Ma chérie SOLANGE:
Anoche,
al desprenderme de tus labios perdí el aliento que me anima. Desde hace algunos
meses vivo del olor que dejas en mi boca, boca sedienta a todas horas de tus
ardientes libaciones. La súbita aparición del hombre que te ata impidió el
ansiado estertor que el entusiasmo nos regala. Ya sé que él constituye una
presencia necesaria, pero no por ello acepto en mi interior aquello que la
sociedad impone.
Nadie
como tú ha colmado mis expectativas en todos los aspectos. Cuan hermosas serían
nuestras noches si pudiéramos compartir el lecho en la absoluta libertad que
demandan nuestras ilusiones. Sí, te debes al hogar donde tus hijos crecen
felices, ajenos al sacrificio de tus frías noches solitarias…
Acepto,
pues, este ingrato envite del destino: Amante en la trastienda, discreto
juguete de tus horas muertas.
Rompe
ésta y recibe un gran beso enamorado. Aplícalo a aquella parte de tu cuerpo al
que prefieras corresponda.
Tuyo siempre.
ARMAND
Tras
recibir el sobre de manos del portero, Mme. Blanchard subió las escaleras y
entrando en casa se encerró en su gabinete. Antes de ocupar su asiento favorito
junto al ventanal acristalado, descorrió el visillo y abriendo el sobre suspiró
profundamente. Ya antes de leer estaba emocionada. El fugaz encuentro de la
noche anterior bajo la escalera la había descolocado. Volvió a sentir aquel
ardor en sus mejillas; la efusión de sangre
que provocara la pasión y prolongara la vergüenza. A la vez deseo y
amarga pesadumbre. Entre esos extremos discurría su vida desde la aciaga tarde,
allá en el lejano parque de Saint Claude, cuando accedió a escuchar aquellas
palabras lisonjeras a las que subrayaba una mirada azul.
Leyó
las breves líneas con mano temblorosa. La blanca puntilla que enmarcaba su
diestra delicada vibraba levemente a resultas de su nervioso movimiento. Rompió
el sobre y la misiva, tal como su amante le indicara. Estaba decidida a no
responder aquella nota. Odiaba sentirse como ahora. Tiró los restos al fuego de
la chimenea e incorporándose marchó para continuar con las labores. A la hora
de comer, mientras servía los manjares, M. Blanchard, según costumbre, hablaba
del incremento de las ventas que experimentaba el almacén y de las buenas
perspectivas del negocio.
-Esta
mañana despachamos tres pedidos, dos de ellos a provincias; lo cual indica un
buen momento para las exportaciones. Creo que podríamos ir pensando cuando
marcharíamos a Grenoble. ¿Has pensado en
ello, mon cherie?
Solange
Blanchard, muy ajena a sus palabras, dio una enigmática sonrisa por respuesta
y, tras un breve silencio, se dignó responder:
-Antes
habrá que pensar cómo organizaremos las vacaciones de los niños. Si continuarán
durante el verano sus lecciones de inglés, esgrima y piano.
-Es
cierto, solo he pensado egoístamente en mi descanso. Me agobia un tanto la
actividad empresarial.
A la
hora de la toilette, inconscientemente, volvió ella a pensar en su joven amante. Su desnudez contemplada
ante el espejo le hizo revivir el placer que sus caricias le otorgaban. ¿Cómo
renunciar a ese regalo que, tras doce años de aridez matrimonial, la vida le
ofrecía de forma gratuita? Así, al salir del gabinete buscó recado de escribir.
Mi
imprescindible Armand:
Soy
víctima y culpable por estos demonios que me gobiernan de cintura para abajo.
No puedo sustraerme al apremiante goce de tu cuerpo, ni a la dulzura que tus
palabras despiertan en mi mente. No permitas que mis dudas y vacilaciones de
burguesa ya madura enfríen el calor de tus juveniles emociones. Hazme feliz e
ignora mis auto-recriminaciones. Seamos siempre el uno para el otro.
Tuya
Tras
introducir la nota en sobre perfumado la guardó en su falda, de donde la
trasladaría más tarde a la cartera-portafolios que el profesor de inglés
llevaba diariamente, cuando acudía a las lecciones vespertinas de sus hijos.
© Ramón L. Fernández y Suárez
Correspondencia peligrosa por Ramón L. Fernández y Suárez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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