jueves, 4 de marzo de 2021

Amantes de mis cuentos: Su tormento (Versión francesa)

 


SON TOURMENT



Elle était là, en train de penser, de penser... S’il ne c’était agi que d’une histoire, elle ne se sentirait pas si fachée. Ses yeux semblaient enveloppés de ressentiments sombres. Venue d’un village perdu du plateau castillan, elle possédait pourtant une élégance qui rappelait la femme française ou italienne.


Tous les jours, c’était la même chose. Même après leur dispute d’hier soir, il ne changea pas ses habitudes et pourtant elle lui avait jeté au visage sa bague de mariage.


Comment pouvoir se débarrasser de ce cancre qui, aux yeux de tout le monde, se présentait comme le mari parfait, l’éternel amoureux, le meilleur des hommes?


Depuis longtemps, tout sentiment qui aurait habité en elle, n’existait plus, le vent l’avait emporté, brisé en petits morceaux.


Sa mère disait que le temps changeait tout, que chaque jour était différent, que les êtres humains évoluaient. Oui. Tous. Sauf lui!!!!


Elle mit au point plusieurs méthodes pour l’envoyer se faire cuire un oeuf, pour qu’il s’en aille se faire foutre, pour qu’il se mette au travail, pour qu’il ne la suive pas toute la journée. Tout a échoué!!!!


Le dialogue n’a servi à rien, ni le mettre au régime sexuel, ni le laisser seul avec des femmes superbes, ni lui dire qu’elle faisait l’amour avec beaucoup d’autres hommes. Il trouvait toujours le bon mot, pour l’en excuser


«Jusqu’à ce que la mort nous sépare», elle lui avait dit sans réfléchir. Mais lui, il l’avait pris très au sérieux.

 

Pourvu qu’ il soit en colère après ce qui est arrivé hier, qu’il lui parle de divorce, qu’il l’insulte, qu’il la gifle même... Elle pourrait ainsi  lui rendre toute sa rage contenue.

Rien. Il lui a suggéré de prendre une bonne tasse de thé qui l’encouragerait à danser la prochaine pièce, joue contre joue.



Traducida con todo cariño por: 

María Ramírez Sánchez nació en Melilla y con 8 añitos se fue a vivir a Oujda, una ciudad del entonces protectorado francés del norte oriental de Marruecos, a muy pocos kilómetros de la frontera con Argelia. Con 21 años se vino a Madrid, donde ha trabajado haciendo traducciones francés-español hasta su jubilación, y donde ha formado una bonita familia de la que se siente muy orgullosa. 

Un millón de gracias María.                                                                                          

 

Allí estaba, pensando, pensando… Si esto fuera un cuento no se sentiría tan rabiosa. Sus ojos parecían estar envueltos en oscuros resentimientos. Siendo de una aldea perdida de la meseta castellana poseía una elegancia que recordaba a la mujer francesa o a la italiana.

Todos los días lo mismo. Ni siquiera después de la discusión de anoche cambió sus hábitos y eso que le disparó al rostro el anillo de casada.

¿Cómo se podría quitar uno de encima a este ser sin agallas que ante los ojos de todos se presentaba como el marido perfecto, el eterno enamorado, el mejor de los hombres?

Desde hacía mucho tiempo cualquier sentimiento que hubiese habitado en ella, ya no existía, se lo había llevado el viento, roto en finas tiras.

Su madre decía que el tiempo todo lo cambiaba, que cada día era diferente, que los seres humanos evolucionaban. Sí. Todos. Menos él.

Ideó varios métodos para mandarle a freír espárragos, para que se fuera a paseo con viento fresco, para que se pusiera a trabajar, para que no estuviera todo el día detrás de ella. Fracasó.

De nada sirvió el diálogo, ni ponerle a dieta de sexo, ni dejarle solo con mujeres despampanantes, ni decirle que hacía el amor con muchos otros. Siempre encontraba la frase adecuada, la palabra idónea para redimirla de culpa.

«Hasta que la muerte nos separe» fue dicho por ella sin pensar. Pero él se lo tomó muy en serio.

Ojalá que después de lo de anoche estuviera enfadado, que le hablara de divorcio, que la insultara, que amagara una bofetada. Así podría ella corresponderle con toda su furia contenida.

Nada. Lo que le dijo fue que una taza de té podría animarla para bailar la siguiente pieza con los cachetes juntos.

 

© Marieta Alonso

 

 

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