domingo, 1 de junio de 2025

Amantes de mis cuentos: Séptimo cumpleaños

 


Por la puerta siempre abierta se asomaba la cara de un niño. Sus ojos, negro azabache, brillaban repletos de risas. En el establo que estaba a pocos metros, una vaca pateaba el suelo y otra estaba acostada sobre la hierba. Hasta él llegaba un penetrante olor: la mezcla de paja y estiércol.

Se oyó la voz de la abuela llamando a desayunar. Era el día de su cumpleaños. A mediodía irían a celebrarlo a casa de la tita Ofelia. Le encantaba comer en casa ajena. La abuela siempre hacía cocido, pero su tita, no. Al primero le llamaba aperitivos: queso, jamón, lomo, aceitunas, ensaladilla rusa… Todo le gustaba. Luego le ponía en el plato un inmenso filete de ternera que el abuelo cortaba a cachitos. De vez en cuando, el anciano le robaba uno y él hacía como si no lo hubiera visto. Por fin el postre: arroz con leche. Y el primer regalo. No sabía cómo se las ingeniaba, pero tita Ofelia siempre acertaba con lo que él más deseaba y eso que estaba en una silla de ruedas. El regalo de los abuelos era muy barato, cientos de besos. Lo demás eran malcriadeces, comentaban.

Luego volvían a la finca para recibir la visita de su tío Ramón y su tía Hortensia, las dos cuñadas se toleraban. Y lo mejor de todo, la llegada de sus cinco primos. Recibía más regalos y a jugar. Era feliz entre tanta gente, entre tantas emociones.

Pero aquel cumpleaños terminó en desastre. Uno de los primos corriendo tropezó con la mesa y el juego de té, la joya de la familia, se hizo añicos.

Han pasado muchos años. Y todavía recuerda la expresión de terror de la tía Hortensia y el grito de la abuela ¡Dios mío! Desde entonces detesta el té. Bebe café.

 

© Marieta Alonso Más    

 

 


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