lunes, 1 de septiembre de 2025

Amantes de mis cuentos: La musa enamorada

 



A veces, en primavera, cuando la luz de la tarde se filtra por la ventana, se le escapaban suspiros.

Un olor a pimienta y canela, hizo que levantara la cabeza y husmeara el aire. Se preguntó atónita si no sería cierto aquello de que el dueño del cortijo y la lavandera hablaban de amores. Pero, eso a ella… ¿Qué le importaba? Su pensamiento voló muy lejos.

Sus padres tenían una cabaña de troncos al pie de la sierra del Rosario, en Cuba. En ella nunca Robert Redford le lavó el pelo. Lástima. Un paisaje tropical como aquél era un recreo para la vista, y a lo mejor, ese hombre que levantaba pasiones se hubiese olvidado de que ella no era Meryl Streep. Por ese detalle insignificante, su querido actor nunca podría oír el murmullo del riachuelo, ni el canto del sinsonte, ni el ulular del viento entre los árboles.

Regresó del ensueño y posó sus pies en su nueva tierra. No se podía ser tan soñadora. ¡Era tan dada a mecerse entre las nubes! De pronto, percibió un leve olor a gasolina. Oyó el ruido de un motor. Giró la cabeza, un Land Rover aparcaba enfrente de su ventana. Se bajó un hombre. Más feo, imposible.

Pero no fue hacia su casa, sino a la que lindaba con la de ella que siempre había estado cerrada. ¡Si hasta las telarañas se habían adueñado de aquella preciosa vivienda! Oyó el ruido de una puerta al cerrarse. Luego, el silencio. Al rato el sonido de las teclas de un piano inundó la plaza.

Despacio se levantó, siguiendo las notas musicales. Subió a un árbol a fisgonear y vio unas manos deslizándose por el teclado. Unas manos de dedos largos, finos, ágiles… Unos dedos capaces de crear no solo sonidos, también profundos sentimientos. Y quizás, incluso, podrían lavarle el pelo…

 

© Marieta Alonso Más

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario