La novela de hoy, que no necesita mucha presentación, narra la historia de Gabriela, una maestra que, una vez finalizados sus estudios, allá por los años 20, inicia su andadura docente con destinos en varios pueblos perdidos, apenas aldeas, donde encuentra prejuicios, ignorancia, caciquismo, religión y miseria. Su periplo la llevará en 1928, una vez aprobada la oposición, a ejercer como maestra en Guinea Ecuatorial, donde las desigualdades entre nativos y españoles y las críticas que sufre por su amistad con un médico local, parecen confirmar que aquel tampoco es su lugar, aunque el recuerdo de África no va a abandonarla nunca.
Estamos ante la primera entrega de una trilogía (Mujeres de negro y la Fuerza del destino) dedicada a la madre y abuela de Josefina Aldecoa, que ejercieron su magisterio en escuelas rurales y contagiaron a la autora su amor por la educación. Esto, entre todos los acontecimientos que se describen en la novela, es lo que subyace en esta historia, la educación como herramienta para que los pueblos evolucionen, para que desaparezcan las diferencias, la cerrazón y los prejuicios. La educación como auténtica revolución social.
La autora hace de esta novela un homenaje a los maestros que lucharon por llevar algo de luz a los lugares más apartados, esos pueblos y aldeas donde el cacique local y los miembros de una iglesia, que pretendía ejercer un poder omnímodo, manejaban los hilos para que la ignorancia y el inmovilismo continuaran siendo sus mejores armas para manejar los destinos de los ciudadanos.
La historia de Gabriela en esta primera entrega nos hace un recorrido desde aquellos años 20 hasta los inicios del franquismo, pasando por la época de la república con sus luces y sus sombras y nos muestra como su apuesta por la educación, por una educación liberadora y que abra el camino al progreso, no solo de los niños, termina por acercarle peligrosamente a un posicionamiento político, aún sin pretenderlo. Y, nos habla de aquellas Misiones Pedagógicas que pretendían llevar la evolución allí donde nada parecía poder cambiar.
Merece la pena asomarse a ese tiempo para recordar que la lucha por una educación creativa que permita derribar las barreras y abrir las mentes, sigue estando vigente hoy más que nunca.
©Julia de Castro
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