viernes, 5 de enero de 2018

Blanca de la Torre Polo: El café y yo







Salí algo inquieta de mi segundo encuentro de Escritura Creativa. Había leído mis dos relatos anteriores y me sentí como Alicia en su “País de las Maravillas”, después de comerse aquel pastelito misterioso: ¡Enorme!



Crecí y crecí con los aplausos y los ánimos de mis compañeros. Pero, al conocer el siguiente tema, me hice pequeña, pues, aunque no había bebido de la botellita de aquel universo encantado, el motivo de mi desaliento sí venía en forma de líquido. Tenía que ambientar una historia que girara en torno al café. Podía referirse a un grano, un cafetal, una cafetería...



Estoy en blanco. Con más exactitud, soy “Blanca en blanco”.

Y es que el café y yo nos conocemos desde hace muy poco. Yo soy más de cacao.

Enciendo mi Tablet y selecciono la aplicación de notas. Parece una tontuna, pero desde que escribo así, como si fuese una notita sin importancia, parece que los dedos se mueven con más libertad sobre las teclas virtuales. Crees que no estás haciendo nada; pero ahí, empieza todo.

Al principio me decanto por el drama. Imagino a un hombre, solo, con dos tazas de café recién hecho sobre una mesa de cocina, tan desangelada y desierta que no invita a sentarse. De hecho, él se encuentra de pie, coge una de las tazas, apoya su cuerpo sobre la encimera de enfrente, da un sorbo breve y contempla abstraído la otra taza. Esa que ya no tiene dueña. Lleva huérfana exactamente 102 días y unas pocas horas.

Le ha vuelto a pasar. Dicen que es normal, que cuando te falta alguien después de tanto tiempo juntos, esos automatismos ocurren sin más. Algunas cosas se multiplican y otras se dividen. Dos alianzas en el dedo anular y una taza de café que sobra. Una cama que parece infinita y un asiento de copiloto vacío. Un armario desolado y demasiadas sillas por doquier.

—¿Siempre tuvimos tantas?—se pregunta.

De repente, ese puzle, que llevaba componiendo a diario, tiene piezas que sobran y algunas que faltan. Y él ya no sabe cómo volver a construirlo.

Derrama la taza de Susana por el fregadero, mientras se cuestiona:

—¿Qué sería más temible, seguir haciéndole el café a Susana todas las mañanas hasta que sus artríticas manos se lo impidiesen, o que un día, se encontrara sobre la mesa una única taza de café, la suya, la de Fernando?

Mira hacia el techo buscando una respuesta e insiste; esta vez, su mirada traspasa lo tangible.

—Señor, ¿dónde se encuentra la mayor tragedia? Olvidar que ya no está u olvidar que un día estuvo.

A la mañana siguiente, mientras compartía el desayuno con mi marido, no pude evitar rememorar la historia de Fernando y Susana. Me fijé en nuestras dos tazas, las dos con dueño, gracias a Dios.

Le estuve explicando mi nuevo desafío literario y me sugirió que, si tuviera que contar algo sobre el café, él iría más al grano. Y hablaba literalmente.

Inspirado, se puso a relatarme las andanzas de un grano de café, desde que es recolectado hasta que está listo para transformar una incolora e insípida agua hervida en una delicia para todos los sentidos. Pero, ahí no acababa la cosa, pues por caprichos del destino, los posos de ese grano con otros compañeros más, acabarían convirtiéndose en abono, dando alimento a ese cafetal y así hasta la eternidad.

¡La Teoría del Eterno Retorno de Nietzsche y la de la Relatividad de Einstein explicadas por un simple grano de café! —pensé—. Y mi mente recreó la imagen de los dos sabios aplaudiendo como locos desde el Más Allá, exclamando a voz en grito: «¡Por fin alguien nos comprende!»

Después llamé a mi madre y le pregunto sin rodeos:

—Oye, mamá, si tuvieras que escribir una historia sobre el café, ¿que contarías?

De manera automática, ella se remonta a cuando era pequeña y vivía en su pueblo.

A lomos de una hebra de sus recuerdos, me muestra un trocito de su pasado y veo a una niña, que recorre unas calles solitarias. Su naricilla entumecida por el frío, recobra algo de vida, aspira y mueve la cabeza como un animalillo que ha encontrado un rastro. Es el olor de un pucherito de café, que se abre paso sobre el humo de las chimeneas y los girones de niebla.

Entonces, durante unos minutos, que huelen a gloria bendita, se olvida de las tribulaciones que se enredan en su coronilla de pelo rizado, demasiado pesadas para un cuerpecillo tan menudo.

Tomé la revelación de mi madre como un tesoro, pues ella suele hablar muy poco de su infancia, y supe, que me había hecho un regalo.

Así es que, a eso de las once de la mañana, escribo: «Un café evoca sabores, olores, pensamientos y sensaciones muy personales e íntimos. Para Fernando es recuerdo y es olvido; para Julián, mi marido, significa eternidad; para mi madre niñez, y para mí –una aplicada escritora en prácticas—, me sabe... a cuento».

©Blanca de la Torre Polo




Blanca de la Torre Polo
Nació el 3 de mayo de 1974, en Madrid, aunque fueron las calles empedradas de Alcalá de Henares y sus preciosos rincones, los que acompañaron su niñez y adolescencia. Es licenciada en Psicología por la UNED y Magister Universitario por la UCM, pero antes de embarcarse en la aventura de orientar a las personas, ya iba haciendo sus primeros bocetos de personajes, cuentos, poemas, ..., mientras leía, leía y leía. Tal vez, influenciada por su adorada Agatha Christie, escribió “Misterio en Saitibi” para un trabajo en el instituto. Se le ocurrió presentar este relato a un concurso local y fue premiado con un gran lote de libros, que aún conserva entre sus tesoros. Se inició en el mundo editorial con colaboraciones en GyJ como psicóloga experta y en el género de la autoayuda con la editorial “Temas de Hoy”.



9 comentarios:

  1. Es muy bueno este relato. Engancha y te hace meterte dentro del personaje, saborear cada párrafo y vivirlo. Es la magia de escribir y se te da muy bien Blanca. Gracias por compartirlo

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    1. Sin la magia de leer, no existiría la magia de escribir. Muchas gracias por la lectura y tus palabras.

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  2. Para mi ese cafe es tranquilidad, placer y soledad, una combinación maravillosa en muchos momentos. Me ha encantado el relato, maravillosas palabras 😉

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    1. ¡Qué gratificante es compartir las vivencias y sensaciones que nos trae una taza de café a través de un relato! Gracias, Patricia.

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  3. Me ha encantado. Que original y fresco. Muchas gracias por compartirlo.

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  4. Me encanto, muy divertido y real , cada vez son mejores , los cuentos o las historias , para mi el café me recuerda a mi madre , le encantaba el café, así que a sido volver al pasado con este relato , esperando tu próxima historia.

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    1. Me alegra mucho que te haya traído ese recuerdo a tu cabeza y que hayas disfrutado de ese momentito del pasado con sabor a café y a madre.

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  5. El café resulta tremendamente evocador y es muy literario, perfecto acompañante para un buen libro,una charla o para disfrute en soledad.

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