Dos meses tras la derrota de Majin Buu…
―Auxilio. Vegeta... ¡Vegeta! ¡VEGETA!
―¡Ah!
Entre sábanas de seda, el Saiyan se
despertó de golpe, envuelto en sudor y jadeando agitado.
«Lia...» pensó, antes de darse cuenta de
dónde estaba en realidad.
No era la nave de Freezer, ni su camarote
cuando estaba en su Armada... Vegeta se echó una mano al rostro y dejó caer la
cabeza de nuevo en la almohada, apretándose el puente de la nariz con fuerza
entre dos dedos y sin dejar de preguntarse:
«¿Por qué ahora?»
Hacía años que aquella pesadilla no lo
acosaba, casi desde... Vegeta giró la cabeza. Bulma dormía de espaldas a él, su
silueta recortada en la penumbra y respirando tranquila. El guerrero tragó
saliva con amargura. Si aquello le sucediera ahora...
Aunque jamás lo hubiese admitido como tal,
Lia había sido su primer amor. Una de tantas chicas de un planeta lejano a las
que Freezer secuestraba y encerraba en las bodegas de su enorme nave, hasta que
alguno de sus soldados quería divertirse con ella. A Lia la habían asignado a
Vegeta de forma aleatoria.
Cuando se conocieron, tendrían más o menos
la misma edad, unos diecisiete años. Vegeta ya había pasado por su iniciación
sexual hacía tiempo y no solía ser de los que sucumbían a las pasiones carnales
de forma frecuente, pero en aquel momento se sentía especialmente necesitado;
por ello, no tuvo reparos en pedir que le trajeran a una de las jovencitas que
aguardaban su destino unos cuantos pisos bajo su camarote. Pero Lia era
diferente.
La primera vez que se acostaron fue algo
muy estándar: ella se esforzó por complacerlo y él deseaba ser complacido.
Pero, cuando acabaron, Vegeta se quedó con una sensación extraña mientras
observaba a aquella muchacha de piel azulada que se había quedado sentada en el
borde de la cama, con la cabeza gacha. Sin quererlo y sin motivo aparente,
Vegeta había sentido una curiosa e inmediata simpatía por ella. La siguiente
vez, Vegeta no había dudado en pedir a Lia, ignorando incluso las burlas de
algunos de sus compañeros que decían que aquella azulita no tenía nada de
especial y que “el canijo se estaba enamorando”. Vegeta se limitó a repartir
algún que otro puñetazo antes de volver a encerrarse con ella en su camarote.
Allí Lia y él se acostaban, hablaban un poco, incluso llegaban a reírse
juntos.
Al menos, hasta que llegó ese fatídico
día. Vegeta se había ido de misión a un planeta cercano con Raditz y Nappa,
buscando tantear el terreno y empezar la conquista. Sin embargo, cuando volvió
al día siguiente a por suministros, escuchó unos gritos que le pusieron los
pelos de punta. Era Lia.
Aterrado y sin apenas pensar en lo que
hacía, corrió en dirección al alboroto y se encontró una escena que no
esperaba. Freezer, erguido en el centro de su sala de mando, observaba a una
figura escuálida a la que uno de sus matones particulares sujetaba por el pelo.
Su piel azul no dejaba lugar a dudas sobre su identidad.
Cuando los presentes se giraron hacia él y
los ojos aguamarina de Lia se clavaron en los suyos, Vegeta sintió un potente
escalofrío que amenazó con hacer flaquear sus rodillas. La habían golpeado con
violencia, algo que hizo hervir la sangre del Saiyan. Sin embargo, en cuanto
sus ojos se cruzaron con la fría mirada de Freezer y su media sonrisa cruel,
Vegeta sintió helarse todo su interior. Su garganta se cerró de golpe y no fue
capaz de hacer ni decir nada. Absolutamente nada.
―Vaya, Vegeta... ¿Cómo tú por aquí?
―canturreó Freezer en aquel tono de voz tan desagradable que siempre tenía―.
¿Dando un paseo por la nave? Pareces acalorado.
El joven guerrero no fue capaz de
responder; pero su mirada hacia Lia debió ser lo bastante elocuente como para
que Freezer riese por lo bajo, y pasara una mano por debajo de la barbilla de
la joven sin aparente interés.
―Oh ¿quizá has venido por esta muchachita?
Tengo entendido que le tienes cierto aprecio...
Ahí, Vegeta supo que tenía que decir algo,
lanzarse y salvarla de sus garras como fuese. Pero entonces tenía tanto miedo
de Freezer que, tras varios segundos de parálisis, sólo fue capaz de articular;
ronco y sabiendo que se arrepentiría para siempre, sin mirarla a la cara:
―No, no es nadie para mí. Haz lo que
tengas que hacer.
