El sol cae de plano sobre
la plaza del pueblo; en el centro, junto a la fuente de piedra con dos caños y
un pilón, un árbol viejo da un poco de
sombra. La plaza está desierta, ¡No pasa un alma!
En la casa, que queda
frente al pilón, dos niños ven “el cine” (un agujero en la gruesa puerta de la
calle deja pasar la luz, formando imágenes invertidas en una cortina de lienzo
moreno, que hace las veces de pantalla en la oscuridad del portal). Son los hijos
menores de una familia numerosa, que
aguardan a que pasen las horas de calor para salir al campo con su
hermano seminarista.
Los niños esperan…Por fin,
cruza la plaza un niño, llevando un burro del cabestro con cuatro cántaros
vacíos en las aguaderas, tendrán cine un buen rato, hasta que los cántaros se
llenen, en verano el chorro de los caños es delgado como un hilo…Luego, aparece
el cura con un breviario en las manos, va leyendo en voz alta; es divertido
verlo andar con la cabeza para abajo, se dirige hacia la iglesia, tal vez
buscando un poco de fresco entre sus paredes. El cura es de origen vasco y,
seguramente, pensará nostálgico en los montes verdes de su tierra, pero los
niños que ven “el cine” no lo saben, ellos no conocen más tierra que esta, seca
y árida ni más verde que el de las huertas; saben que existe el mar, porque en casa tienen una caracola y, su madre les ha enseñado a oír su rumor
acercándola al oído, pero nunca lo han visto.
¡Si viniesen los toros a beber
en el pilón!, dice la niña. Los toros no vuelven hasta la tarde, le contesta su
hermano, ¡Mira, un perro! Un galgo flaco camina cabeza abajo por la cortina de
lienzo moreno. Cada verano se extiende el rumor de que un perro rabioso anda
suelto, es la comidilla de los niños del pueblo, aterrados por la idea de ser
mordidos y volverse rabiosos como les han contado que sucedió en un pueblo
cercano. El perro cruza la plaza y sale de la cortina…De la casa grande, la que
hace esquina con la calle Real, salen dos hermanas solteras, ya mayores, acompañadas por la criada, ¿A dónde
irán con este calor? Sus imágenes, en blanco y negro, se recortan en la cortina
por un rato y luego se alejan…El tiempo pasa lentamente… Los niños se impacientan, quieren ver más
cine, pero nadie pasa a estas horas por la plaza… Después, con ritmos
diferentes pasan un carro y una motocicleta y, en aquel instante, alguien abre
una puerta en la casa y el portal se llena de luz, ¡la magia del cine se ha
roto!
Ahora, cuando voy al cine,
recuerdo con nostalgia la niña que era, la niña que veía “el cine”. Con su
hermano en el portal a la hora de la siesta.
© Socorro González- Sepúlveda Romeral
Se saborea nostalgia, a pasarlo bien con cualquier cosa, a bendito tiempo perdido con la única finalidad de existir y observar la vida, a ser protagonista cuando te apetece. Muy especial.
ResponderEliminargracias, Blanca. Este relato es especial para mí y uno de mis primeros recuerdos.
ResponderEliminarEjercicio que deberíamos practicar:
ResponderEliminarSaborear el tiempo y lo cotidiano/mágico lentamente.....