Diez años después él le
susurró:
-Por favor, sea breve. No gaste el tiempo que me corresponde en hacer su alegato, que yo quiero dar a conocer el mío.
-Gracias. Muy amable.
-Mire usted, señor juez. A mí no me gustan las residencias para mayores. Y no es porque sean deprimentes, que lo son, ni porque añore mi casa, que la añoro, ni porque haya tantos viejos. Mi repulsa es porque al cabo de cincuenta años de matrimonio y quince hijos, mi mujer se enredó en amores con un hombre que compartía mesa con nosotros. Ni siquiera era más joven que yo. Tenía noventa años y alardeaba de una vitalidad que cansaba solo con verle. Desde que nuestros hijos nos trajeron a este lugar se pegó a nosotros como una lapa para pasear, jugar a las cartas, bailar. Los dos han muerto, hace… no lo recuerdo, pero yo acabo de enterarme y como no puede ser de otra manera quiero el divorcio. Me dicen que eso no puede ser. Pero, señor juez, ¿sabe usted cómo se siente uno cuando ha sido engañado?
Me gusta. Me has arrancado un sonrisa a pesar de tratar un tema (creo yo) muy triste. El de los ancianos a los que la familia recluye en un asilo. Como siempre, tienes una habilidad sorprendente para tratar temas escabrosos con una sutileza y una ironía incomparables.
ResponderEliminarEnhorabuena Marieta!!!
Carmen Dorado
Quizás en un país imaginario exista la modalidad de divorcio post mortem.¿Tú qué crees?
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