viernes, 11 de noviembre de 2022

Socorro González-Sepúlveda Romeral: Indicios de desamor

 


 

Y, entonces, descubrí su cara amarga. No lo había hecho antes porque aquel rostro cambiante adoptaba las formas, que a mi ego le convenían para sobrevivir. Instalada en el autoengaño era fácil pensar que el desamor no se había apoderado de nuestra relación, que la rutina diaria no había minado las bases del deseo.

Creímos, de buena fe, que el amor recíproco duraría para siempre, como nos habíamos prometido, en un arrebato sincero, cuando la pasión contenida era tan normal como el aire que respirábamos.

Los primeros indicios fueron desechados por mí con energía, a pesar de que eran significativos. Yo, siempre positiva, pensé que nuestra relación había entrado en la fase tranquila, sin sobresaltos, de la madurez. Esa etapa dulce, sin urgencias, en la que los amantes se convierten en los mejores amigos.

Luego, empecé a notar que no me miraba con el mismo orgullo de siempre, que ya no sentía los pequeños celos, frecuentes cuando salíamos con amigos. Noté, sobre todo, la indiferencia, que se instaló a nuestro alrededor, que se hizo irrespirable. No discutíamos, tampoco nos reconciliábamos. No sentíamos temor el uno por el otro ni sentíamos las ausencias. Nos miramos y, de repente, nos vimos distintos, como si nos viésemos con una luz más cruda. Descubrimos la decadencia de nuestros cuerpos, los músculos relajados, los ojos sin brillo, y el cabello de un color indefinido…

Cuando él me dejó por otra, sentí el frio del invierno entrar por todas las rendijas de las puertas y ventanas amenazando con helar mi corazón. Intenté retener el calor, todo fue en vano. Entonces comprendí. Entonces supe de la cara amarga del abandono.

                        

  © Socorro González-Sepúlveda Romeral

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