Riza, conocedora de la
infancia de Roy, se limitó a sonreír a su lado. Vanessa, por otra parte, al no
conocerla, en cuanto comprobó que la joven rubia iba sujeta del brazo de
Mustang esbozó una mueca mordaz sin separarse mucho de Roy.
—Uy, Roy, querido.
¿Quién es tu amiga, que no me la presentas?
El general de brigada,
tras cruzar una mirada cómplice con Riza, apartó suavemente a Vanessa y señaló
a aquella con la mano.
—Vanessa, te presento
a mi novia, Riza Hawkeye. Riza, esta es Vanessa, una de las chicas de mi madre.
—Es un placer —saludó
Riza, quitándose el sombrero con elegancia y sintiendo un cierto placer
divertido al ver la cara de decepción adolescente de Vanessa—. No conozco a
muchas amigas de Roy…
Vanessa trató de
disimular su enojo sin conseguirlo antes de girarse y replicar entre dientes:
—Encantada.
La pareja observó
entonces cómo se alejaba, antes de romper a reír por lo bajo.
—¿No es muy joven para
ti? —lo chinchó Riza, mientras volvían a avanzar hacia la barra.
Roy dejó de reír,
aunque mantuvo la sonrisa mientras sacudía la cabeza con jocosa resignación.
—Demasiado, incluso
para mi gusto.
—¡Oh, vamos! —lo
increpó su novia, conteniendo la risa a duras penas—. ¡Sabes que nos conocemos
desde hace mucho!
Él la coreó sin responder,
pero teniendo que darle la razón. Sin embargo, no tuvieron mucho más tiempo
para las burlas antes de que dos sombras, una morena y otra rubia, se
abalanzaran sobre ellos.
—¡Riza! —aulló Rebeca,
embutida en un provocativo vestido negro cuyo escote por poco no le llegaba a
la altura del ombligo—. ¡Feliz cumpleaños, compañera!
La aludida le devolvió
el abrazo al tiempo que Havoc, con la mano libre –la otra la tenía aferrando la
cintura de Rebeca– palmeaba la espalda de Roy con camaradería.
—¡Gracias, chicos! —repuso
Riza, agradecida. En ese instante, Breda, Falman y Fuery se aproximaron también
para felicitarla, haciendo que la joven teniente coronel casi se emocionara—.
Habéis hecho un trabajo estupendo.
—¿Te gusta? —se
enorgulleció Rebeca, antes de guiñarle un ojo a Roy—. Madam Christmas ha sido
muy permisiva a la hora de permitirme decorar el local.
—Sí, pero ni se os
ocurra romper nada —advirtió Roy con falsa seriedad—. O me sé de alguien que
pagará todas las consecuencias. ¿Verdad, madre?
La interpelada, que se
encontraba justo unos metros más allá, acodada sobre la barra, se limitó a
guiñarle un ojo cómplice antes de hacer un ademán hacia Breda y Havoc.
—Vamos, chicos.
Echadme una mano con las bebidas, que esta gente tiene que estar sedienta.
Roy enarcó una ceja a
la vez que Riza, sospechando lo que aquello podía significar. Especialmente
cuando vieron como Rebeca y Chris Mustang chocaban sus manos con disimulo.
—Así que… Este es el
futuro de mi brigada —comentó Roy mientras su madre se acercaba para besarlo en
la mejilla y abrazar a Riza, con cariño casi maternal. Obviamente, sabía quién
era la pareja de Roy casi desde el inicio. No en vano, casi todas las paredes
de Amestris tenían sus oídos a su disposición y, aparte, aún conservaba a un
hijo adoptivo que confiaba en ella…—. ¿Cuántos te han jurado lealtad?
Madam Christmas mostró
una falta expresión de contrariedad mientras se encogía de hombros, como si
aquello no fuese con ella.
—El país está en paz,
Roycito. Y, aunque yo esté orgullosa de ti, entiendo que no todo el mundo
comparta tus mismas ambiciones…
—Sí, yo tampoco —suspiró
él, algo abatido—. Pero los echaré de menos…
Chris sonrió con una
ternura inusual en ella.
—El mundo está
cambiando, cielo. Todos tenemos que hacernos a la idea —Acto seguido, dirigió
una mirada fugaz hacia Riza, dando a entender que confiaba en ella para que
ayudar a Roy en aquel periplo que se le avecinaba. La joven asintió, comprendiendo—.
Oh, me requieren algunas de mis chicas —se disculpó entonces la Madam—.
Disfrutad de la velada… Y feliz cumpleaños, cielo.
