lunes, 7 de marzo de 2022

Caleti Marco: Piscis

 



        Siempre alegre y dicharachera, ¿sería eso lo que conquistó el corazón y nubló los sentidos del que fue su compañero durante más de sesenta años? Fue una competidora imbatible frente a otras candidatas que parecían tener ventaja sobre ella: otra joven, la que había formado parte de la vida de su marido antes de que él reparase en ella. Pero no… fue ella, y siempre ella.

        Aquel amor abandonado por él, eclipsado por la magia de esta mujer, conformó una sombra de compromiso irrenunciable que permaneció junto a ellos de por vida; «podré con ello» debieron pensar; todo quedaba en casa.

        Su matrimonio fue sólido, afirmación que no garantiza la ausencia de las consabidas crisis; seguro que las hubo. Pero Margarita y Julián convivían superando con creces el objetivo que las parejas se marcan secretamente para que una relación perdure.

        Aun habiendo nacido bajo el mismo signo astrológico, poco tenían en común, se diría que al menos sí lo suficiente, de lo contrario… ¿Sería sin duda su ascendente astral lo que marcaría la diferencia o los igualaría? o, ¿quizás lo explicase la cualidad dual o mutable que puede darse en algunos de los nacidos bajo este signo del zodiaco?, a saber. Lo cierto es que esta pareja desmontaría cualquier creencia que ampare a los astros como procedimiento para catalogar a los seres humanos.

        Ahora bien, amaban las mismas primarias cosas de la vida, combinando austeridad con pequeños excesos; y se profesaban un recíproco respeto y admiración por las cualidades de cada uno.

        Iniciaron su matrimonio casi con lo puesto; eran años difíciles castigados por las rémoras de una sociedad en pleno proceso de estabilización. Por suerte, el devenir de los tiempos les dio un respiro, una esperanza, la que añoraban alcanzar en sus primeros años juntos y que lograron medianamente algo más tarde de lo previsto.

        Y sí, eran muy diferentes; él procedía de una familia anclada en la intelectualidad y las tradiciones, ella apenas había cubierto los años de escolarización. Él se hizo con una posición desahogada con su actividad docente y de ingeniería, y ella decidió estudiar —ya casada—y ejercer la profesión sanitaria que abrazó convencida.

        Él era un hombre de buena planta, arrogante y sin embargo de talante contenido; poseedor de una profunda sensibilidad, pero poco evidente en su manifestación. «Un ave fría», sentenciaba ella. Su falta de expresividad fue la consecuencia de una educación temerosa y rancia, excesivamente pacata, en la que mostrar sentimientos era una osadía. Un ser inteligente, sabio y bien instruido; admirado y querido por sus colegas de profesión. Su talante pesimista y nada lanzado lo privaron de logros, de los que era más que merecedor; podría haber sido lo que hubiese querido, pero el riesgo no era lo suyo; no lo supo gestionar.

        Ella era todo lo contrario, positiva y entusiasta; gozaba de una excelente reputación personal y profesional, era valiente y atrevida, lo demostró con creces. No había oscura intención en sus actos, pero siempre luchaba convencida de que las cosas se arreglarían ante una controvertida situación; podría con todo, y… lamentablemente no siempre fue así. «A mi chica nada se le pone por delante» afirmaba su padre con devoción. Ella siempre actuó «al dictado» como respuesta a estas ocurrentes palabras de su progenitor.

        Detestaba que las cosas no saliesen como ella las había ideado por lo que siempre trataba de presentar la cara buena y grata de la vida, o bien enmascaraba las penas y los sinsabores. Mentía con tal de no favorecer situaciones adversas, ni mostrar debilidad; era capaz de inventar cualquier cosa para disfrazar la realidad siempre que esta fuese dura, negativa o inconveniente.

        Su buena disposición, la de sus años mozos y madurez, se fue desdibujando con el paso de los años, eso sí, sin perder ese hilo de esperanza y tesón que siempre la caracterizó y que inculcó a sus hijos de manera férrea; lo suyo era tener siempre un «proyecto» entre manos por simple que fuese. «Las niñas han de casarse y aprender a tocar el piano», apuntaba él. «No, ¡de eso nada!», respondía ella, «han de estudiar y labrarse un porvenir».

        Tres hijos tuvieron, a los que educaron con cariño, rigor y mano dura, lo que provocó en los chicos rebeldía, conformismo aparente, e inseguridad. Sus vástagos fueron motivo de inquietud, cada uno moraba en su mundo y con sus circunstancias; orgullo sereno generó en ellos la mayor; incertidumbre la segunda, y tortuoso resultado el tercero.  Con todo y con eso eran felices, se sentían queridos por sus hijos, y así era.

        Los dos formaban una equilibrada combinación de personalidades, y así continuó siendo hasta el último día en que uno de ellos marchó. Él fue el primero en dejar este mundo. «Esta vela se apaga», fueron sus últimas palabras. Desolación y tristeza invadió y golpeó a la pobre Margarita aquel trágico día de 2008 después de tantos años de convivencia y de varios de entrega a él en su convaleciente enfermedad.

        Margarita, muy querida por su gente, continuó siendo una mujer positiva y generosa. No le importaba mostrar sus diferencias afectivas entre las personas que la rodeaban. Por el contrario, adulaba si era preciso con tal de evitar crear un conflicto y se ofrecía siempre como elemento protector del más débil, o de quien ella considerase que pudiera necesitarla. Siempre quiso ser útil y lo fue; sin duda lo fue. ¡Lo fue hasta el final!

               

© Caleti Marco

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