En 1937, el ingeniero de minas y
buscador de oro llamado Williamson contrató los servicios de un aviador
norteamericano, James Ángel, para volar hasta la Guayana Venezolana y fue
cuando se encontró por casualidad la caída de agua más alta del mundo, que se
precipita 979 metros desde la cima del Monte del Diablo, y a la que los indios pemones denominaban Cherún-Merú,
siendo para ellos un lugar sagrado. Hoy día, el Parque Nacional de Canaima, el
mayor de Venezuela, es uno de los lugares más interesantes y espectaculares que
pueden existir en nuestro planeta.
Una maravilla de la creación.
Una maravilla de la creación.
Conocimos el Salto Ángel, un 3 de
agosto de 2002, quinientos diez años después de que Colón saliera de Palos de
Moguer en busca de las Indias y encontrara América.
En pie a las 4:30 de la madrugada, dieciséis personas nos tomamos un café en el campamento Waku y a la curiara para remontar el río Carrao. Navegamos durante dos horas hasta el campamento La Orquidea, donde desayunamos chocolate, sándwiches, galletas. Había dos cotorras, un perro y un pavo. Otras dos horas en curiara pasando del río Carrao a uno de sus afluentes, el Churrún, nos bajamos dos veces de la curiara para que el barquero, un indio pemón, pasara solo los rápidos, mientras los demás nos subimos a un tractor la primera vez y andando la segunda. De nuevo a navegar hasta el campamento en la isla Ratoncito. Allí comenzó la andadura tropezando y teniendo cuidado en no apoyarte en los árboles, las serpientes se mimetizan con ellos, cruzamos el río que tiene una corriente tan fuerte que te puede llevar, para andar de nuevo por ese bosque primigenio, donde el sendero es a base de raíces, piedras, pendientes pronunciadas hasta el Mirador del Laime. Fotos, fotos, fotos. Una vista espléndida, maravillosa del Salto Ángel. Te sientas en una piedra, fijas la mirada, y puedes dejar salir el alma.
En pie a las 4:30 de la madrugada, dieciséis personas nos tomamos un café en el campamento Waku y a la curiara para remontar el río Carrao. Navegamos durante dos horas hasta el campamento La Orquidea, donde desayunamos chocolate, sándwiches, galletas. Había dos cotorras, un perro y un pavo. Otras dos horas en curiara pasando del río Carrao a uno de sus afluentes, el Churrún, nos bajamos dos veces de la curiara para que el barquero, un indio pemón, pasara solo los rápidos, mientras los demás nos subimos a un tractor la primera vez y andando la segunda. De nuevo a navegar hasta el campamento en la isla Ratoncito. Allí comenzó la andadura tropezando y teniendo cuidado en no apoyarte en los árboles, las serpientes se mimetizan con ellos, cruzamos el río que tiene una corriente tan fuerte que te puede llevar, para andar de nuevo por ese bosque primigenio, donde el sendero es a base de raíces, piedras, pendientes pronunciadas hasta el Mirador del Laime. Fotos, fotos, fotos. Una vista espléndida, maravillosa del Salto Ángel. Te sientas en una piedra, fijas la mirada, y puedes dejar salir el alma.
Salto Ángel |
Volvimos a la curiara hasta el campamento La Orquidea. Nos llevó la mitad del tiempo, una cosa es la subida y otra la bajada. En los rápidos el indio pemón paraba el motor, se dirigía hacia la orilla y el rápido nos llevaba ¡Señor, que el barquero sepa lo que hace! Sin contratiempos llegamos al salto de El Sapo, agarrados a una cuerda pegada a las piedras atravesamos la cortina de agua. Una ducha a lo bestia.
Al día siguiente sobrevolamos el Salto Ángel en una avioneta que chirriaba de la herrumbre. Desde el cielo lo vimos, majestuoso, sonriente, juguetón, dejándose ver desde diversos ángulos, con nubes, soleado, él arriba y el río y la selva debajo. De puro milagro, aterrizamos.
Fue declarado Patrimonio de la Humanidad
por la Unesco en 1994.
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