Aquel atardecer mientras el
sol se ocultaba con un «Hasta mañana» mi madre, sentada en un sillón y conmigo
en sus rodillas, me contó que tres niños, a principios del siglo XVII, habían ido
en busca de sal a las salinas de cayo Francés, en el centro de la bahía de Nipe,
muy cerca de la desembocadura del río Mayarí, en Oriente, Cuba.
Y en un momento dado vieron
algo flotando en el mar. Brillaba. Era una imagen de la Virgen, de oro, sobre una
tabla pequeña donde estaba escrito: «Yo soy la Virgen de la Caridad». Lo que
más les sorprendió era que la ropa de la Virgen estaba seca. La recogieron y la
llevaron hasta donde vivían en el Hato de Barajagua, a orillas del río Cauto.
Se edificó una Ermita en lo
alto de un cerro, luego un Santuario, ya no era solo la Virgen de la Caridad,
se le agregó un apellido, del Cobre. También fue llamada la Virgen mambisa, al
pedirle los insurrectos que fuera su protectora. Con el tiempo fue nombrada
Patrona de los cubanos. El 8 de septiembre es su festividad.
A este Santuario van en
peregrinación, muchos creyentes y no creyentes, en busca de consuelo, apoyo
espiritual, solución a sus problemas, y de paso recogen unas pequeñas piedras
de la mina de cobre donde se ven brillar las partículas del mineral, y las
ponen en vasos de agua, bolsos, ropa…, como talismán de luz y de buena suerte.
En la capilla de los
Milagros, situada justo debajo del camarín donde se encuentra la imagen
original, se puede contemplar entre muchos exvotos, la medalla concedida al
premio Nobel de Literatura, Ernest Hemingway en 1954, que decidió donarla a la
Patrona de Cuba, en reconocimiento al pueblo cubano, inspirador de «El viejo
y el mar», por el cual recibió el máximo galardón de la literatura. La
entregó en persona en dicho santuario en 1955.
«Cachita» y yo somos amigas.
Pura
y sencilla fe
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