—Gracias —repuso Riza,
antes de que la dueña del local desapareciera tras la cortina de la trastienda
y de encaminarse junto a Roy a la barra para pedir algo.
Allí se sentían a
salvo. Fuera cierto o no lo que habían anunciado en los periódicos de la
derogación de aquella maldita norma, estaban rodeados de buenos amigos y
compañeros, de gente a la que confiarían su vida sin dudarlo. Mientras Fuery se
entretenía con Hayate, que había viajado con ellos, Breda y Falman se dejaban
agasajar por las chicas de Christmas y ellos permanecían sentados en la barra;
muy juntos, pero sin apenas rozarse. La electricidad que desprendían sus
cuerpos era casi visible. Las narices a apenas un milímetro, los ojos
entornados, medias sonrisas y el pulgar de Roy deslizándose por la mejilla de
ella, haciendo que Riza bajase la barbilla con azoro y deleite a partes
iguales.
—Estás preciosa hoy —susurró
él.
Ella torció los
labios, mordaz.
—¿Solo hoy?
Roy soltó una risa
bronca.
—Sabes lo que quiero
decir.
Hawkeye apoyó la
barbilla sobre las manos, mirándolo de lado sin inocencia alguna. Tras
liberarse del abrigo, ahora mostraba un vestido violeta bordado con dibujos
plateados, sin mangas y cuello estilo Xing. Sus habituales pendientes de bolita
los había cambiado por dos filigranas de plata, sencillas pero elegantes. Con
la ayuda de Rebeca, también la joven había recordado lo que significaba
maquillarse, aunque fuese sin excesos. Claro que sabía lo que Roy quería decir.
—Era una ocasión
especial —tanteó Riza, apartándole un mechón del flequillo azabache de la
frente—. Gracias por prepararlo todo.
Su novio inclinó la
cabeza con aire divertido.
—Ah, no me mires a mí
con eso. Han sido Rebeca y Havoc…
Riza sonrió mientras
observaba a la citada pareja bailar.
—Los echaremos de
menos, ¿verdad?
Roy asintió con pena.
—Pero también me
alegro por ellos —la miró con intensidad—. Si es lo que desean, ¿quién soy yo
para decirles que no lo hagan?
Riza estuvo a punto de
sacar a colación que ahora podrían incluso casarse sin dejar el ejército; pero,
sabiendo que ese no era el único motivo de que Havoc y Rebeca quisieran dejar
el uniforme, se mordió la lengua a tiempo. No quería echar a perder la noche,
por lo que prefirió cambiar a temas de conversación más banales mientras ambos
bebían pequeños sorbos de sus copas de alcohol.
La noche pasó en un
suspiro, riendo, bailando, hablando… Casi rompía el alba cuando Roy y Riza
llegaron por fin a la puerta del hotel tras un tranquilo paseo por las calles
dormidas de Central. Dormirían poco, pero no les importaba. Caminaban de la
mano, sin prisas. Al menos hasta que Riza fue a adentrarse en el hotel. Momento
en que, para sorpresa de Roy, se detuvo y giró apenas la cabeza para observarlo
de reojo.
—¿Qué ocurre? —preguntó
él, alertado por su actitud.
Su amante esperó unos
segundos antes de girarse del todo, recortada su silueta a medias por la luz
procedente de una ventana próxima.
—Nada. Solo que, ¿no
crees que es un momento estupendo para pedírmelo?
Roy se quedó clavado
en el sitio a causa de la sorpresa, mientras su corazón empezaba a aletear como
un colibrí. ¿Cómo lo había sabido? Pero, aunque hubiese querido hacerse el
tonto por un rato, la mirada limpia de melaza de su amante hizo caer de golpe
todas sus barreras.
—Debí imaginar que lo
adivinarías —sonrió él. Ella lo imitó y se acercó un par de pasos, expectante—.
¿Crees que es seguro?
Riza hizo un gesto
dubitativo.
—Lo cierto es que no.
Pero… ¿y si lo fuera? —tragó saliva—. No sé tú, pero yo no quiero seguir
esperando si me dan la oportunidad de avanzar.
Roy sonrió más
ampliamente.
—Espero entonces no
arrepentirme de esto —bromeó antes de hincar una rodilla sobre la acera y sacar
la pequeña cajita negra del bolsillo interior de la chaqueta—. Theresa Hawkeye,
mi amiga de infancia, mi compañera, mi guardiana, la única persona a la que
confiaría mi vida sin dudar… —abrió el estuchito y mostró una alianza de
compromiso de oro blanco con dos piedrecitas engarzadas en forma de llamas: una
blanca y la otra roja—. ¿Quieres casarte conmigo?
