Mujeres iroquesas Grabado del siglo XVII |
Cuentan que hace muchos, muchos inviernos,
en un pequeño poblado Iroqués apareció un día un anciano vestido con harapos.
Parecía cansado. Entró en el pueblo y miró la puerta de cada casa. Sobre las
puertas podían verse los emblemas de los clanes de sus ocupantes.
El anciano se dirigió a una choza
que tenía por emblema la figura de la Tortuga. Llamó a la puerta, pidió comida
y alojamiento por esa noche. Pero, la mujer que salió le dijo que se fuera.
Dirigió entonces sus pasos a la
casa que tenía al Pato por emblema sobre la puerta. Cuando pidió comida le
contestaron que se marchara.
Entonces recorrió las casas que
pertenecían a los clanes del Lobo, de la Nutria y del Ciervo, de la Anguila, la
Garza y el Águila y en cada una de ellas le trataron con desprecio y le
echaron.
Al fin, cansado y abatido, el
anciano llegó al final del pueblo. Allí vio una pequeña cabaña y colgando sobre
la puerta la cabeza de un oso negro. Era la casa del Clan del Oso.
Una mujer también anciana salió
de la casa y al verle tan cansado, preguntó al extraño si quería descansar en
su humilde morada y compartir con ella el poco alimento que le quedaba. Él
aceptó. Extendió una mullida piel de ciervo sobre un camastro y le preguntó si
quería reposar allí su cansado cuerpo.
Al día siguiente, el anciano
enfermó con una fiebre muy alta. Le pidió a la mujer que fuera al bosque y le
consiguiera cierta clase de planta. La instruyó sobre la manera de preparar
dicha planta para hacer con ella la medicina que necesitaba.
Una vez tomada la medicina, el
anciano se recuperó. Sin embargo, aquel hombre volvió a caer enfermo en días
sucesivos y cada vez con distintas enfermedades. Y para cada enfermedad enviaba
a la anciana al bosque a recolectar diferentes clases de hierbas. Y cada vez
que regresaba con las hierbas, el anciano le daba instrucciones sobre su
preparación y le indicaba cómo hacer con ellas las medicinas que cada una de
sus enfermedades precisaba. Y siempre tras tomar la medicina, sanaba.
Un día que la anciana trabajaba
fuera de la casa vio que ésta despedía una gran luz. Se fijó más y vio a un
apuesto joven de pie ante la puerta de su choza de madera. Su cara brillaba
como el Sol. El corazón se le llenó de miedo al pensar que quien estaba ante
ella era un Espíritu.
Pero el joven replicó: "No tengas miedo, buena mujer. Soy tu Creador. He
vuelto a las casas de los Iroqueses bajo la forma de un anciano. He
vagabundeado de casa en casa pidiendo comida y abrigo. Se lo pedí al Clan de la
Tortuga, al del Pato, al del Lobo, al Clan de la Nutria, al del Ciervo, al de
la Anguila y al de la Garza. Se lo pedí también al Clan del Águila, pero en
todas partes me rechazaron. Solo tú, el Clan del Oso, me abrigaste y me
alimentaste. Por esta razón te he enseñado los remedios para curar enfermedades.
Muchas veces caí enfermo, muchas veces
te envié al bosque a coger hierbas. Te enseñé a extraer las medicinas de ellas.
Cada vez que tomaba esas medicinas sanaba. Por ello desde este día todos los
médicos y curanderos pertenecerán al Clan del Oso. Los miembros de tu Clan
serán los eternos Guardadores de la Medicina, por los tiempos de los tiempos".
Fuente: Cuentos de los indios
iroqueses, Miraguano Ediciones, Madrid, 1984.
Me encanta, Marieta.
ResponderEliminarGracias Carmen. Nadie como tú para animar a seguir en este oficio que tanto nos gusta a las dos.
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