Freezer sonrió entonces con malicia y
pronunció:
―¡Ah! Bueno, pues dado que esta jovencita
se ha negado a cumplir con su deber y ha rechazado aceptar a otro de mis
soldados... ―Vegeta notó la sangre de piedra al escuchar aquello. «Lia se ha
negado... ¿por mí?»―. Creo que todos tenemos claro cuál es el castigo. Puedes
quedarte a verlo si quieres Vegeta. Total, si no es nadie para ti...
Y sin dar tiempo a reaccionar a un
paralizado príncipe, Freezer alzó un dedo, apuntó a la cabeza de Lia... y
disparó sin piedad.
Ahora, sentado entre sábanas de seda, más de
veinte años después, Vegeta notó encogerse el estómago dolorosamente ante aquel
recuerdo. Sólo de pensar en que a Bulma le sucediera algo similar se le
revolvía todo el cuerpo. Pensando en su yo pasado, se daba asco a sí mismo. El
guerrero suspiró y miró de nuevo a su esposa, con el corazón todavía en un
puño.
Hacía apenas dos meses que habían acabado
con la amenaza de Buu y la Tierra, de momento, vivía en paz. Aquella noche en
particular, Bulma había insistido en darle una sorpresa por su aniversario y había
encargado que amueblaran un apartamento privado en una de las muchas islas del
planeta, pero a suficiente distancia de la Capital del Oeste como para que
pudiesen estar a sus anchas. Había sido una velada magnífica y aún queda fin de
semana por delante, pero a Vegeta le encogía el corazón sólo el hecho de pensar
que eso pudiera desaparecer de la noche a la mañana por alguien como el difunto
Freezer. Y, ¿si volviera a aparecer alguien como él? No quería ni pensarlo…
Bulma, por su parte, dormía de espaldas a
él y ajena a sus tribulaciones; con la sábana apenas cubriendo su tercio
inferior hasta la curva de las caderas, dejando la cintura y la espalda al
aire. Su piel brillaba a juego con la seda de las sábanas, mientras el amanecer
empezaba a asomar con tonos rojizos y anaranjados por el horizonte. Vegeta
tragó saliva con fuerza. Con Bulma, aunque nunca lo hubiera dicho en alto,
sabía que su orgullo estaba de más, que no tenía ningún sentido. A veces, el
príncipe de los Saiyan se sorprendía pensando en cosas que en su día le
parecerían absurdas; como que, si Bulma le pedía bajarle la estrella más
hermosa del cielo, él lo haría sin pensárselo un instante; incluso, aunque
muriese en el intento.
En lo profundo de su ser, sabía que haría
cualquier cosa por ella.
Cuando notó su respiración normalizada,
Vegeta se movió con cuidado para acercarse al perfil durmiente de su mujer y le
pasó un brazo mimoso por la cintura; no queriendo despertarla, pero con la
extraña y urgente necesidad de estrecharla contra sí. Sin embargo, en cuanto
Bulma notó su roce se dio la vuelta y apoyó la cabeza y una mano sobre su pecho
de mármol, acunada entre sus brazos.
―Vegeta ―musitó, somnolienta―. ¿Qué hora
es? ¿Estás bien?
Él acarició su espalda con la yema de los
dedos, en ademán tranquilizador.
―Sí, estoy bien ―repuso, ronco―. Aún no ha
amanecido, duérmete...
―Hm, hm...
Bulma obedeció sin que se lo dijeran dos
veces y su marido se quedó observando el amanecer durante unos cuantos minutos,
sintiéndola respirar relajada contra su piel, antes de volver a dormirse
también.
Cuando Vegeta volvió a despertarse, el sol
brillaba alto en el cielo y Bulma ya no estaba en la cama con él. Pero, tras la
inquietud inicial, el guerrero se relajó al descubrir su silueta recortada
contra el cielo azul, acodada en la baranda de la terraza del apartamento de
asueto, de espaldas a él. Vegeta gruñó al tratar de incorporarse: maldita sea
si no le dolía cada fibra de su cuerpo a causa de la noche anterior… Pero, esta
vez, no era una sensación del todo desagradable y eso casi lo hizo esbozar una
sonrisa satisfecha.
Cuando bajó los pies al suelo, estirándose
para desterrar tanto las posibles agujetas como la desagradable sensación que
le había dejado la pesadilla sobre Lia, Bulma justo se dio la vuelta; y, mientras
él aún permanecía sentado sobre el colchón, avanzó un par de pasos hacia la
puerta abierta de la terraza; sonriendo de una forma que Vegeta, sin quererlo,
notó saltar su duro corazón al verla.
―Buenos días, dormilón.
Vegeta hizo una mueca.
―¿Qué hora es? ―quiso saber, algo
desorientado.
―Casi la hora del almuerzo ―repuso ella,
sin dejar de sonreír y cruzándose de brazos―. ¿Has dormido bien?