A lo que ella tendió
su mano izquierda, sonrió y contestó, emocionada:
—¡Sí, quiero!
En la mansión de Grumman, a la mañana siguiente…
El líder de Amestris
se encontraba recién vestido frente al enorme ventanal de su dormitorio cuando
su joven asistente llamó a la puerta.
—Capitán General,
Madam Christmas desea verlo —anunció el muchacho, apenas un cadete recién
salido de la academia, cuadrándose ante su superior.
Grumman se giró sin
prisa, ajustándose las pequeñas gafas.
—Hazla pasar, hijo —le
indicó. Y mientras la oronda y maquillada mujer flanqueaba al imberbe soldado,
agregó—. A las grandes damas no hay que hacerlas esperar —Cuando se aproximó y
la puerta se cerró tras ella, dejándoles privacidad, el Jefe del Estado besó
con elegancia la mano anillada de la anciana casamentera—. Cada día más
hermosa, Chris. Sin duda.
La mujer alzó la
comisura izquierda del labio, como si aquello fuese una divertida broma.
—Tú siempre tan
adulador, Grumman —comentó antes de situarse también frente al ventanal—. Roy
me ha llamado esta mañana —informó, en el mismo tono que si hablaran del clima—.
Me ha dicho que se casa.
—¡Ah! Qué gran noticia
—se maravilló Grumman—. Y, ¿quién es la afortunada?
Un par de incisivos
ojos verdes cargados de sorna se clavaron entonces en el anciano.
—Lo sabes
perfectamente, viejo bribón —lo reconvino sin maldad.
Él, por su parte, rio
como un chiquillo atrapado en plena trastada.
—Ah, sí… ¿Cómo iba a
ser de otra manera?
Chris sacudió la
cabeza, poco convencida por algo.
—Sigo sin saber por
qué no le has dicho a la pobre muchacha que es tu nieta —lo regañó de nuevo,
con mayor severidad—. En serio, dime: ¿qué tenéis que perder?
Grumman inclinó la
barbilla sobre el pecho, meditando. ¿Cómo expresarlo?
—Ay, Chris —suspiró
finalmente, con la vista fija en los jardines que se extendían a sus pies—. A
veces, la vida pasa sin que nos demos cuenta y, cuando queremos enmendar algo,
ya es demasiado tarde.
—Pero, podrías dejar
el cargo en herencia a Mustang sin tener que recurrir a triquiñuelas varias —le
recordó ella—. ¿Por qué no?
El capitán general,
para su sorpresa, se giró hacia ella con actitud contrita.
—Si he decidido
derogar esa absurda norma es, en efecto, porque después de todo lo sucedido con
su madre no podía soportar pensar… Que yo podía ser un impedimento para su
felicidad —reconoció en voz baja—. Pero, ¿acaso cambiaría algo confesar a estas
alturas que soy su abuelo? No —sacudió la cabeza—. Riza ha logrado lo que tiene
por sus propios méritos. No quiero que nadie piense que existen favoritismos de
ningún tipo.
—Pero Roy también te
aprecia, has sido su mentor durante años —insistió Mustang. Pero al comprobar
la terquedad de Grumman, que había vuelto a mirar estoicamente hacia el frente
sin responder siquiera a sus ruegos, claudicó—. Bueno. Es tu decisión, querido
amigo. Y sabes que si necesitas una mano en los bajos fondos de Ciudad Central…
En mí tendrás una aliada eterna.
Ahora sí, Grumman se
permitió esbozar una pequeña sonrisa satisfecha.
—Quiero que mi nieta
sea feliz y sé que tu hijo siempre ha sido el candidato perfecto, Chris —enfocó
de nuevo el horizonte más allá de sus jardines, como si reflexionara para sí—.
Dejemos que el mundo evolucione. Luchemos por el amor. Porque —su sonrisa se
acentuó— no podemos impedir que se amen; pero tampoco podemos permitirnos que
tengan que abandonar el ejército, el pilar de nuestra sociedad, para
conseguirlo. ¿No crees?
Madam Christmas, tras
reponerse de la sorpresa, soltó una risa gutural.
—Eres un viejo
diabólico, lo sabes, ¿verdad?
Ante lo que Grumman se
encogió de hombros y manifestó:
—Créeme: y pretendo
seguir siéndolo durante muchos años...
©
Paula de Vera García
(Historia en 3 capítulos inspirada en Roy Mustang y Riza
Hawkeye, “Full Metal Alchemist: Brotherhood”. Imagen: zerochan)
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