Superar una depresión había sido de las cosas más complicadas que había hecho la joven en toda su vida. Durante meses había comido lo justo para no convertirse en huesos, apenas dormía y había perdido el interés cualquier cosa que antes le produjese algún tipo de placer. Escribir, leer o montar en bicicleta habían pasado de ser sus actividades favoritas a auténticos tormentos.
Vivía el día a día como una autómata, se duchaba por costumbre, trabajaba y apenas salía de casa. Cuando su pareja la acompañó al psicólogo y se dio cuenta de lo que estaba pasando, una parte de ella se sintió liberada, otra, terriblemente culpable. Había hecho sufrir a su entorno sin ser apenas consciente de ello.
Desde aquella primera consulta, se tomó muy en serio su salud mental y puso todo lo que estuvo en su mano para salir del oscuro bucle en el que se había metido. Aunque se trató más de una carrera de fondo que de un sprint. Debía ser constante, no desanimarse y, sobre todo, confiar en el proceso. Recuperó su peso habitual, retomó las aficiones que tanto había disfrutado antes y cada vez sonreía más a menudo.
Cuando caía se levantaba y tras muchas idas, venidas y mucho amor por parte de las personas a su alrededor, su psicólogo le anunció que estaba lista para salir al mundo. Aunque resulte poco profesional, su terapeuta se dejó abrazar y ella salió de allí con lágrimas en los ojos y una enorme sonrisa en los labios. Vivió meses tranquila, centrada en todo lo que había perdido pero de pronto se dio cuenta que necesitaba más y expandió sus horizontes.
Primero realizando nuevas actividades al aire libre cerca de su hogar, después viajando. Porque se debía a sí misma recuperar el tiempo perdido, quería retomar aquello que había dejado por el camino. Porque tenía un mundo por descubrir.
© MJ Pérez
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