Tras
el vivir y el soñar está lo que
más importa: el despertar.
Antonio Machado
Aún hoy, ignoro si lo que me sucedió fue real; yo
así lo tomé. Como profesor de matemáticas, soy poco dado a elucubraciones
fantásticas. Mi vida de hombre solitario está muy acorde con la lógica de la
asignatura que enseño y se mueve en unos parámetros con soluciones razonadas.
Ese día no hubo clase y, al salir de casa, pensé caminar por el parque. En el
paso de peatones la luz del semáforo cambió de color, fui a iniciar la marcha
pero, ya con el pie en el aire, me detuve. Había algo que no estaba como
siempre. Miré a uno y otro lado de la calle, estaba desierta, ningún coche o
autobús parado o en la lejanía; junto al semáforo, yo sólo rodeado de silencio.
Decidí cambiar el rumbo y dirigirme al centro de la
ciudad. El ruido de mis pasos era el único sonido. En las calles, normalmente
bulliciosas, ¡no había nadie!.Envuelto por aquella sonora soledad, la angustia
se iba apoderando de mí. Los bares y cafeterías abiertos pero sin camareros ni
clientes. Todo el ambiente era ocupado por el silencio. Entraba en los locales
vacíos para salir con el pánico en el rostro. Las calles y plazas, enmudecidas,
fueron testigos de mi búsqueda para escuchar el ladrido de un perro o el gorjeo
de un pájaro, pero solo pude oír el continuo golpeteo de mi corazón, cada vez
más rápido. Mis ojos lanzaban su mirada por todas partes a la espera de algún
signo de vida mientras el sudor empapaba mi cuerpo.
Junto a una farola y ya sin fuerzas, fui resbalando
hasta caer al suelo. Tuve la sensación de que mi cerebro caía en la nada y que
mi cuerpo, ingrávido, era arrastrado hacia algo desconocido. Entonces, muy
lejos, casi inaudible, una voz de inflexiones suaves detuvo mi marcha: “Se ha
recuperado el ritmo cardiaco y la tensión arterial se ha estabilizado.”
La frontera por Alejandro Chanes Cardiel se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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