Atada al cabecero de la cama,
empezaba a perder la cordura. Ya no recordaba cuánto tiempo llevaba allí.
Hoy había sido un día terrible, lleno
de señales premonitorias que la advirtieron, pero ella no se había dado cuenta.
Nada más levantarse, perdió una
zapatilla debajo de la cama y tuvo que llevar un pie descalzo, durante el
desayuno.
Su taza preferida, la de la vaca
lechera, estaba sucia y tuvo que desayunar en una vulgar taza blanca sin
logotipo.
Cuando se fue a vestir, se acordó
que no había planchado la blusa que tenía preparada, y como ya no le quedaba
tiempo, terminó por ponerse un viejo jersey verde que no le pegaba nada con el
pantalón que había elegido.
Salió a la calle corriendo, ya se
había retrasado mucho y no iba a llegar a coger el autobús a tiempo.
Llegó a la parada y estaba vacía.
El autobús ya había pasado. Se sentó a esperar el siguiente. Hacía frío y no se había abrigado mucho.
Mientras pensaba que no había empezado muy bien el día, un coche se detuvo
frente a ella. Dos hombres con pasamontañas saltaron de él y la obligaron a
introducirse dentro con un empujón. Le taparon los ojos y la boca y arrancaron
rápidamente.
Llevaba desde entonces atada a la
cama de una casa en algún lugar desconocido.
Oyó golpes y gritos en la
habitación de al lado. Derribaron la puerta y la policía entró a la carrera. La
desataron y le dijeron que estaba a salvo.
-
¿Cómo me han encontrado?, preguntó.
-
Siguiendo las pistas- contestó el policía.
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