El tiempo, ese que al final marca nuestra
vida, a veces nos juega malas pasadas. Cuando nos encontramos en una situación
delicada parece ralentizarse. Sin embargo, cuando un momento es feliz, es como
si el malicioso Cronos nos acortase la ocasión. Reflexiono muchas veces
al respecto y más los 23 de abril.
Han pasado 13 años. No me lo puedo creer. Y
aquí estoy de nuevo por aquí para rememorar lo bueno, porque aunque te sigo
echando de menos cada día y a cada momento, lo que viene a mi mente no es
la enfermedad, el color negro que parecía teñirlo todo o mis lágrimas de
desdicha.
Recuerdo, por ejemplo, el olor de la colonia
que te gustaba, aquel libro que me regalaste sin ninguna razón. El cuaderno
verde con espiral y con las hojas en blanco (sin rayas ni cuadros) que
buscaste por toda la ciudad solo porque yo lo quería. También aquel clip
enorme que tanta gracia te hacía o las cosas que he heredado de ti: desde
mi pelo oscuro a la forma de mi cara.
Te veo a diario en cosas que me hacen
ponerme contenta, en tantas experiencias que me gustaría poder contarte y que,
en cierta manera sí que comparto contigo. Sé lo feliz que estarías de mucho de
lo que ha ocurrido de unos años a esta parte. También que te preocuparías por
otras pero que estarías, como sigues estando, presente y dando tu apoyo
incondicional.
Gracias por todo, como
siempre.
Sobre todo, por las
sonrisas.
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