El pequeño pueblo de
Malamuerte necesita un farero para el islote de Roque Espino. Los continuos
naufragios en sus costas han ido dejando un reguero de cadáveres de marineros
lejanos y anónimos entre sus farallones. La soledad y la dureza del trabajo provoca
que los fareros no aguanten mucho.
Un joven del pueblo, un ser
silencioso y extraño, solicita el puesto y desde el momento en que pone un pie
en el Roque no vuelve a salir de allí. Pasa los años con la única compañía de
los lagartos, los marineros que reposan en el cementerio de los Pies Desnudos,
un diccionario enciclopédico ilustrado y un perro pulgoso y tan callado como él
mismo.
“Ni siquiera me contesta, Es
casi lo mismo que hablar solo, pero sin la sospecha de estar desvariando -o sin
el temor de acabar disparatando de forma ineludible…”
El único ser humano que se
acerca a sus dominios es el barquero que, cada quince días le lleva unas
mínimas provisiones y aprovecha para cortarle el pelo, mientras su charla se
topa con el muro de silencio impenetrable del hombre.
La soledad en estado puro.
Una soledad elegida y voluntaria que encubre la enorme riqueza de la vida
interior de un ser humano. Alguien mucho más próximo a los vientos y las
mareas, la luna y el sol, los lagartos y los higos que crecen a la puerta de su
covacha, que a la vida en sociedad que vislumbra al otro lado de las, apenas,
siete millas que le separan de su pueblo, de su madre, del resto de la
humanidad.
A través de las páginas de
este libro, de la voz de su protagonista y de la del narrador, vamos
descubriendo los recuerdos más íntimos y entrevemos algunas de las vivencias
que pueden dar explicación a la decisión de encerrarse en el islote durante
sesenta años.
Su trabajo en el faro, el
cuidado del cementerio de náufragos, la talla de pequeñas ballenas de madera
con una palabra inscrita en sus lomos, todas distintas, como un relato por
entregas y la lectura concienzuda del diccionario enciclopédico que paga con
los ahorros de su sueldo de farero, llenan su toda su vida de forma que no necesita
nada más. Eso y sus sueños, casi realidades, le bastan para conformar todo el
universo que precisa.
“Una isla no es una cárcel
como la percibe la gente de tierra firme; es lo contrario: el insoportable
encierro del revés, donde cada punto cardinal oculta una posibilidad.”
Es una novela sorprendente y
arrebatadora que anima a hacer un viaje a nuestro propio interior. En esta
época en que vivimos tanto hacia afuera, de cara al mundo, a los ruidos fuertes
y la rápida sucesión de imágenes, a veces sin sentido, puede parecer
inconcebible una vida como la del farero de Roque Espino. No se entienden
sesenta años de soledad, aunque precisamente en los últimos meses, esta
historia se vuelve más próxima, más accesible, menos extraña y esperpéntica. El
farero vive en su pequeño islote subiendo cada noche a encender la antorcha que
evitará más muertes. Muchos de nosotros hemos vivido meses encerrados en la
atalaya de nuestros pisos de ochenta metros cuadrados, asomándonos a la ventana
a las ocho de la tarde para sentir algo de brisa de algún mar lejano e
invisible. ¿Quién sabe si no tendremos que volver a hacerlo?
© Julia de Castro
Mi otoño en libros 2020
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