sábado, 1 de diciembre de 2012

Amantes de mis cuentos: Magia negra

Tarot
Tras veinte años de matrimonio la rutina se aposentó en José Heriberto. A sus cincuenta años y sin ninguna intención de cambiar la paz hogareña, dio rienda suelta a la necesidad de una aventura amorosa y se buscó un entretenimiento. La emoción vino de la mano de una mujer treinta años más joven. A nivel económico no tenía problemas por lo que le puso casa. Y se dedicó a cumplir como es debido tanto con su amante como con su esposa.
Pasaron diez años y la rutina hizo que la explosión hormonal amainara. El aburrimiento hizo acto de presencia. Sin propósito determinado comenzó a salir con otra mujer aún más joven y como era hombre sesudo constató que a sus sesenta años no tenía el empuje suficiente para contentar a tres mujeres. Y una noche de luna llena y calor asfixiante sentando en sus rodillas a la “querida” número uno, le comunicó su decisión de dar por finalizada la relación.
Sorprendió a José Heriberto la reacción de su amante. Ella le escuchó en silencio y sólo habló para amenazarle con estas palabras:
-Te va a pesar. A mí... ningún hombre me deja.
El quiso que entrara en razones pero un jarrón chino tirado con fuerza fue la respuesta.  Hombre ágil, lo esquivó. Se estiró la chaqueta, se acomodó la corbata, cerró la puerta y se marchó pensando que mujer al fin y al cabo le había obsequiado con un ataque de histeria.
Pasaron dos días y comenzó a sentirse mal. No sabía qué le sucedía pues siempre había tenido una salud de hierro. Los mejores médicos le atendieron sin poder hacer nada por él. La vida se le escapaba. En el certificado de defunción se puso “Infarto”. El mismo día de su entierro, su mujer comenzó a sentirse mal y se reunió con su marido tres días más tarde. Nadie se explicaba esas muertes tan repentinas y sin causa aparente.
Un sobrino, aficionado al ocultismo, se le ocurrió consultar con una espiritista. La santera le preguntó lo que quería saber:
-¿Qué fue lo que llevó a mis tíos a la tumba?
La mujer pasó un buen rato moviendo caracoles, consultando cartas, caminó pausadamente por las cuatro paredes de aquella habitación rectangular y en un punto determinado le entraron unas convulsiones que la hicieron caer al suelo. Poco a poco se fue apaciguando. En el rostro sudoroso apareció una media sonrisa y con voz ronca habló:
-Toma una guataca y te vas a casa de tus tíos. No entres en ella. De espaldas a la puerta de la calle camina por la acera de enfrente, a dos cuadras tuerce a la derecha, te encontrarás un parque solitario donde hay un grupo de palmeras y un banco. Quítalo y justo en el mismo centro de donde estaba el banco comienza a cavar. Lo que allí encuentres, ¡no lo toques!, quémalo de inmediato. Tapa el agujero y regresa a contarme lo que has visto.
Dicho y hecho el sobrino compró la azada e hizo el recorrido. Encontró una camisa con las iniciales de su tío. Dos muñecos de trapo que representaban a un hombre y a una mujer con alfileres estratégicamente colocados en la zona de la cabeza y el corazón, más una caja que no supo qué contenía. Lo quemó todo y regresó.
La espiritista rascándose la cabeza oyó en silencio el relato de lo acontecido mientras iba esparciendo cartas. Al final habló:
-Tú sabías que tu tío tenía dos amantes.
-Primeras noticias, contestó el sobrino.
-No te estoy preguntando. Sé que conoces a una y ya en vida de tu tío la habías heredado en usufructo. ¡Óyeme bien! lo que oigas aquí no debe salir jamás de tus labios. Yo no quiero líos con la justicia. Tus tíos la palmaron por cuenta de un “trabajo” hecho a conciencia. Y no por amor, ni orgullo herido, sino por dinero.
Al sobrino los ojos se le salían de las órbitas. La santera puso los caracoles sobre la mesa y los movió al descuido:
-Carajo, qué es lo que veo.
-¿Qué sucede?
-Ahora todo tiene sentido. Tú eres el único heredero. Aléjate ya. En la caja había un pañuelo de seda tuyo y una pócima para matrimonio. Estás en peligro.
-¿Cuál de ellas lo hizo?
-Eso es lo de menos. Son hermanas.

2 comentarios:

  1. Muy bueno Marieta. Como siempre, tus cuentos no defraudan. Un beso,

    Carmen Dorado

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  2. Ves que es cierto lo que digo. Nadie como tú para dar ánimos. Besos

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