martes, 27 de mayo de 2025

MJ Pérez: Margaret

 


 

Odiaba quedarse a dormir en casa de la abuela. Las habitaciones olían raro y estaban atestadas de cosas que no tenían ningún sentido para ella. Figurillas, paños de ganchillo y fotos de personas que murieron mucho antes de que ella hubiera nacido. Tampoco le gustaba el tacto áspero de las manos de la madre de su madre ni como crujía su cabello plateado cuando la abrazaba. Pero, sin duda, lo que peor llevaba era la muñeca que siempre la vigilaba desde el aparador de la alcoba en la que dormía.

Margaret, así la llamaba su abuela, era un engendro a los ojos de la pequeña. Su cabello rubio peinado en trenzas, sus ojos de iris azules fijos y su rostro inexpresivo le producían auténtico pavor. Si a ese se le sumaban sus horrendas y poco artísticas manos, así como el sombrero de ala ancha y el vestido extremadamente almidonado, dormir en casa de la anciana se había convertido en misión imposible.

Por mucho que suplicó, ni su madre ni su padre entendieron a razones y tuvo que pasar otra noche de insomnio junto a Margaret. Cuando le confesó sus miedos a su abuela ella soltó una serena risa, como hacía siempre en opinión de la chiquilla, y le prometió que aquel juguete no le haría nada. Incluso le aseguró que al ir vestida como la muñeca de la canción infantil podrían ser amigas.

Una vez en la cama, la pequeña notaba aquellos ojos brillantes en ella. Cerró los ojos, derramó lágrimas y llamó a su abuela (que tenía la televisión a todo volumen y ni siquiera la escuchó). Nada resultó, sin embargo, el auténtico pavor no llegó hasta que empezó a oír el crujido de la porcelana y el frufrú del vestido cada vez más cerca de ella.

Gritó hasta quedarse sin voz, una y otra vez, en un terrible círculo que parecía no tener fin. Sin embargo, la muñeca continuó moviéndose y avanzando hasta que se colocó junto a su oído. Un escalofrío recorrió su ya maltrecha anatomía. A pesar de todo, no pudo moverse, estaba petrificada de miedo, y solo entonces oyó la palabra que Margaret pronunció: ayúdame.

La chiquilla encendió la luz de un manotazo, liberada de aquella extraña parálisis, y observó a la muñeca, aunque hubiera jurado que era imposible, los ojillos azules parecían empapados en lágrimas. La apretó contra su pecho y le prometió que la sacaría de allí.

Ese fue el primer paso, porque la niña no se contentó con salvar a la desgraciada Margaret. Su afinidad con ciertos poderes sobrenaturales la hacían idónea para ayudar a almas en pena. Por ello se formó todo lo que pudo mientras crecía y pronto fue relativamente conocida en el mundillo. Lo que empezó como una mano tendida acabó por convertirse en una forma de vida.

 

Ella es Marissa Gray, experta en lo sobrenatural.

 

© MJ Pérez

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