jueves, 22 de mayo de 2025

Blanca del Cerro: Cabalgando hacia la nada

 



        La reunión se estaba celebrando por la mañana en una grandiosa sala de aquel edificio de proporciones gigantescas. El sol acariciaba los cristales. Llevaban horas encerrados debatiendo un único tema. Todos los presentes tenían los rostros serios y en sus ojos se adivinaba un punto de preocupación. Tras encendidos debates, llegaron a una serie de conclusiones un tanto alarmantes a la par que aterradoras.

        —El ritmo de lectura crece —afirmó el técnico número tres.

        —Cada vez se venden más libros —dijo el técnico número quince.

—Y la inteligencia aumenta —apuntó el técnico número siete.

—Y el pensamiento empieza a alcanzar cotas preocupantes entre la población —corroboró el técnico número once.

—La reflexión se impone —expuso el técnico número veinticuatro.

—Y el razonamiento, y los juicios, las ideas, los conceptos…

—Lo que lleva a la posibilidad… —pero el técnico número diecisiete no acabó de expresar lo que pensaba porque le resultaba demasiado duro.

Todos se miraron.

—Creo que esto no puede seguir así porque a la larga… —y el técnico número dos permaneció dubitativo sin poder acabar la frase. Todos sabían que a la larga el mundo saldría perdiendo, y más que nada, su mundo.

Las caras crispadas, las manos sudorosas y las almas colgadas de un hilo de incertidumbre. Había que buscar una solución inmediata al incremento de inteligencia, porque el pueblo sería cada día más culto, y más sabio, y más conocedor de la verdad, y pensaría con mayor profundidad, y con mayor acierto, serenidad y reflexión, y la reflexión conduciría a las ideas, y de ahí podían derivar resultados muy poco agradables, lo cual resultaba peligroso. Muy peligroso. Había que detener aquella tendencia cuanto antes.

        —¿Y qué podemos hacer? —Preguntó el presidente, que había permanecido callado y escuchando mientras el resto debatía. Las soluciones correspondían a todos aquellos que tenía delante, que para eso se les pagaba. Y muy bien, por cierto.

        Unos se mordieron los labios, otros se movieron inquietos y otros miraron al infinito, pero todos suspiraron sin saber exactamente qué responder.

—No sé —dijo el técnico número siete—, habría que pensar en algo… no lo sé exactamente…

—En algo que les absorba la mente, por lo que se sientan dominados, aunque sin saberlo, algo que les haga abandonar la lectura, que les obligue a dejar de pensar, y de hablar, y de comunicarse, o al menos reduzca tales capacidades, —expresó el técnico número ocho— eso sí, poco a poco, para que, sin duda, acaben desapareciendo.

—Que es lo mejor que podría suceder —comentó el técnico número dieciséis.

—Pero eso… no sé si es imposible, no resultará nada fácil.

Todos los presentes se miraron con la duda tiritando en las pupilas.

—Nada es imposible —afirmó el presidente— cuando el fin es dominar, por lo que hemos de ponernos a trabajar de inmediato.

Y eso hicieron, y estuvieron semanas y meses pensando y dando vueltas al tema, devanándose los sesos para hallar una respuesta, barajando multitud de posibilidades, creyendo al principio que se habían introducido en un callejón sin salida, pero no cejando en el empeño, hasta que un día, un bendito día de calor y gloria, un bendito día, tras muchas vicisitudes y muchas penalidades, por fin, encontraron la solución a sus terroríficos problemas: ese día inventaron el teléfono móvil.

 

 

© Blanca del Cerro    

       

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