Su tronco es grueso, derecho, con muchas ramas. Es común en los sotos y riberas de los ríos, muy cerca del agua, aunque la familia de los sauces es tan extensa que se pueden encontrar a más de dos mil metros de altitud.
El sauce de Babilonia o sauce
llorón se cultiva en Europa como planta de adorno, aunque también hay otras
especies como el sauce cabruno cuyos brotes son una delicia para las cabras, y
también la mimbrera que es utilizada para la cestería.
Los medicamentos a base de
sauce y otras plantas ricas en salicilato ya aparecen en antiguas tablillas de
arcilla sumerias, así como en el Papiro Ebers del antiguo Egipto. Hipócrates
hizo referencia a su uso del té salicílico para reducir las fiebres hacia el año
400 a.C. El extracto de corteza de sauce se consolidó por sus efectos
específicos para reducir la fiebre, el dolor y la inflamación a mediados del
siglo XVIII.
Leyenda del sauce llorón
A orillas del río Uruguay
existía una orgullosa tribu, la cual era gobernada por un hombre justo y
valiente. Este guerrero tenía una hija llamada Isapí, a quien todos admiraban
por ser la más bella de la región. En todo el lugar no había una sola persona
que pudiera compararse con su belleza; sin embargo, así como grande era su
hermosura, frío era su corazón, pues la princesa carecía de sentimientos.
Jamás en su vida había
derramado una sola lágrima, no tenía amigos ni sabía sonreír. Y aunque le
sobraban los pretendientes a ninguno de ellos amaba, pues se decía que era
incapaz de sentir amor. Así era la hermosa Isapí, orgullosa y fría como el
hielo.
Aunque muchos intentaron
ganarse su corazón todos fracasaron en el intento, y muy pronto, la desgracia
cayó sobre la tribu.
Una noche de tormenta, las
aguas del río crecieron tanto que arrasaron todo lo que estaba a su paso,
incluidas las casas de la aldea con decenas de habitantes, que murieron
ahogados. Pero ni siquiera esta horrible desgracia hizo llorar a Isapí, quien
contemplaba las ruinas de su tribu con rostro inexpresivo.
A esas alturas, muchos la
culpaban por la mala suerte que le había traído al pueblo.
Después de aquella gran
inundación, los únicos sobrevivientes de la tribu; algunos guerreros y unas
cuantas mujeres, decidieron reconstruir como pudieron sus chozas para
refugiarse en la selva. Entre ellos se encontraba una vieja hechicera, que al
mirar en los negros ojos de Isapí, optó por convocar al señor de los
maleficios, inquieta por la falta de reacción de la joven.
Tras contarle lo sucedido, el
gran señor resolvió que solo las lágrimas de la muchacha calmarían a los
dioses, pues probablemente se sintieran ofendidos por su arrogancia.
Así pues, mandó llamar a la
princesa y dos guerreros de la aldea la llevaron ante él.
—¿Por qué me has
llamado? —le preguntó ella.
—Tenemos que hablar acerca de
tus sentimientos. La hechicera ha preparado una pócima con la que por fin
conocerás el dolor del sufrimiento y el alivio del llanto —le extendió una
diminuta botella—, si a pesar de todo tienes algo de consideración por los
tuyos, te ruego que lo bebas para salvarlos de la ira de los dioses.
Isapí miró la poción dudando.
—Pero, ¿qué me ocurrirá si
bebo esto? —preguntó.
—Ese es un sacrificio que tú
misma tendrás que averiguar.
Isapí la bebió y de pronto
dejó de escuchar. Sus pies se convirtieron en raíces que afloraron en la tierra
y el resto de su cuerpo se volvió un tronco. Su largo cabello se transformó en
hojas colgantes y verdes. Por primera vez la princesa sintió miedo y se soltó a
llorar, provocando que su follaje creciera más y más hasta extenderse por el
bosque.
Así fue como nació el sauce
llorón, un árbol muy bello pero que siempre parece muy triste. Llora para pedir
perdón por el corazón de piedra que alguna vez tuvo la bella princesa Isapí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario