Virgen con niño/ Murillo/ Wikipedia |
«La memoria del sentimiento es más fuerte que la memoria de la lógica».
Tal
vez por eso no he olvidado, ni olvidaré, los detalles de aquel encuentro. No he
podido olvidarlos, porque cada vez que le contaba a mi hijo, cuando era un
niño, esta historia como un cuento, él no dejaba que me saltase ninguno.
-Mamá,
¡Cuéntame lo de la tienda!
-Era
el mes de noviembre, tu padre y yo llegamos a una tienda de ropa para bebés que
hay en la plaza del Pi, cerca de la calle Petritxol, pedimos ropita para un
niño. A las preguntas de la dependienta no sabíamos qué contestar.
-¿Cómo
es el niño?, ¿Cuánto pesa?, ¿Qué ropa necesitan?
-Todo
lo que necesita un bebé -contestamos.
Les confesamos que aún no te conocíamos, que te habíamos
adoptado, que el lunes íbamos a buscarte a la Maternidad y que teníamos que
prepararlo todo el fin de semana. Era un sábado por la tarde. La dueña y las
dependientas se volcaron con nosotros. Estaban entusiasmadas. Salimos con un
montón de paquetes y direcciones para comprar la cuna, el carrito y… ¡Nos
hicieron descuento!
-Mamá,
cuéntame... ¿Qué pasó la noche antes de conocerme?
El domingo, vinieron los amigos, la abuelita y las tías
para ayudar. Todos querían colaborar y trajeron muchos juguetes para ti. La
vecina, que había criado a tres hijos, nos enseñó a preparar biberones, cambiar
pañales y esas cosas. Luego, para hacer más corta la espera, asamos castañas,
boniatos y comimos “panallets” con vino dulce. Esa noche, los papás no podían
dormir de impaciencia. Fue una noche muy larga…
-Mamá,
¡Cuéntame lo de la Maternidad!
-Llegamos
casi dos horas antes de la cita y dimos una vuelta por el patio para hacer
tiempo. Recuerdo que allí vimos a Francisco Rabal, un señor muy famoso que hace
cine, iba muy elegante con botas de
montar. Pensamos que estaría rodando una
película. A la hora en punto, nos recibieron la directora, el médico y una
enfermera a la que entregamos la ropita para que te vistiera. La enfermera
salió. La directora y el médico hablaban y hablaban sin parar…Yo no me enteraba
de nada, solo miraba la puerta por donde tenía que regresar la enfermera.
Por fin, regresó con un niño en los brazos, ¡Eras tú! ¡Un
mulatito precioso! Te puso en los míos. Tú me mirabas y me sonreías. Entonces,
ya solo tuve ojos para ti.
¡Fue nuestro primer encuentro!
© Socorro
González- Sepúlveda Romeral
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