Dama en amarillo escribiendo Johannes Vermeer |
Mientras esperaba que su esposa levantase
la vista del papel, Frans Hendrick depositó la suya en el pequeño cofre que
estaba sobre la mesa. Nunca se había atrevido a preguntar por su contenido, los
pequeños secretos de Aniek eran parte de su personalidad, de ese ser oculto
tras la mirada amable y el gesto cortés por los que era conocida entre sus
allegados.
Sin dejar la pluma, la mujer le preguntó
si se marchaba al ministerio. Volveré para la hora de la cena, hoy tenemos
reuniones hasta tarde. Con un "no te retrases, vendrán tus padres y los
Van Middelkoop" Aniek despidió a su marido para volver a sus escritos.
Camino de su trabajo Frans se entretuvo
mirando a través del cristal del carruaje, los campos permanecían con
algo de nieve; siempre quedaba impresionado por el vasto y perfectamente
ordenado paisaje que atravesara a diario; ordenado, como Aniek; perfecto, como
Aniek. Pero aquel día, aunque la escena le pareciera fascinante, no dejaba de
pensar en la mirada de su esposa. Había en su expresión una pregunta... o una
confesión, una sonrisa apenas dibujada de acercamiento y distancia.
Llegaremos a tiempo, excelencia. La voz
del cochero lo trajo de nuevo a la ciudad. Atrás quedaban Aniek y los niños, su
esposa organizando la cena, los juegos de sus hijos, contándoles historias
sobre sirenas, minotauros y nubes conversadoras. Había que ver la imaginación
con que se prodigaba.
Cuando regresó a su casa, disculpándose
por llegar tarde, los invitados ya estaban en el salón, junto al fuego. Aniek
se le acercó, y le cogió las manos. Qué frías las tienes, Frans. Él se quedó
suspendido en esos ojos oscuros y grandes.
Esta mañana he recibido una carta de
Cathelijne, dijo su esposa mientras se acercaban a los demás. Tiene previsto
visitarnos el mes que viene. Cathelijne era la hermana mayor de Aniek que,
enviada a un internado en Francia, se había quedado a vivir allí para, más
tarde, casarse con M. Malrive, un burgués de ideas modernas con las cuales
Frans no estaba de acuerdo.
Durante la cena, la ausencia que tantas
veces el Sr. Hendrick notara en su esposa, a pesar de estar presente con todos
los sentidos puestos en los mínimos detalles, como una perfecta anfitriona, lo
hizo volver al ordenado panorama que viera desde el coche camino del trabajo.
Perfecto, como Aniek; lejano, como Aniek. Frans se sintió presa de un temor
momentáneo del que la risa de uno de los invitados lo hizo escapar.
Subían las escaleras camino de sus
habitaciones cuando en el rellano Frans abrazó a su esposa. Ella lo recibió con
cautela, luego con abandono. Un estremecimiento recorrió al hombre. No era solo
el contacto con el cuerpo de su mujer, sino la sensación de que por mucho que
la estrechase, que la apresara entre sus brazos, nunca alcanzaría ese espacio
solitario donde ella habitaba. Se despidieron con un beso y un hasta mañana.
Al día siguiente, el Sr. Hendrick levantó
la vista de los papeles que tenía sobre la mesa, al ver entrar a su mujer en el
comedor. No era habitual que desayunaran juntos y menos que Aniek entrara sin
llamar. Llevaba un vestido amarillo, el pelo recogido con lazos y el cofre que
su marido tantas veces mirara con curiosidad.
Ábrelo, le dijo, contiene lo que
Cathelijne me envió con la carta.
Debajo de un sobre dirigido a su mujer,
había un libro titulado "Reflexiones de una esposa Neerlandesa", su
autora, Aniek Hendrick.
No te preocupes, solo se va a editar en
Francia.
© Liliana Delucchi
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