jueves, 21 de diciembre de 2023

Blanca del Cerro: Cuento de Navidad. Una sola noche

 


        Pasos de luz y pasos de sombra. ¿Cómo puede haber sombra entre tanta luz? Pasos construidos de lejanías. Y cada uno de ellos ha marcado el camino, largo, a veces interminable. Los días se amontonan sobre la espalda. Demasiados días y demasiados pasos. Pero ahora, ellos, los pasos, son dulces, tranquilos, reposados. Las calles son un hogar cálido que acoge los cuerpos con suavidad. Cualquier cosa es mejor que aquello.

        “¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez? No sé, no podría calcularlo. Años enteros. Casi toda mi vida allí. Son tantos los recuerdos que ya no tienen principio. Deseaba respirar este aire suave, cargado de melancolía y felicidad. Ni ayer ni mañana tienen sentido. Sólo hoy, esta noche, mi noche. Todo es tan distinto…”

        El viento juega con las luces multicolores. El camino es indefinido. Las avenidas se abren a su paso, nuevas, grandes, cargadas de multitudes, y bombillas, y regalos, y cánticos, y niños que ríen y estrellas que tintinean repletas de encanto desconocido. El cielo se cierra compacto.

        “Hay tanta alegría en el ambiente. Creía que ya no iba a sentirla, creía que sería imposible percibirla, pero no es así. Casi la había olvidado. Quiero disfrutar plenamente de esta noche. Mi noche. Después…”

        Sus ojos se pierden en la inmensidad de las calles. Tiene frío. Hombre tranquilo y sin rumbo. Hombre oscuro y plagado de nostalgias. Su mente extraviada guía sus pasos sin destino. Entra en una tienda porque allí se siente bien, hace calor. Su mirada quiere abarcar todo: ojos tristes, melancólicos, misterio encerrado. Sólo él comprende. A continuación visita otras tiendas, deambula, absorbe los objetos, los toca, el calor se extiende por su cuerpo, por su piel tranquila, por sus ojos oscuros, unos ojos atiborrados de infinitos.

        “Si tuviera dinero compraría algo, quizás una bola, aquella roja y grande, o una cinta plateada, o un Papa Noel, no para nadie, sólo para mí, y envolverlo en papel brillante, y regalármelo bajo un manto de villancicos, como esos que suenan y rompen la oscuridad. Pero no merecía la pena coger dinero por una sola noche. Lo cierto es que ya sabrán que me he marchado, se preguntarán cómo lo he hecho, cómo he conseguido salir de allí, pero no pienso explicar nada porque mañana volveré. Prefiero no pensar en eso. Lo mejor es andar, andar constantemente”.

        Se extiende la música de mil villancicos conjuntos. La palabra “Paz” resuena en sus oídos. ¿Dónde estará la paz? ¿Allí? ¿Entre las cuatro paredes de siempre? El aire transporta las notas repetidas de aquellas canciones. Cierra los ojos para poder escuchar mejor las melodías casi olvidadas. Tararea los cánticos y sonríe. Es feliz.

        “Mi noche eterna, mi noche deliciosa, mi noche única. No quiero que termine. Desearía comunicar mi dicha. Dicen que la verdadera paz se encuentra en la soledad y yo la he hallado aquí, entre la multitud que camina, entre las luces, entre los gritos, entre los suspiros fríos. Aquella niña tiene sonrisa de ángel”.

        Inconscientemente se dirige hacia un puesto de periódicos. No puede comprar uno pero lee los titulares. Allí está. Ya lo saben.

        “Un preso peligroso se ha escapado de la cárcel”.

        ¿Peligroso? Y sin dar importancia a la noticia continúa su camino. En su boca queda marcado un rictus de amargura.

        “¿Qué harán? ¿Cómo actuarán? ¿Acaso ellos saben algo de mi vida? ¡Qué van a saber! Ellos no saben nada de ninguna vida ni de ningún sueño. Ellos se limitan a seguir una estela de leyes y desconocen el interior, mi interior, mi sueño eterno. Ellos no deben tener sueños. ¡Qué bonito está todo! Dentro de poco las calles quedarán vacías. Entonces, volveré allí, a mis paredes y a mis silencios. No tengo intención de marcharme porque no tendría adonde ir, pero necesitaba sentir de nuevo todo esto, palparlo, recordarlo, inundarme de luz. ¿Por qué yo no puedo ser feliz por una sola noche?”

