sábado, 1 de junio de 2013

Amantes de mis cuentos: Soliloquio



Mi madre decía que si hubiese nacido un segundo después, entonces sería tonta de libro, pero como no fue así, solo me falta un hervor.
Y es que yo tengo la teoría de que la vida comienza el mismo día en que se hace por vez primera el amor, mientras tanto estamos como en el limbo. Según mi madre la vida es algo más. Hay que estudiar, trabajar, formar una familia, luchar por un mundo mejor, pero a mí no me gusta nada de eso.
Siempre estaba a mi lado, así que decidí marchar de casa para empezar a vivir. Pedí autostop nada más salir y el hombre que me recogió estuvo dispuesto a darme la primera lección de vida. Resultó dolorosa e incómoda. Un coche pequeño no es lo más apropiado. Como tenía prisa terminó en un santiamén y me dejó en la primera gasolinera que encontramos. Allí encontré a otro dispuesto a darme la segunda lección. Me llevó a los aseos. No fue nada del otro mundo. También tenía prisa.
Eché andar por la carretera y me recogió un camionero que a pesar de su aspecto rudo fue muy sensible y me hizo sentir lo que los otros dos no habían conseguido. Y eso que fue en un camión cargado con cajas de gallinas ponedoras. Me eché a llorar y me ofreció su pañuelo. Sentí temor de quedarme embarazada ante tanta amabilidad. Me consoló y dijo que había tomado precauciones. Llegamos a un restaurante y me dio dinero para que comiese algo.
No solo comí sino que me contrataron como aprendiz de relaciones públicas. Mi trabajo consiste en vivir cada sesenta minutos. He demostrado tener gran facilidad para el oficio.
Nunca pensé que entre los hombres hubiera tanta vocación para la enseñanza. Todos se han esmerado tanto que en seis meses, ya soy una profesional. Hacen colas para estar conmigo. Hoy, el último profesor, fue un juez que, tras mostrarle todo mi saber, mandó a cerrar el restaurante y ahora estamos aquí: el dueño, varias decenas de clientes y yo. Esperando no sé qué.
  Me preocupa que no haya quedado satisfecho con mis servicios.


© Marieta Alonso Más

2 comentarios:

  1. Jajajaja. Yo creo que más que un hervor le faltaba la cocción completa.
    Me gusta, y como te he dicho antes, tienes una gran habilidad para tratar temas sórdidos y arrancar una sonrisa (o carcajada) al lector.
    Sigue así. En estos tiempos necesitamos (más que nunca) de las sonrisas.
    Carmen Dorado

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  2. ¿Y si a la hora de cocerla se le hubiese echado yerbabuena, pimienta, azúcar y laurel?

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