para salvarte?

No. No es mío. No me pertenece. Es lo que nos unió en su día y lo que nos vuelve a unir ahora, mientras te incorporas sobre el suelo y miras a tu alrededor como si acabases de despertar de un sueño a la brillante realidad. Tu corazón vuelve a latir y el mío casi se acelera al unísono con él. No puedo creerlo, pero lo he logrado. Lo hemos conseguido. Has vuelto a la vida.

Despacio, mi mirada se enlaza con la tuya, el campo de batalla desaparece de un plumazo a nuestro alrededor y sólo existimos los dos, tú y yo. Te preocupa que me importe haber perdido la inmortalidad y casi me río de lo dulcemente absurdo que suena. Sólo cuando te perdí, lo supe. Me da igual el tiempo que pase, sea mucho o nada. Todo mientras pueda estar contigo en carne y hueso. La vida es un don demasiado precioso como para malgastarlo, sobre todo si puedes hacer que tu amor vuelva a ella de alguna forma. Ahora lo sé, aunque el egoísmo juvenil que me llevó aquel día al Árbol Sagrado nunca antes quisiera admitirlo.

Te beso, tras recordar que todo lo que he hecho ha sido para llegar a este instante, y tú te emocionas con idéntico sentir. Lo sé, lo percibo. Además, qué demonios: estoy deseando sentir esos labios con urgencia sobre los míos, más después de nueve siglos encerrado en ese infierno apestoso, aunque viajase allí por una buena causa. Eres mía, sólo mía y quiero que este instante se eternice. Sin embargo, es mi voz la que pronuncia, cuando me abrazas entre lágrimas de emoción y yo te acojo contra mi pecho:

“Elaine. Ahora serás mía para el resto de nuestras vidas”

 

Historia inspirada en Ban & Elaine (Seven Deadly Sins / Nanatsu No Taizai)

Imagen: screenshot temporada 4 del anime de Seven Deadly Sins / Nanatsu No Taizai

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domingo, 15 de agosto de 2021

Nuevo Akelarre Literario nº 71: Carrusel

 


El carrusel se usaba como un modo de adiestramiento de la caballería y se mantuvo como tal dentro de los castillos sin mostrarlo al público. Con el paso de los años se instalaron en jardines privados de la realeza. A principios de siglo XIX en Europa se empezaron a colocar en ferias. 

La primera noticia de un carrusel aparece en un bajo relieve del Imperio Bizantino en el 550 de nuestra era. El más antiguo que se construyó, ya con el concepto actual, está en Praga y el más grande en Copenhague.

Un carrusel siempre hace soñar. A nuestras cuenteras las ha llevado a recordar un viejo amor, el vuelo imaginario de unos niños, una cita de muchos años o la saga de unos titiriteros. Esperamos que os gusten.


Pinchad aquí

https://www.nuevoakelarreliterario.com/carrusel/

sábado, 14 de agosto de 2021

Julia de Castro: Seda y Pincel de Caleti Marco

 


Estamos ante una novela claramente costumbrista que nos presenta la vida de Paquita, una joven criada en una familia de la burguesía menorquina que dará el salto a la península, tras su boda con Horacio, un joven prometedor, pero sin recursos a la que se opone frontalmente su familia.

Dos hombres vuelven a Menorca después de años de trabajo en las Antillas. Es el inicio de la saga familiar en la que la protagonista indiscutible será la nieta de ambos, Paquita, abuela a su vez de la autora del libro, Caleti Marco, que convierte su obra en un precioso y tierno homenaje a esa mujer “de armas tomar” que supo enfrentarse a una de las personas que más quería, su propio padre, y abandonar las comodidades de la única vida que conocía para seguir al hombre del que se enamoró.

Caleti Marco, en esta novela largamente meditada y cuidadosamente escrita, nos hace un recorrido, a través de la vida de su abuela, por los acontecimientos más relevantes acontecidos en este país, desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX: la inestabilidad política y social del reinado de Alfonso XIII, la guerra de Marruecos, la Dictadura de Primo de Ribera la Segunda República, El levantamiento militar del 36, la guerra civil o la posguerra.

Paquita, que nace en el entorno privilegiado de una familia en Menorca, cambiará esa vida fácil y cómoda después de su boda con Horacio, a los veinticuatro años, para trasladarse a Madrid, donde su marido lucha por encontrar trabajo y labrarse un futuro, primero en Valladolid y después de vuelta a la capital.

