domingo, 11 de septiembre de 2022

Socorro González-Sepúlveda Romeral: Mi cama

 

 

Tengo sueño, porque duermo en otras camas que no son la mía, y yo, como la princesita del cuento, noto si hay un guisante debajo de diez colchones. No sé dormir nada más que en mi cama, con sábanas de algodón y edredón de plumas. En la mesilla el libro de cabecera y las fotos de mis seres queridos. Todo esto en la semioscuridad, no soporto la luz si no es tamizada, pero tampoco la oscuridad completa. Soy así, no lo puedo remediar. Mi cama es para mí un oasis donde me refugio para dormir, para pensar, soñar o llorar si tengo ganas.

Por eso, cuando me llaman para hacer un servicio de noche, cosa que últimamente ocurre con frecuencia, y tengo que dormir en otras camas, hago un esfuerzo de adaptación. He contado ovejitas, he tomado pastillas para dormir, pero es inútil me paso la noche en vela.

Tendida con los ojos abiertos, mirando el techo espero a que llegue la luz del día y que entre a través de las persianas, primero débilmente y después con fuerza suficiente para iluminar la cama ajena, la cama hostil que siempre resulta ser o demasiado estrecha o demasiado ancha, que suele tener una estampa horrorosa o un crucifijo encima del cabezal, y al lado, un armario ropero cerrado del que, siempre pienso, que puede salir cualquier cosa.

 La luz que entra por la ventana me va desvelando detalles, en los que no me había fijado la noche anterior, como una lámpara que cuelga del techo con lágrimas de cristal y una sola bombilla. Un mueble zapatero, y sobre él, un cuadro pintado al óleo por algún principiante.

Me levanto con cuidado para no hacer ruido, para no tropezar con ningún mueble, recojo mi ropa, que está perfectamente doblada en una silla y me la pongo. En la mesilla de noche varios billetes doblados, los cuento para comprobar si es lo estipulado. Los guardo con cuidado entre el pecho y el sujetador y, descalza con los zapatos en la mano, abro la puerta para salir, pero antes echo una mirada a la cama, sin fijarme en el hombre, que duerme en ella con la boca abierta, ¡Mira qué es fea! ─pienso─ “Tengo que aumentar la tarifa para que me compense dormir en una cama que no es la mía”.       

                                                   

 

© Socorro González-Sepúlveda

 

                  


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