Mientras seguía desperezándose, Vegeta la
observó, sin responder. Estaba preciosa así, solo arropada con aquella corta
bata rosa y azul pastel que apenas le cubría hasta la mitad de los muslos y,
además, realzaba su escote de una manera que debería estar prohibida en las
leyes de la Naturaleza. Vegeta suspiró, frotándose la cabeza, tratando aún de
ahuyentar de su mente la imagen del cadáver de Lia por enésima vez.
―Cariño ―Bulma se acercó enseguida al
comprobar que algo no iba como debía―. ¿Estás bien? Te veo un poco pálido.
Vegeta trató de quitarle importancia y
disimular mediante una sonrisa irónica, sin conseguirlo del todo.
―Ja. Supongo que es cosa del ajetreo de
ayer... ―replicó.
Bulma torció el morro, sospechando y sin
tragarse aquella excusa en ningún momento. Sí que era cierto que el principal
motivo para escaparse al apartamento había sido poder estar a solas, pero el
sexo tras la llegada la noche anterior había tenido algunos… “matices”,
digamos, que Vegeta jamás imaginó. Aunque, en honor a la verdad, el orgulloso
príncipe casi sentía escalofríos de placer solo de recordarlo. No obstante,
nada podía engañar a alguien como Bulma Briefs. Lo que se demostró cuando esta
dio dos pasos más, se sentó junto a él sobre el colchón y tomó su barbilla con
un dedo amoroso.
―Oye ¿necesitas hablar de algo? Yo... ―Al
comprobar que él apartaba un poco la mirada, la mujer se pasó un mechón de pelo
por detrás de la oreja, insegura de repente, retirando también la vista y el
contacto físico con él―. Lo siento si ayer te hice sentir incómodo con las
propuestas para hacer cosas diferentes, cielo. Quizá fui demasiado impulsiva y...
Bulma se calló de golpe al sentir, sin
esperarlo, que los labios de Vegeta silenciaron los suyos en un segundo.
―Lo de ayer fue mejor que estupendo
―reconoció él contra su piel, soltando su rostro sin violencia. De hecho, el
“experimento” de la noche anterior, aprovechando la distancia con el hogar,
casi había terminado por complacer al Saiyan más de lo que quería admitir―. Así
que por eso no te preocupes.
La mujer ladeó la cabeza, intuyendo que
había algo más pasando por su morena cabecita; pero cualquier duda se diluyó en
su mente cuando, como por impulso, sus labios se volvieron a rozar con dulzura;
haciendo que Bulma se estremeciera de placer y su mano derecha se deslizara de
nuevo hacia la mandíbula de Vegeta. Los dos amantes estuvieron un rato
explorando la boca del otro sin prisa, beso a beso, hasta que el dedo de Vegeta
empezó a descender desde detrás de la oreja de Bulma, trazando el recorrido de
su yugular, bordeando su clavícula, acariciando la suave piel entre los pechos
y pasando finalmente sobre la tela. Entonces, sin dejar de besar a su mujer y
reprimiendo una sonrisa ante su suspiro de deleite, Vegeta tironeó con
delicadeza del cinturón de la bata usando sólo una mano; hasta que este se
rindió y la tela se abrió, dejando a la vista un cuerpo más que perfecto a sus
ojos.
―Dios, eres preciosa, Bulma...
Vegeta se separó un instante de su mujer,
paseando la vista con lujuria y sin prisa por sus curvas. Ella se miró también,
ladeando la cabeza, antes de dirigirle una mirada que lo significaba todo.
Vegeta entonces le tomó el rostro con una mano mientras la otra se alzaba para
acunar uno de sus pechos, acariciando la zona más sensible entre el pulgar y el
índice. Bulma jadeó y se acercó más a él, al tiempo que dejaba caer la bata desde
sus hombros hasta descubrir solo la parte superior de los brazos. Sus besos se
volvieron más ansiosos, más apasionados, ella se colocó a horcajadas sobre
él... Hasta que un extraño gruñido los hizo detenerse en seco, extrañados. Sin
embargo, en cuanto se repitió, tras mirarse los dos se echaron a reír con
ganas.
―Vaya, cariño. Creo que hay alguien que te
reclama más que yo... ―bromeó Bulma.
―Ja. Ni que hubiera sido solo yo ―replicó
él en el mismo tono, disimulando una risita ante su carita avergonzada, antes
de acusar una nueva punzada de hambre en la parte baja de las costillas―. Oh,
vale. Creo que sí tengo demasiada hambre como para seguir con esto ahora
mismo...
«Quién lo dudaría de un Saiyan» se rio
Bulma para sus adentros.
Pero, de puertas para afuera, se limitó a
besar a su marido en la mejilla; colocarse la bata sobre los hombros, pero sin
abrochar el cinturón que dejó caído encima de las sábanas, levantarse de un
salto y encaminarse hacia la cocina.
―Entonces, vamos a encargar comida
―declaró, guiñándole un ojo― y luego hablamos... ¿Te parece?
Historia inspirada en
Vegeta & Bulma, personajes de Dragon Ball Z
Imagen: Vegeta y Bulma,
de RedVioletti
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