viernes, 19 de abril de 2024

Liliana Delucchi: La bella

 


Si bien en los primeros años la capacidad para pasar desapercibida había sido un rasgo fundamental de su personalidad, ahora necesitaba recuperarla, aunque por diferentes motivos. El largo itinerario que hubo de pasar desde la granja en que salió del huevo y fue rechazada por todos sus miembros, hasta que se vio reflejada en el estanque y descubrió su belleza, se le hacía lejano. Por todos los medios buscaba en su interior la fuerza que la llevó a atravesar aquella etapa y eludir el destino que le estaban dibujando.

Haber sido adoptada por la cisne reina de la bandada y recibir toda su atención y elogios por ser la propietaria de las plumas más sedosas y brillantes, no era, como se podría pensar, lo que satisfacía a Camila. Ella seguía siendo sencilla, confiada y tierna, con una inmensa necesidad de aceptación por parte de sus hermanas, lo cual no era posible.

Otra vez la exclusión, si bien ahora era por su hermosura. Y no solo eso, su madre estaba planeando su boda, y nada menos que con su preferido, un patoso capaz de destruir el bosque solo tropezando con él. Siempre había pronosticado que la reina le pediría algún día que hiciera algo que realmente le disgustara y ese momento había llegado. Quizás debería marcharse, pero… ¿A dónde?

Plegó sus alas e inició un paseo por las alamedas que daban sombra al cálido verano. Sin darse cuenta llegó hasta una valla y reconoció, a pesar del tiempo transcurrido, las construcciones que formaban parte de la granja en la que había pasado sus primeros tiempos. Escondida tras unos arbustos, contempló el movimiento: La mujer que llevaba grano al gallinero, risas de niños persiguiendo a los patos y, más lejos, los gruñidos que llegaban desde los chiqueros.

—¿Quieres pasar? —La sorprendió una voz a su espalda.

Era un gallo de gran tamaño con una cresta majestuosa y voz de barítono. Camila se quedó mirándolo y se preguntó si en sus comienzos él también habría sido feo.

—Perteneces a la bandada de cisnes que hay en la laguna grande, ¿verdad?

Ella asintió con un movimiento de pestañas, incapaz de pronunciar palabra, entonces él, agachándose, pasó por debajo de la valla y se sentó a su lado. Se presentó como Tomás y le confesó que unos días antes había dejado la granja para acercarse hasta el lago y la había visto de lejos.

—Gracias por devolverme la visita —dijo levantando su cresta.

Quizás fue por su entonación, tal vez por la forma de sonreír, que antiguos recuerdos volvieron a la mente de Camila. Un pollito redondo y amarillo, con plumaje tan suave como el pañuelo de seda que envolvía el cuello de la dueña de la granja. Un pollito con quien compartió su desdicha de niña, la quería por ser quien era, aunque ella aún no lo supiera. Un pollito que la siguió el día que decidió partir, que le rogó que no lo hiciera, todo se solucionaría. Hizo más, le suplicó que se quedara a jugar con él y cuando no lo consiguió, ella sabía, a pesar de que no se dio la vuelta, que él se había mantenido expectante a que cambiara su decisión.

Al volver a casa, Camila no recordaba cuánto tiempo había permanecido con Tomás. En esos momentos las dificultades parecían haber desaparecido, los problemas le resultaban triviales. Quería posponer el momento de volver a enfrentarse con ellos, pero era inútil, la esperaban allí, con un velo nupcial y una corona de flores. Fue entonces cuando vio a Cecilia, la enamorada del que iba a ser su marido. Con el cuello bajo y mirando la hierba, la pobre cisne negaba con la cabeza como si quisiera alejar su infortunio. Camila no lo pensó dos veces, cogió su ajuar de novia y se lo entregó.

—Es todo tuyo —susurró al tiempo que acariciaba sus plumas–. No volverás a verme.

—¿Por qué? Tú eres la princesa.

—Sí, lo sé. Ahora sé quién soy y, por tanto, no lo necesito.

Y dando media vuelta encaminó sus pasos hacia la granja.

© Liliana Delucchi

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