domingo, 11 de octubre de 2020

Socorro González-Sepúlveda Romeral: La pandemia

 

 

 

Las calles están desiertas, no pasa un alma. Los pocos que  se aventuran pasan deprisa, mirando al suelo, temerosos de encontrarse con alguien. Van con bolsas abultadas llenas de alimentos, muchos llevan mascarillas. Se miran recelosos unos a otros. Nadie mira hacia arriba, no ven los árboles, que se están llenando del verdor de la primavera.

Esta pandemia nos mantiene a todos confinados en casa. No a todos, hay mucha gente en primera línea, como los médicos y enfermeras. Soy médico  jubilada y estoy acostumbrada a ver morir a la gente, pero a la muerte nadie se acostumbra y menos el que va a morir.  Para él es siempre su primera experiencia. Es natural, amamos la vida nos apegamos a ella, sin embargo, todos sabemos que somos mortales. Por eso, aunque cada día suban las cifras de los que mueren  y es tan fácil el contagio,  nosotros lo vemos como una película en la que los protagonistas son siempre «los otros», estamos incapacitados para imaginar nuestra propia muerte.

No importa que estemos entre las personas de riesgo, que tengamos muchos años, y además,  alguna patología añadida. Siempre encontramos algo que nos salva, para no estar entre ellos: somos más previsores, nos cuidamos mucho más, las mujeres viven más que los hombres, tenemos que estar vivos, no nos podemos morir ahora que tenemos que cuidar a…

Si me viese cara a cara con la muerte ¿me daría por vencida? Creo que no me resignaría y haría todo lo posible para engañarla, si es preciso.

Le diría: Vete con tu música lúgubre a otra parte, aquí no te queremos. Tengo cosas que hacer, aún no he escrito un libro ni he plantado un árbol −bueno esto no es verdad, planté con mi propia mano más de cien almendros, que se han convertido en preciosos árboles, que florecen en febrero−, tengo que vivir porque me quedan muchos libros por leer, algunos imprescindibles, porque tengo que cuidar a mi hermana, a mi marido, a mis nietos…

La muerte no se dejará engañar y será implacable. Me responderá:

«Se te acabó el tiempo. No eres joven, tus hermanos, recuerda, murieron más jóvenes de lo que tú eres ahora».

Eran otros tiempos, contesto, además las mujeres vivimos más. Soy médico, tengo que salvar vidas, voy voluntaria.

«No tengo prisa, me contesta. Te contagiarás, allí te espero».

Y se va despacito hacia el mismo hospital en el que yo me he inscrito como voluntaria.




© Socorro González-Sepúlveda

 

 

 

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