Esta novela tiene detrás un arduo trabajo de documentación, tanto de los hechos y situaciones históricas entre los que se desarrolla, como de recopilación de testimonios familiares recogidos con paciencia y dedicación para configurar una historia tanto tiempo acariciada por su autora.


 

© Julia de Castro

Mi invierno en libros

Febrero 2021


viernes, 13 de agosto de 2021

Malena Teigeiro: Los puentes de la Bella Nina

 


Habían pasado los años, más de treinta, cuando Balbina volvió su aldea. Aquella tarde paseó hasta el puente de piedra, que el tiempo el  había envuelto en tojos, zarzas y silvas. Asomada al pretil miraba correr su vida como si de un regato de agua se tratara. Recordó la noche que escuchó que su primo Toñón se iba a la Argentina. Ya en la cama, Balbina lloró y su llanto la hizo temblar como a las hojas el viento. Y en su vigilia, justo antes de que clareara el alba, tomó la decisión de que también se iría de la aldea. Durante varias noches pergeñó su plan. Esperó a que finalizaran las Fiestas en honor del Santo Patrón y escondida entre los cestos de ropa y tramoya de los carros de los feriantes, huyó. Al escuchar el crujir de las ruedas sobre las piedras del viejo puente no sintió pena ni miedo. Cuando el carro se detuvo, Balbina salió de su escondite y sin que nadie le preguntara nada, le dieron una taza de chocolate y la enviaron al río a lavar unas prendas. Su rubio cabello y sus azules ojos no constituyeron ninguna dificultad para integrarse con aquellos gitanos que decidió convertir en su familia. Alentada por ellos, aprendió a bailar y a cantar, sorprendiendo a unos y a otros por su sentimiento y bonita voz.

El mismo día que Balbina cumplía dieciséis años falleció el patriarca, hombre al que la joven adoraba. Decidió entonces que poco la unía al resto de la caravana, y que había llegado el momento de cruzar un nuevo puente. Se vistió con su mejor traje, y luego de despedirse de los que sentía como su familia, esta vez sin llorar, se trasladó a Madrid. Visitó un tablao tras otro hasta que consiguió que la recibiera el señor Mariscal, dueño del de Los Puentes de Sevilla. El hombre enseguida vio en ella algo que lo conquistó. Le hizo un primer contrato como palmera. Sin embargo, su cabello rizado y su piel de porcelana china, comenzaron a producir tantos cuentos y leyendas que pronto el señor Mariscal la nombró segunda bailarina. Y no mucho después, mientras el hombre contaba los billetes que Balbina le iba reportando, pensaba en hacer un nuevo cartel para su primera bailaora, la ahora Bella Nina.

Cada vez eran más los que llegaban para verla bailar y cantar. Lo que le hizo pensar en que aquella fama le tenía que valer para algo más que para producirle dinero al señor Mariscal. Después de darle vueltas a su inquietud, decidió que lo que más deseaba era entrar a formar parte de la vida de la alta sociedad.

––Ya es hora de cruzar otro puente ––se dijo.

Lo primero que hizo fue alquilar una hermosa vivienda en la calle Mayor. Y entendiendo que sus modales dejaban bastante que desear, contrató como doncella a una viuda francesa, madame Fleur, que le enseñó maneras de dama. La mujer, luego de pasearse por la casa y dar algunas órdenes, se dirigió a Balbina.

––Madame, si desea ser una señora no puede tener amantes viviendo en su casa ––susurró con voz atiplada. Y ella, siguiendo sus sabios consejos, los ocultó.

Comenzó a celebrar reuniones en su domicilio, ahora alhajado con hermosos muebles, sedas y porcelanas, en las que recibía a sus nuevos amigos, solo hombres, que la llenaban de joyas, la invitaban al teatro y a cenar en los mejores restaurantes. Sin embargo, no conseguía ser recibida en los actos sociales de la capital. ¡Ya no sé qué hacer!, le dijo a la francesa retorciéndose las manos.

––Madame, aquí todos saben de su humilde procedencia. Si de verdad quiere ser otra cosa, debe irse a París ––le aconsejó la mujer.

En su despedida se abrazó al señor Mariscal, hombre que tan bien la había tratado, llorando. Él, secándole las lágrimas con un gran pañuelo blanco, dijo:

––Haces bien, Balbina. Tú eres digna del Folies Bergère ––abrió el cajón de su mesa y le entregó una serie de cartas para sus amigos franceses.

