Mario Moreno «Cantinflas»
Sinopsis
Lopitos
es un empleado de la imaginaria República de Los Cocos que termina como
embajador plenipotenciario. Los dos grandes bloques del poder: Verdes y
Colorados necesitan el voto de Lopitos para dominar el mundo. En su discurso critica
el comportamiento de los mandamases del momento y sus modelos económicos,
exhortándoles a conseguir la paz y la libertad.
Memorable
discurso
Me
ha tocado en suerte ser último orador, cosa que me alegra mucho porque, como
quien dice, así me los agarro cansados. Sin embargo, sé que a pesar de la
insignificancia de mi país que no tiene poderío militar, ni político, ni
económico, ni mucho menos atómico, todos ustedes esperan con interés mis
palabras ya que de mi voto depende el triunfo de los Verdes o de los Colorados.
Señores
Representantes:
Estamos
pasando un momento crucial en que la Humanidad se enfrenta a la misma
Humanidad. Estamos viviendo un momento histórico en que el hombre científica e
intelectualmente es un gigante, pero moralmente es un pigmeo. La opinión
mundial está tan profundamente dividida en dos bandos aparentemente
irreconciliables, que dado el singular caso, que queda en sólo un voto. El voto
de un país débil y pequeño pueda hacer que la balanza se cargue de un lado o se
cargue de otro lado. Estamos, como quien dice, ante una gran báscula: con un platillo
ocupado por los Verdes y con otro platillo ocupado por los Colorados. Y ahora
llego yo, que soy de peso pluma como quien dice, y según donde yo me coloque,
de ese lado seguirá la balanza. ¡Háganme el favor!... ¿No creen ustedes que es
mucha responsabilidad para un solo ciudadano? No considero justo que la mitad
de la Humanidad, sea la que fuere, quede condenada a vivir bajo un régimen
político y económico que no es de su agrado, solamente porque un frívolo
embajador haya votado, o lo hayan hecho votar, en un sentido o en otro.
El
que les habla, su amigo... yo... no votaré por ninguno de los dos bandos (voces
de protesta). Y yo no votaré por ninguno de los dos bandos debido a tres
razones: primera, porque, repito que no sería justo que el solo voto de un
representante, que a lo mejor está enfermo del hígado, decidiera el destino de
cien naciones; segunda, estoy convencido de que los procedimientos, repito,
recalco, los procedimientos de los Colorados son desastrosos (voces de protesta
de parte de los Colorados); ¡y tercera!... porque los procedimientos de los
Verdes tampoco son de lo más bondadoso que digamos (ahora protestan los
Verdes). Y si no se callan ya yo no sigo, y se van a quedar con la sensación de
saber lo que tenía que decirles.
Insisto
que hablo de procedimientos y no de ideas ni de doctrinas. Para mí todas las
ideas son respetables, aunque sean «ideítas» o «ideotas», aunque no esté de acuerdo con ellas. Lo que piense ese
señor, o ese otro señor, o ese señor (señala), o ese de allá de bigotico que no
piensa nada porque ya se nos durmió, eso no impide que todos nosotros seamos
muy buenos amigos. Todos creemos que nuestra manera de ser, nuestra manera de
vivir, nuestra manera de pensar y hasta nuestro modito de andar son los
mejores; y el chaleco se lo tratamos de imponérselo a los demás y si no lo
aceptan decimos que son unos tales y unos cuales y al ratito andamos a la
greña. ¿Ustedes creen que eso está bien? Tan fácil que sería la existencia si
tan sólo respetásemos el modo de vivir de cada quién. Hace cien años ya lo dijo
una de las figuras más humildes pero más grandes de nuestro continente: “El
respeto al derecho ajeno es la paz” (aplausos). Así me gusta... no que me
aplaudan, pero sí que reconozcan la sinceridad de mis palabras.
Yo
estoy de acuerdo con todo lo que dijo el representante de Salchichonia (alusión
a Alemania) con humildad, con humildad de albañiles no agremiados debemos de
luchar por derribar la barda que nos separa, la barda de la incomprensión, la
barda de la mutua desconfianza, la barda del odio, el día que lo logremos
podemos decir que nos volamos la barda (risas). Pero no la barda de las ideas,
¡eso no!, ¡nunca!, el día que pensemos igual y actuemos igual dejaremos de ser
hombres para convertirnos en máquinas, en autómatas.
Este
es el grave error de los Colorados, el querer imponer por la fuerza sus ideas y
su sistema político y económico, hablan de libertades humanas, pero yo les
pregunto:
¿Existen
esas libertades en sus propios países? Dicen defender los Derechos del Proletariado
pero sus propios obreros no tienen siquiera el derecho elemental de la huelga,
hablan de la cultura universal al alcance de las masas pero encarcelan a sus
escritores porque se atreven a decir la verdad, hablan de la libre
determinación de los pueblos y sin embargo hace años que oprimen una serie de
naciones sin permitirles que se den la forma de gobierno que más les convenga.
