miércoles, 3 de septiembre de 2025

Amantes de mis cuentos: El secreto de la vida

 



 

Abrió el frigorífico, lo volvió a cerrar y protestó por no tener leche fría. Ningún recipiente, bote, frasco, brik, estaba a la vista.

¡Mamá! ¿Dónde está la leche?

Silencio

¡Mamá!

El abuelo levantó la vista del crucigrama. Este adolescente se creía que con desear y pedir lo obtenía todo.

—Hijo, no sé si sabrás que las vacas, las cabras, las llamas no dan leche, así como así. Hay que ordeñarlas.

El chaval, por un momento dejó el móvil, lo miró con cara de aburrimiento y soltó:

—Abuelo, estás tonto.

Este, puesto en pie, se ponía la chaqueta para dar su paseo diario.

—Hijo, para que tú bebas leche, alguien se levantó a las cuatro de la madrugada, fue al establo, caminó entre excrementos, ató las colas, las patas, se sentó en un banquito, colocó el balde e hizo los movimientos adecuados.

—Déjame en paz, carcamal. Ya estás con tus historias.

El abuelo se dio la vuelta. No sabía cómo hacerle entender que no todo es fácil, que la realidad no es color de rosa, que la felicidad es el resultado del esfuerzo.

Al llegar a la puerta de la calle, retrocedió. Se acercó a su nieto y le dio un ligero coscorrón y un beso en la espesa cabellera. Nunca se sabe, pensó, si al doblar la esquina, llega el último día, el último abrazo, el último…

Y no quería que, cada vez, que su nieto tomara leche recordara lo borde que había sido con su abuelo.

 

© Marieta Alonso Más

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