En la isla de Rodas, la más extensa del
archipiélago del Dodecaneso, hace muchos siglos hubo un terrible dragón, los
labradores espantados ante el fuego que salía de su boca, comenzaron a
abandonar los campos. El monstruo hambriento no hacía distinciones entre
animales y hombres.
¿Cómo exterminar a aquél ogro? ¿Existía
alguien capaz de matarlo?
Un día la Orden de San Juan, también conocida,
como Orden de los Hermanos Hospitalarios y a partir de 1310 como Caballeros de
Rodas, que tenía un monasterio en una colina cercana, se ofrecieron a matar el
dragón.
El Gran Maestre de la Orden designó a uno
de sus caballeros para que fuera en su busca, ofreciéndole, si lograba su
objetivo una magnífica cruz de oro, por lo que animoso se dirigió al lugar en
que el dragón tenía su morada. Pero lo días fueron pasando y no se recibían noticias
de él.
Se creyó que había muerto por lo que, se designó
a otro valiente caballero que también desapareció sin dejar la menor huella. Enviaron
otros dos caballeros pero ocurrió lo mismo, por eso el Gran Maestre prohibió
terminantemente que nadie volviera a intentar la arriesgada empresa.
Uno de los Hospitalarios desobedeciendo la
orden de su superior huyó del monasterio en secreto y se acercó a la guarida
del monstruo. Allí estaba con sus rugidos, escupiendo fuego y oliendo a humo. Se
miraron durante un largo tiempo hasta que se enfrentaron la fuerza de la fiera
y la astucia del hombre.
Tras una lucha desigual y gracias a unos
certeros golpes, el dragón cayó muerto. Multitud de vecinos aclamaban al héroe,
pero el Gran Maestre, por haber incumplido el voto de obediencia, se negó a
otorgarle la cruz de oro y le condenó a permanecer en una oscura celda.
El caballero consciente de su rebeldía, se
quitó humildemente sus vestiduras de guerrero y pidió perdón yendo con la
cabeza baja hacia su destino. El Gran Maestre comprendió en aquel instante que
aquel caballero hospitalario no sólo había expuesto su vida para conservar la
de sus vecinos, también se mostraba sumiso y obediente, por lo que admiró su
gran espíritu, y con un gran abrazo le otorgó su perdón y ante todos le
condecoró con la merecidísima cruz de oro.
Se considera como sucesora de aquellos hombres
a la hoy «Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y
de Malta», abreviando tan largo título es llamada: «Orden de Malta».
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