¿Cómo podemos votar por un sistema que habla de dignidad y acto seguido
atropella lo más sagrado de la dignidad humana que es la libertad de conciencia
eliminando o pretendiendo eliminar a Dios por decreto? No, señores
representantes, yo no puedo estar con los Colorados, o mejor dicho con su modo
de actuar; respeto su modo de pensar, allá ellos, pero no puedo dar mi voto para
que su sistema se implante por la fuerza en todos los países de la tierra
(voces de protesta). ¡El que quiera ser Colorado que lo sea, pero que no
pretenda teñir a los demás! —los Colorados se levantan para salir de la
Asamblea—.
¡Un
momento jóvenes!, ¿pero por qué tan sensitivos? Pero si no aguantan nada, no,
pero si no he terminado, tomen asiento. Ya sé que es costumbre de ustedes
abandonar estas reuniones en cuanto oyen algo que no es de su agrado; pero no
he terminado, tomen asiento, no sean precipitosos... todavía tengo que decir
algo de los Verdes, ¿no les es gustaría escucharlo? Siéntese (va y toma agua y
hace gárgaras, pero se da cuenta que es vodka).
Y
ahora, mis queridos colegas Verdes, ¿ustedes qué dijeron?: «Ya votó por nosotros», ¿no?, pues no,
jóvenes, y no votaré por ustedes porque ustedes también tienen mucha culpa de
lo que pasa en el mundo, ustedes también son medio soberbios, como que si el
mundo fueran ustedes y los demás tienen una importancia muy relativa, y aunque
hablan de paz, de democracia y de cosas muy bonitas, a veces también pretenden
imponer su voluntad por la fuerza, por la fuerza del dinero. Yo estoy de
acuerdo con ustedes en que debemos luchar por el bien colectivo e individual,
en combatir la miseria y resolver los tremendos problemas de la vivienda, del
vestido y del sustento. Pero en lo que no estoy de acuerdo con ustedes es la
forma que ustedes pretenden resolver esos problemas, ustedes también han
sucumbido ante el materialismo, se han olvidado de los más bellos valores del
espíritu pensando sólo en el negocio, poco a poco se han ido convirtiendo en
los acreedores de la Humanidad y por eso la Humanidad los ve con desconfianza.
El
día de la inauguración de la Asamblea, el señor embajador de Lobaronia dijo que
el remedio para todos nuestros males estaba en tener automóviles,
refrigeradores, aparatos de televisión;... y yo me pregunto: ¿Para qué queremos
automóviles si todavía andamos descalzos?, ¿Para qué queremos refrigeradores si
no tenemos alimentos que meter dentro de ellos?, ¿Para qué queremos tanques y
armamentos si no tenemos suficientes escuelas para nuestros hijos? (aplausos).
Debemos
de pugnar para que el hombre piense en la paz, pero no solamente impulsado por
su instinto de conservación, sino fundamentalmente por el deber que tiene de
superarse y de hacer del mundo una morada de paz y de tranquilidad cada vez más
digna de la especie humana y de sus altos destinos. Pero esta aspiración no
será posible si no hay abundancia para todos, bienestar común, felicidad
colectiva y justicia social. Es verdad que está en manos de ustedes, de los
países poderosos de la tierra, ¡Verdes y Colorados!, el ayudarnos a nosotros
los débiles, pero no con dádivas ni con préstamos, ni con alianzas militares.
Ayúdennos
pagando un precio más justo, más equitativo por nuestras materias primas,
ayúdennos compartiendo con nosotros sus notables adelantos en la ciencia, en la
técnica... pero no para fabricar bombas sino para acabar con el hambre y con la
miseria (aplausos). Ayúdennos respetando nuestras costumbres, nuestra dignidad
como seres humanos y nuestra personalidad como naciones por pequeños y débiles
que seamos; practiquen la tolerancia y la verdadera fraternidad, que nosotros
sabremos corresponderles, pero dejen ya de tratarnos como simples peones de
ajedrez en el tablero de la política internacional. Reconózcannos como lo que
somos, no solamente como clientes o como ratones de laboratorio, sino como
seres humanos que sentimos, que sufrimos, que lloramos.
Señores
representantes, hay otra razón más por la que no puedo dar mi voto: hace
exactamente veinticuatro horas que presenté mi renuncia como embajador de mi
país, espero me sea aceptada. Consecuentemente no les he hablado a ustedes como
Excelencia sino como un simple ciudadano, como un hombre libre, como un hombre
cualquiera pero que, sin embargo, cree interpretar el máximo anhelo de todos
los hombres de la tierra, el anhelo de vivir en paz, el anhelo de ser libre, el
anhelo de legar a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos un mundo mejor
en el que reine la buena voluntad y la concordia. Y qué fácil sería, señores,
lograr ese mundo mejor en que todos los hombres blancos, negros, amarillos y
cobrizos, ricos y pobres pudiésemos vivir como hermanos. Si no fuéramos tan
ciegos, tan obcecados, tan orgullosos, si tan sólo rigiéramos nuestras vidas
por las sublimes palabras que hace dos mil años dijo aquel humilde carpintero
de Galilea, sencillo, descalzo, sin frac ni condecoraciones: «Amaos... amaos los unos a los otros», pero desgraciadamente ustedes entendieron mal,
confundieron los términos, ¿y qué es lo que han hecho?, ¿qué es lo que hacen?: «Armaos los unos contra los otros».
He
dicho...
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