Abraham Lincoln 16º Presidente de los Estados Unidos de América |
Pronunció este discurso en la consagración del Cementerio Nacional del Soldado, el 19 de noviembre de 1863, en la ciudad de Gettysburg, Pensilvania.
Es considerado como uno de los grandes discursos de la Historia.
Hace ochenta y siete años, nuestros padres fundaron en
este continente una nueva nación, concebida en la libertad y consagrada al
principio de que todos los hombres son creados iguales.
Nos hallamos
ahora empeñados en una gran guerra civil en que se está poniendo a prueba si
esta nación, o cualquier nación igualmente concebida y consagrada, podrá
perdurar.
Estamos
reunidos en un gran campo de batalla de esa guerra. Hemos venido a dedicar
parte de ese campo a lugar de eterno reposo de aquellos que dieron aquí dieron
la vida para que esta nación pudiera vivir. Es perfectamente justo y propio que
así lo hagamos, aunque en realidad, en un sentido más alto, nosotros no podemos
dedicar, no podemos consagrar, no podemos santificar este suelo: los valientes que
aquí combatieron, los que murieron y los que sobrevivieron, lo han consagrado
mucho más allá de la capacidad de nuestras pobres fuerzas para sumar o restar
algo a su obra.
El mundo apenas advertirá y no recordará mucho lo que
aquí digamos nosotros, pero nunca podrá olvidar lo que aquí hicieron ellos. A
los que aún vivimos nos toca más bien dedicarnos ahora a la obra inacabada que quienes
aquí lucharon dejaron tan noblemente adelantada; nos toca más bien dedicarnos a
la gran tarea que nos queda por delante: que, por deber con estos gloriosos
muertos, nos consagremos con mayor devoción a la causa por la cual dieron hasta
la última y definitiva prueba de amor; que tomemos aquí la solemne resolución
de que su sacrificio no ha sido en vano; que esta nación, por la gracia de Dios,
tenga una nueva aurora de libertad, y que el gobierno del pueblo, por el pueblo
y para el pueblo no desaparezca de la faz de la Tierra.
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