Cape Cod al atardecer Edward Hopper |
Otra vez aullaban las sombras
a través de los árboles en el bosque azul. Adela, mujer de mediana edad, gruesa
y siempre de mal humor, apoyada en la pared observa al perro que inquieto,
vigila el bosque sin atreverse a entrar en él. Adela dirige su mirada hacia
Martín. Ya nada queda en el hombre sentado en el escalón, del joven que la
había enloquecido en el Instituto.
Los padres de Martín llegaron
al pueblo desde nadie sabe dónde, hace ya más de quince años, para instalarse
en una casa abandonada de las afueras de la ciudad. Se acercan al pueblo solo
para vender la leña que recogen en el bosque, la madre, y para comprar cerveza,
el padre. Martín, pocos días después de comenzar el curso, aparece por el
Instituto. Entra en una clase y sin saludar a nadie, se sienta en un pupitre de
la última fila.
Desde el primer día se fija
en Adela. Alta, rubia, de fornidas caderas. Vestía la niña una hermosa cazadora
rosa y botas muy caras. Adela es la hija única de un viudo bastante adinerado,
que cuando no se encuentra en el instituto, se dedica a cuidar a su padre quien
a causa del fallecimiento de su esposa, vive una gran depresión.
Martín al principio, comienza
a acercarse al grupo de Adela; luego a acompañarla hasta su casa. Más tarde la
recoge por las mañanas, aunque para ello tenga que levantarse muy temprano y
desplazarse largo trecho.
Una tarde es ella quien
acompaña al muchacho a su casa. Al entrar Adela contempla al padre de Martín,
semidesnudo, dormido en un sofá. La madre todavía no ha vuelto. El ruido de la
puerta al cerrarse, despierta al hombre. Al ver a la joven se levanta y la mira
de forma que a ella no le gusta. El hombre les prepara la merienda que Adela
toma con asco. La joven se fue sin llegar a hacer los deberes. Nunca quiso
volver.
A partir de entonces, los
jóvenes solo se reúnen en casa de Adela. A Martín le gusta el orden que hay
dentro de las blancas paredes de madera de la hermosa casa victoriana, el pasto
que la rodea, verde en primavera y verano, rubio en el otoño, y cubierto de
nieve en invierno. Martín comienza a ansiar la posesión de aquella casa, de los
bosques de coníferas que crecen rodeándola, tan cerca, que en los días de
viento las ramas lamen algunas paredes y ventanas.
Una tarde se hace de noche
mientras estudian y Martín se queda a dormir. Vuelve a hacerlo un día y otro.
Al principio duerme en la habitación de huéspedes; luego, en la de Adela. Así
un día tras otro hasta que ambos dejan de asistir al instituto. Al padre de
Martín no volvieron a verle. A la madre, tan solo cuando recoge la leña en el
bosque que los rodea.
Martín comienza a cuidar al
padre de Adela. Le prepara las medicinas, le lee el periódico, lo ayuda a
bañarse, y charla con él de deportes. Una mañana aparece con un perro que
coloca encima de la cama del hombre. Es para que le acompañe, dice. Día a día,
poco a poco, Martín convence a Adela y la lleva al Ayuntamiento para contraer
matrimonio. Desde entonces, se queja de los gastos y el trabajo que los
cuidados del dueño de la casa producen.
Una mañana al llevar Adela el
desayuno a su padre, lo encuentra muerto entre las sábanas. Martín lleva el
cuerpo al bosque, cava una tumba y lo entierra. Adela, que no comprende el
fallecimiento tan repentino, llora con desconsuelo. Martín se ríe de ella.
Un día, aparece en la casa el
padre de Martín. Viene, borracho, a pedirle dinero prestado a su hijo. Tú eres
rico, dice, y tienes la obligación de ayudar a tus padres. Aquella misma noche
un fuego redujo a cenizas la casa de madera de las afueras de la ciudad,
estando el matrimonio dentro. Los bomberos firmaron un informe en el que se
decía que un cigarrillo mal apagado prendió el queroseno de una lámpara que a
buen seguro, habría tirado el borracho.
Y desde entonces, cuando
sopla el viento, se escuchan aullidos y llantos de almas entre el rugir de las
ramas de los árboles. Esos días, el perro que percibe los lamentos de su amo,
aúlla desde la pradera, mientras Martín y Adela toman el aire sin atreverse a
dejar la puerta de la casa.
© Malena Teigeiro
Esta muy bien la historia. Gracias
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