lunes, 11 de febrero de 2019

Socorro González-Sepúlveda Romeral: Ellos son naturaleza


                                           
Ella, cada día de primavera y parte del verano, se despertaba con el blanco piar de las golondrinas, que pasaban la noche cogidas del alambre de tender la ropa, como una formación de soldados en blanco y negro. Antes de desayunar, se acercaba a cada una de las macetas del patio y, les quitaba con mimo las flores y las hojas secas. Luego, provista de un cubo de cinc lleno de agua y un bote vacío de conservas, tocaba con la mano la tierra para ver si estaba seca. Después las regaba. Se ponía bajo los árboles, los miraba de abajo arriba, acariciaba las primeras ramas y estrujaba con las manos las hojas de la higuera y del limonero, para impregnarlas con su olor.
  Preparaba un sombrajo y se sentaba en una silla baja a repasar la ropa, pero antes, había echado de comer a las gallinas en el corral, al par de palomas que anidaban en el pajar y a los gatos, que ronroneaban y se acercaban a ella reclamando caricias. La sombra era cambiante y la obligaba a mirar al cielo, para colocar la sábana, que la protegía del sol. Al rato, Suspiraba satisfecha.
Él, a esa misma hora, ya estaba en el campo. Se despertaba con el sol. Miraba el cielo para ver qué tiempo hacía. Caminaba deprisa, dejando atrás las últimas casas del pueblo, los cipreses del cementerio y el bosquecillo de robles que tenía que atravesar para ir a sus tierras. El hombre iba subido en un mulo y le seguía su perro, un galgo color canela que le acompañaba a todas partes y comía del mismo pan. Vestía un traje de pana pardo y abarcas, lo mismo en inviernos que en verano. Su cara, arada por el tiempo, tenía un color terroso, rojizo, fruto de la intemperie.
Llegó al pedazo de tierra que era suyo, antes de sus padres y abuelos. Tierra de raña, roja y dura. Enganchó al animal y comenzó a arar. Salían rectos los surcos, dejando a un lado y a otro los gruesos terrones. Sudaban el hombre y el mulo, el galgo correteaba sin perderles de vista. El hombre y los animales se confundían con la tierra, eran un todo con la naturaleza. Eran parte de ella, junto con la mujer del patio, el horizonte y el cielo que los cubría a todos. 
  

  
© Socorro González- Sepúlveda


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