El sueño de José Daniele Crespi, 1620-1630 Museo de Historia del Arte de Viena |
I
Suena el despertador. Me siento feliz. Es al
salir de casa cuando la rutina me abofetea.
Al cerrar la puerta me doy cuenta que voy con las
zapatillas. Se impone un cambio en el calzado. Regreso. Al salir de
nuevo me encuentro con el vecino de pelo cano que está paseando a su perro.
Toda la noche ha estado lloviendo. El chucho según mi vecino tiene predilección
por mí y la sonrisa se me escapa de la cara cuando veo las manchas que han
dejado sus eufóricas patitas en mi falda. Se impone un cambio de ropa.
Llego a la
Empresa con el tiempo justo para fichar y antes de llegar a mi
mesa ya me han entregado varios temas que requieren salida inmediata. A media
mañana están listos todos los trabajos urgentes. Para recabar la firma de mi
superior entro sin llamar a su despacho y lo encuentro con su espectacular secretaria
realizando funciones que no son precisamente las de sus competencias laborales.
Pido disculpas.
Me llaman del Departamento de Personal y me ofrecen la Jubilación Anticipada.
Esta respuesta es desproporcionada si tenemos en cuenta lo discreta que he sido.
II
Por extraños mecanismos me despierto siempre feliz. Cada
día canto en la ducha y con entusiasmo me preparo para ir al trabajo. Ha estado
lloviendo. Ya en la calle veo venir al vecino de pelo cano con su perro, un
pastor alemán con bastantes malas pulgas, y con cierta aversión hacia mi
persona.
De pronto el perro se suelta, por la cara del vecino
no sé si lo ha hecho adrede, y ese mamífero carnicero se me echa encima.
Llego a la
Empresa y me llama el Jefe. Al entrar me dice que tiene que
hablar muy seriamente conmigo y comienza a contarme que su abuelo luchó en la Guerra de Independencia en
Cuba al lado de los rayadillos y que allí había conocido a una insurrecta que
fue el amor de su vida, firmando ambos su paz particular. En cambio, él no
había tenido que viajar a Cuba para encontrar el amor. Yo, una emigrante cubana,
había logrado cambiar su vida, sus ideas y hasta la simpatía que antaño sintiera
por el régimen cubano. En su madurez, casado, con hijos y sin poder ofrecerme,
de momento, nada que no fuera una discreta relación, me pedía que juntos
llegásemos a conocer la profundidad del amor.
Intenté explicarle, que de momento, no estaba preparada
para ese tipo de relaciones, que sentía vértigo ante las profundidades. Se
sintió agraviado.
Me llaman del Departamento de Personal y me presentan
un expediente de despido disciplinario por no cumplir con mi trabajo. Esto me
parece improcedente si tenemos en cuenta lo diplomática que ha sido mi
respuesta.
III
Me despierto sonriendo. Hoy puede ser un gran día. El
espejo me devuelve una imagen bastante pálida y me maquillo con detenimiento.
Al salir a la calle me encuentro con el vecino de pelo
cano y su delicioso perro que siempre me saluda con gran alegría poniendo sus
patitas encima. Ojalá, el vecino me quisiera la mitad de lo que me demuestra el
perro. Hoy cosa rara no aparta de mí su mirada, he hecho bien en maquillarme. Y
me dice como la cosa más natural del mundo que no puede seguir ocultando sus
sentimientos, que es incapaz de luchar contra los dictados de su corazón y que me
invita a merendar esta tarde para hablar sobre ello. No logro articular
palabra, menos mal que afirmo varias veces, con la cabeza.
Llego a la
Empresa como en una nube y nada más entrar me llama mi jefe. En
la falda destacan las patitas de ese perro tan encantador pero no le doy la
mayor importancia. El jefe me recibe con una sonrisa y me dice que después de treinta
años de eficientes servicios a la
Empresa tengo bien merecido un aumento sustancioso de mi
sueldo.
Suena el despertador.
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Gracias.
© Marieta Alonso Más
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