        Se sienta en un banco. Sus ojos absorben las luces de la calle y parece como si quisiera retenerlas. Todo brilla. Su mirada refleja cada punto, cada instante, cada ser. Ellos pasan ignorantes a su lado. Si supieran… Todo es hermoso, paz, felicidad, amor, como una canción, como un sueño, sueño de locura eterna, eternidad.

        “Ellos están locos. Son ellos los que están locos, sumidos en una locura incierta. Yo no he hecho nada. Los encerraría a todos, allí, en aquellas cuatro paredes frías y grises, sin luces, sin campanillas, sin villancicos. No saben lo que es eso. Las ciudades del mundo entero deben estar así. No alcanzo a imaginar todas las ciudades del universo en una explosión de colores infinitos. Quisiera conocerlas. ¡Cuántos paquetes lleva esa señora! Si tuviera dinero…”

        La noche es demasiado negra para encerrar tanta felicidad.

        Como surgido de una nube baja, un hombre se detiene ante él. Es muy alto y muy delgado, una anguila. Los ojos de ambos se encuentran. Está serio. No participa en la alegría.

        — ¿Usted no es feliz? —Pregunta el hombre oscuro.

        Y su mirada sonríe.

        — ¡Vamos! —Exclama el hombre anguila por toda respuesta, mientras lo agarra del brazo.

        — ¿Por qué? ¡Es mi noche!

        — ¿Dónde has estado? ¿Qué has hecho? ¿Cómo has podido…? —El hombre anguila lo zarandea para que se levante.

        — Nada. No he hecho nada.

        — No logro comprender cómo has podido escapar.

        — ¿Escapar? No quería escapar. Es mi noche. Iba a volver mañana, muy pronto. Se lo juro. ¡Déjeme!

        — ¿Ibas a volver? ¡Pero de qué hablas!

— Por supuesto, sólo quería…

— Deja de decir tonterías. Vamos, has de regresar.

        — Sólo quería una noche. Una sola noche.

        — Precisamente hoy. Estás realmente loco. Venga, que tengo que volver a casa, me espera mi familia.

— Por favor… Por favor…

        Y aparecieron otros hombres vestidos de uniforme, todos ellos serios, con los rostros agriados, semejantes a un tropel de sombras. Y se acercaron, lo agarraron, lo acorralaron. No hacía falta pero ellos no comprendían.

        Los pasos marcaban ahora el camino eterno de un destino trazado. Eran pasos tristes.

        Los rostros de todos los seres —en la calle, en las tiendas, en los almacenes— seguían demostrando alegría. Su alma era un abismo profundo.

        El hombre oscuro se levanta despacio y sigue al resto. Una comitiva de silencios y carencias.

        “Adiós. El año próximo volveré porque es mi noche. Mañana quitaréis las luces, ya no se oirán cánticos, vuestras almas se apagarán, vuestros corazones se cerrarán pero yo esperaré tranquilamente. Tengo miles de horas por delante. He esperado tanto tiempo… No olvidaré nada. Juro que volveré”.

        Caminan deprisa. Y el hombre oscuro, rodeado de los demás, cierra los ojos. Quiere conservar el recuerdo de todo lo que ha visto, de todo lo que ha tocado, de todo lo que ha sentido. Era excesiva la felicidad. Ellos, los que le rodean, están serios, casi enfadados, rostros de piedra, sin luz. Las calles se extienden, no tienen final.

        Y él, hombre solitario, hombre oscuro, mente extraviada, recoge en su alma la paz de una noche feliz. Era su único deseo.

        Llegan a una camioneta aparcada en una calle pequeña en la que se introduce tranquilo, sin abandonar la sonrisa de sus labios. Los demás suben junto a él. El vehículo arranca.

        Quedan temblando en el aire las notas pausadas de un villancico.

        El vehículo se aleja.

        Y quedan los sonidos, y las multitudes, y las calles, y las estrellas, y las risas, y los niños.

        El vehículo se pierde. Allí, entre las paredes frías, todo es sombra. Pero su corazón es luz. Había pedido algo, lo deseaba tanto, sus ojos sonríen. El recuerdo queda junto al sueño. El recuerdo de una sola noche.

 

©Blanca del Cerro

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