Mi mejor amiga se ha
enamorado de un chico que veranea en nuestro pueblo. Es guapo a rabiar, según
ella. Hemos salido a dar un paseo por la orilla del río. Ninguno de los dos se
acuerda de que existo, por eso me he quedado rezagada, aparentando indiferencia.
Sobre una piedra al sol
he visto a dos lagartijas con sus colas largas y sus cabezas chatas, el buche les
subía y bajaba. Primero una y luego la
otra me las puse de pendientes. Es muy fácil. Se le aprieta con delicadeza las
comisuras de la boca, no les queda más remedio que abrirla y entonces acerco el lóbulo de las orejas y ellas se
agarran para no caer. Moviendo la cabeza las hago oscilar.
Mi amiga se puso
histérica al verme, no me lo explico porque, cuando estamos solas, ella también
lo hace. Está celosa, se le nota, porque él ha prestado más atención a mis
orejas que a ella. Delante de él pretende ser de asfalto cuando es más de campo
que el cloquear de las gallinas.
El capitalino para
hacerse el sabio, nos preguntó onomatopéyicamente hablando, lo que era más
acertado llamar al cerdo, si cochino o guarro. Mi amiga dijo cochino. No sé cuándo ella habrá oído a un cerdo decir
cochi, cochi, cochi. Si se pone atención el cerdo dice: guarr, guarr, guarr.
Hubo un momento de
silencio que aprovechamos para mirar el paisaje. No pasó mucho tiempo sin que al enterado le escuchara decir, con ese aire de erudito con el que nos quiere apabullar que, las palomas zurean y las cigüeñas crotoran. Mi amiga se superó a sí misma
diciendo con voz meliflua que estaba impresionada con sus conocimientos. Él
sonreía con suficiencia. Así que comencé a
andar entonando, como quien reza el padrenuestro, que el pato, parpa; el jabalí,
arrúa; la pantera, himpla; los grillos, estridulan; los asnos, rebuznan; el
elefante, barrita.
Me di la vuelta al no obtener respuestas ni reproches y encontré
que mi amiga, a la que no le gusta perder el tiempo, se había recostado muy
sexy sobre una paca de heno. Les tiré las lagartijas y ni cuenta se dieron.
Me marché sola y triste.
Me marché sola y triste.
© Marieta Alonso Más
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