Señora y doncella se alojaron en un céntrico y reconocido hotelito de París. Al abrir la ventana de su habitación vio las aguas del Sena pasando por debajo de los puentes, lo que le pareció un buen augurio. Su doncella deshizo el equipaje, y la ayudó a ponerse el vestido malva, llamativo pero elegante. Ya compuestas, ambas se dirigieron a cenar a un restaurante cercano al Folies. Sonriendo a modo de Gioconda, Balbina se sentó a la mesa, tiesa, altiva, mostrando su escote de porcelana china, no sin que antes la francesa, previas abundantes gratificaciones, comunicara a camareros y cigarreras que aquella dama era la Gran Nina, una bailarina española cuya fama traspasaba los mares hasta las Américas.

Entretenida con los manjares de su cena, Balbina fingía no darse cuenta de las miradas que se posaban en ella. Pronto una botella de Moët & Chandon apareció sobre su mesa junto con una esquela en la que le solicitaban acompañarla. Altiva, miró a su alrededor y al ver a un caballero, bien parecido y no muy joven, que sonriente se ponía de pie con la intención de acercarse, levantó el dedo moviéndolo con elegancia. Nunca en público, escribió en el revés de la esquela que envió de vuelta. Un par de días después, lo recibía en su piso. Fue su primer amante francés. Y así siguieron hasta que comenzó a ser saludada por mesas y pasillos. Y fue entonces cuando por el botones del hotel, le remitió Balbina al director de Folies las cartas de presentación. Y después de una dura tramitación, fue contratada como primera bailarina para la siguiente temporada. Con el oropel de ser bailarina del Folies, se mudó a un piso en los Campos Elíseos. Ante el horror de madame Fleur, al abonar la primera renta, Balbina, ahora definitivamente madame Nina, se quedó sin un solo franco. Con tacto y elegancia, consiguió que su amigo le prestara algún dinero, y aprovechando los meses de espera, Nina reanudó en su piso la vida social. Contrató como secretario y administrador al joven Pierre, lo que le permitía gozar de él sin escándalos. El joven, de ondulado pelo negro, ojos de largas pestañas, y sin un solo franco en el bolsillo, estaba lleno de buenas ideas, una de las cuales fue montar en uno de los salones mesas de juego en donde la ruleta fuera la pieza central. El pequeño casino producía sustanciosos beneficios, que una vez recogidos, Pierre, de forma relativamente alícuota, repartía

Cuando llegó la nueva temporada y retornó al escenario, los aplausos volvieron a acariciarla cada noche. Sin embargo, no se le borraba el deseo de participar en la vida social parisina. Después de mucho pensar, y esta vez aconsejada por su secretario, decidió que para cruzar ese nuevo puente, tenía que ganarse el beneplácito de las mujeres. Cargada de regalos, visitó guarderías y asilos, dejando allí por donde pasaba la imagen de una mujer generosa, simpática y muy decente. Jamás permitiría que en su casino hubiera grandes pérdidas, le dijo con el dedo levantado a la superiora del asilo de ancianos después de haber bailado a petición de estos. Y así, la que se dio en llamar la Gran Nina, ocultando sus amoríos, juntando regalos, cuidando de no arruinar a ningún padre de familia, comenzó a ser invitada a cenas y actos benéficos.

Sintiendo la humedad de la tarde, Balbina suspiró profundo. Ya no le quedaban puentes para cruzar.  Volvamos a la aldea, dijo. Y colgada del brazo del ya maduro Pierre, caminó despacio hacia la que había sido la casa de sus padres. Había vuelto para pasar los últimos días de su enfermedad entre aquellos muros en donde esperaba encontrar la paz y el perdón para la díscola Balbina, porque lo que era la Bella Nina, esa no se arrepentía de nada, susurró mirando al cielo.

© Malena Teigeiro

jueves, 12 de agosto de 2021

miércoles, 11 de agosto de 2021

Socorro González-Sepúlveda: María Sarmiento

 



La llamaban María Sarmiento por su aspecto. Alta y seca, con el pelo entrecano, recogido en un moño en lo más alto de la cabeza, siempre erguida, que alargaba una cuarta a su figura. Vestía desde tiempo inmemorial el hábito del Carmen por comodidad y también por la falta total de coquetería. Como único adorno lucía en sus manos, grandes y huesudas, dos anillos heredados de sus antepasados, tan grandes, que podían competir con el anillo del obispo.

