viernes, 1 de abril de 2016

Amantes de mis cuentos: Pasión por el circo




Mi maestro era alto, delgado y tan recto en el físico como en su forma de ser. Tenía un arte especial para preguntarle siempre a quien no podía ni quería responderle. Y yo era uno de ellos. Creo que me odiaba por ser quien era, aunque yo no tenía ni un átomo de culpa por vivir en una caravana, ni porque mi padre fuera domador de leones, y mi madre la reina del trapecio.

Un día me pidió en clase que le dijera en voz alta y clara, delante de todos, la definición de león. Me quedé mudo. Así que le pasó la pregunta a mi compañera de pupitre. Y ella, toda oronda, soltó:

León viene del latín leo, leonis.  Es un mamífero carnicero de la familia de los félidos que se adorna con una melena espectacular.

No me explico cómo se puede describir a Lorenzo, mi querido león, de forma tan absurda. A Lorenzo hay que admirarle por su nobleza, su lealtad, su fuerza. Ya quisiera ella con su pelo lacio, marchito y escaso, tener su espléndida cabellera. Bien es verdad que está algo escuálido, pero llamarle carnicero no me parece apropiado.

Claro que ella no tiene la suerte que tengo yo de vivir en un mundo de aventuras.
 
¡Ay, mi padre! ¡Cómo se pondrá cuando el maestro le vaya con el cuento! Él, que tan satisfecho está de sí mismo, porque saliendo de la nada ha llegado a ser el amo de su propio circo; que cuenta a todo el que tiene a mano sus desdichas, su vida miserable de la que salió gracias a su carácter resuelto. Orgulloso en su humildad, no perdonará que su hijo haya quedado como un tonto frente a la clase y que una pazguata, fea y flaca, quedara como la lista.

Se enteró y fue el acabóse. Mi padre no se explica cómo puedo sacar sobresaliente en todas las asignaturas y quedarme petrificado al hablar en público. ¡Qué desgracia! Un hijo circense y tímido es lo peor que le podría ocurrir.

El maestro, en su línea, ponderó mis otras virtudes, pero siempre recalcando que el circo era una mala influencia para un chico con futuro como yo. Mi padre ni cuenta se dio de que Caradepalo, con su forma de hablar tan elocuente, estaba dando más prestigio a su hijo y a sí mismo que distinción a su oyente.

Y de pronto… de la noche a la mañana me encontré lejos del circo, de Lorenzo, de mis padres, porque me quedé a vivir en la casa del maestro. Entre ellos se pusieron de acuerdo para hacer de mí un hombre de bien. Ni siquiera preguntaron mi opinión.

Se fueron al diablo las emociones, los saltos espeluznantes, los enfrentamientos a fieras domadas, el galopar sobre hermosos corceles.

Total… por un título universitario, una cuenta bancaria sustanciosa, un matrimonio con Pelo Pobre y un lugar distinguido en esta sociedad de la que nunca recibiré un aplauso atronador.

© Marieta Alonso Más         

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