Cada cuatro o cinco años, cuando el obispo iba a confirmar, se hospedaba en casa de María. Era la única casa del pueblo que podía albergar tan ilustre huésped: de rancio abolengo, en el dintel de piedra de la puerta lucía un escudo nobiliario, los muebles antiguos, lo mismo que los cuadros al óleo oscurecidos por el tiempo, tenían al menos cuatro generaciones y, sobre todo,  María  Sarmiento tenía la mejor cocinera de la comarca (sus natillas habían sido alabadas por un canónigo de la catedral, que tenía fama, bien merecida, de sibarita y lo habían publicado en un periódico local). Consciente  de su categoría social María caminaba por la calle tiesa, como  un palo de escoba.

Su madre murió cuando ella tenía siete años. Su padre,  que se dedicó a dilapidar la hacienda, dejo su educación en manos de las criadas; la niña salió ganando. Las criadas daban importancia al amor y a los sentimientos sobre todo lo demás y, cariño no le faltó mientras crecía, aunque ella estaba loca por su padre y mendigaba su atención continuamente.

Cuando se hizo mayor y llegó la hora de enamorarse María espero en vano aquel amor que, según sus educadoras, llegaría arrasando cualquier dificultad. Pero no había en el pueblo nadie de su categoría para pretenderla y los restantes no se atrevieron por temor a una negativa. Ella espero, con paciencia al principio, luego, cuando sus amigas se fueron casando y nacieron sus primeros hijos, ella  sintió por primera vez la soledad y, en vez de buscar la compañía se fue  aislando más y más.  Fue entonces, cuando su padre enfermo y necesitó de sus cuidados.  Ella se dedicó a cuidar de él con todas sus fuerzas, pero la enfermedad agravó  el egoísmo del padre y lo convirtió en un tirano para María, que siempre lo había querido. Cuando murió sintió alivio, aunque  guardó luto riguroso, su corazón se había endurecido sin remedio.

En el periodo que siguió a la muerte de su padre, María se reveló como una mujer de negocios y ama de casa perfecta. Fue entonces, cuando puso todo su empeño en levantar la hacienda y devolverla su antiguo esplendor. Se volvieron a abrir las bodegas, a arar los campos, pasto el ganado en la dehesa y ella se ocupaba de todo: cobraba rentas, pagaba salarios y con mano firme dirigía a los criados y criadas. Si no sabía alguna cosa preguntaba, sin orgullo, a los mayores del pueblo para que la orientaran y poco a poco fue respetada, querida y casi temida.  María Sarmiento se convirtió en una leyenda.

Las mujeres fueron las primeras en notarlo. Con el alivio  de  luto María no se volvió a poner el hábito del Carmen y sí, se puso un collar de perlas  de su abuela sobre un vestido de seda estampado que  había mandado hacer a la modista, copiando una revista de moda. En un acto de valor sin precedentes, se cortó el pelo y el moño desapareció para siempre dejando una melenita corta y rizada.

El causante de este cambio fue un ingeniero, unos años más joven que ella, alto y buen mozo que vino de Madrid para la construcción del pantano cercano al pueblo. Se alojó en casa de María provisionalmente, dijo él. La cercanía y el roce hicieron el resto. Los dos tenían esa edad adulta al borde de perder la juventud. Se amaron con esa pasión, contenida por mucho tiempo, que explosionó, en ella sobre todo, e hizo reverdecer y sacar a la luz su belleza madura. Al sarmiento le brotaron pámpanas y tijeretas. Por un tiempo, no muy largo, María fue feliz.

Primero fue un rumor, más tarde una certeza. El ingeniero estaba casado y María estaba embarazada. El escándalo dividió al pueblo en dos bandos: los partidarios de María estaban por vengarla dando una lección al ingeniero. Otros, los envidiosos y envidiosas, la culpaban y se alegraban de su desgracia.

 Un buen día, el ingeniero desapareció del pueblo sin dejar rastro. María sorprendió a todos, cuando al poco tiempo, desapareció también.  Antes vendió las tierras, cerró la casa para siempre y se fue al extranjero donde nadie la conocía.  Unos dicen que a vivir su pasión mientras durase, otros que a esconder su vergüenza. Yo pienso, que a vivir y a educar a su hijo en libertad. También pienso que puso una pensión o un restaurante de éxito. ¿Por qué lo digo? Porque se llevó a la cocinera con ella. Era, ante todo, una mujer práctica.

 

                                                © Socorro González-Sepúlveda Romeral